lunes, 10 de noviembre de 2014

El muro de Berlín



La ferocidad de la segunda guerra mundial y el altísimo precio de la victoria, proporcionaron en los años 40 extraños compañeros de viaje. Estados Unidos se encontraba todavía bajo los efectos de la gran Depresión y con tres frentes bélicos abiertos, en la Guerra de China, en el conflicto contra Japón y en la Guerra abierta en continente europeo, en la que se luchaba, a su vez, en varios lugares, y con escasos aliados. Pese a que Rusia, tras haber firmado en los comienzos de la guerra el infame acuerdo con la Alemania Nazi que propicio la ocupación por ambos de Polonia (Ribentrop- Molotov), no se mostraba como un aliado fiable (por ello y por ser una potencia comunista, aislada del mundo occidental desde la Revolución de 1917 y las atrocidades posteriores de Stalin) no parecía un aliado fiable, las necesidades estratégicas de Estados Unidos y la necesidad rusa de ayuda ante la invasión desencadenada por Hitler propicio la alianza.


Sin embargo, acabada la guerra, y con ella la necesidad de alianza los problemas estallaron. El conflicto había hecho ver a las dos naciones sus posibilidades de poder y dominio mundial, y la potenciación de la industria de armamento había desarrollado un nivel insospechado en épocas anteriores. Ambas potencias estaban dispuestas a jugar sus cartas y el tablero era Alemania. La guerra había acabado en este país, de donde había partido la agresión que había dado pie al conflicto. Las cuatro grandes naciones aliadas (Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Rusia) habían sincronizado sus movimientos ocupando el territorio nazi casi al unísono y situando sus tropas de ocupación en cuatro cuadrantes, en cada uno de los cuales la potencia ocupante sustituía al estado germano y controlaba a los vencidos. La capital, Berlín, pese a estar en la zona rusa corrió igual suerte, dividiéndose en cuatro sectores.
La falta de armonía entre las potencias se había hecho visible sin acabar la guerra, en los desacuerdos sobre la construcción de la futura comunidad internacional, en las conferencias de Yalta y Teherán. Pero se hizo patente cuando Rusia propicio la instauración de gobiernos pro soviéticos en toda la Europa oriental ocupada por sus tropas, e incluso aplasto sin contemplaciones los intentos de los gobiernos legítimos, previos a la guerra, de recuperar su independencia. Esa actitud de colonizar esa zona del continente y de someterle a un imperio del terror propiciaría las celebres palabras de Churchill, que en 1947 afirmó que un Telón de Acero había caído sobre Europa. Era toda una profecía de lo que ocurriría catorce años después, el muro real que separaría a las dos Alemanias.








La situación de ocupación alemana por los ejércitos aliados continúo hasta que en 1949 las potencias occidentales decidieron unificar sus cuatro sectores a su cargo y crear un gobierno alemán que fuera asumiendo responsabilidades. Aunque sin policía exterior ni capacidad militar, y con las tropas extranjeras en su suelo, había nacido la Republica Federal Alemana, o Alemania Occidental. La respuesta rusa no se hizo esperar, su zona vio nacer otro estado “soberano”, la Republica Democrática Alemana, o RDA, también bajo ocupación, pero rusa. Dos estados sin capacidad propia representaban en suelo alemán los dos mundos emergentes de la guerra. Aunque Berlín era teóricamente zona neutral, los sectores occidentales se convirtieron pronto en un estado o lander la de la RFA, con representantes incluso en el parlamento, mientras el sector oriental de la ciudad, Pankow se erigía en la capital de estado comunista.
Este primer paso hacia el enfrentamiento entre los dos bloques se acrecentaría en los próximos años. El bloque capitalista pronto decreto un embargo de productos de alta tecnología contra el COMECON, el mercado común de la Europa del Este, a lo que los rusos contestaron con la amenaza militar, reforzando fronteras e intensificando los lazos de la Alemania del Este con los países comunistas, al tiempo que la Alemania Occidental se veía cada vez más arropada por la OTAN y las instituciones económicas occidentales. Ambas Alemanias estaban cada vez más lejos.
Este abismo entre las dos zonas germanas, y entre los dos bloques de países se sustentaba en tres grandes causas. De un lado el miedo a que rebrotase una crisis económica parecida a la que surgió tras la Primera Guerra Mundial. También por la tendencia hegemónica de las dos potencias ganadoras de la Guerra (Rusia y Estados Unidos). En tercer lugar por la carrera armamentista que se había desatado, ya en los años cuarenta, y que se convertía en una espiral de agresividad sin fin.








Rusia manejo en esos años perfectamente el primer factor para en base al miedo asegurarse su influencia en Europa Oriental. Y lo hizo bajo las premisas que ayudan a toda potencia totalitaria. No precisaba permitir discusiones ni reflexiones en sus instituciones, ni tenia que soportar a su opinión publica, ni necesitaba el poder ningún consenso social. Estados Unidos, una democracia, no tenía esas armas, así que alimento el enfrentamiento desde otro planteamiento, el maniqueo, el eterno enfrentamiento entre buenos y malos. Imaginaros quienes eran los malos. Todo ello generaría una intransigencia reciproca y un riesgo contante de guerra.
Ambos estados, temerosos de que el contrario consiguiese la supremacía mundial, buscaron atraer a su causa a los estados bajo su área de influencia, propiciando medidas rápidas de reactivación económica. El plan Marshall en la zona occidental, y modestos avances en la zona rusa. Nacía así la Guerra Fría, un enfrentamiento latente, una carrera continúa de amenazas. Una brecha entre dos mundos de carácter militar, económico y político, que pronto empezó a decantarse a favor de Washington, pese a que la URSS obtuvo algunos logros, como la breve superioridad tecnológica en la carrera espacial que mostraron en los años 50, y la amenaza de Cuba, junto a las costas norteamericanas.

En todo ese enfrentamiento, el punto más débil era Berlín, la antigua capital del Reich. Además, a medida que la brecha entre los dos bloques se acrecentaba, la tendencia de los alemanes orientales a huir del paraíso socialista se acrecentaba, y la puerta de salida era Berlín. Esta hemorragia humana se hizo desde 1960 tan grande amenazaba con desestabilizar al régimen germano oriental, la avanzada socialista en centro Europa y el elemento más claramente comparable entre los dos sistemas. La hemorragia resultaba extremadamente peligrosa porque junto a alemanes, Berlín se había convertido en la puerta de salida de checos, polacos y húngaros, en su Mayorga jóvenes cualificados, lo que no solo humillaba a la Europa soviética, sino que la empobrecía. El gobierno de la RDA decidió en agosto de 1961 parar la hemorragia bruscamente. Sin consenso entre las potencias, ni aviso, el gobierno pro soviético de Erich Honecker decidió levantar el muro.

Bautizado como "Muro de Protección Antifascista", comenzó con 45 kilómetros de hormigón y alambradas que dividían la ciudad de Berlín en dos y 115 más, que aislaban la zona occidental del resto de la RDA, que la circundaba. Mientras el gobierno oriental levantaba entre protestas la línea de separación, y muchas personas morían intentando salvarle, las potencias occidentales respondían concentrándose en la defensa de la ciudad sitiada, esforzándose en un gigantesco puente aéreo que garantizase la supervivencia de la zona occidental.
Pero la decisión pronto se tornaría una trampa para los orientales. El ahora aislado Berlín Occidental era el lugar de trabajo de casi 50.000 Grenzgänger, o trabajadores orientales que iban cada día a un puesto de trabajo en la zona capitalista, lo que alentaba la entrada de divisas y productos en la RDA, alentaba un fructífero mercado negro y aliviaba las exiguas arcas orientales y su elevada nomina de parados encubiertos.
Pero nada de eso se tuvo en cuenta. Bajo la mirada y los fusiles de la Volkspolizei y del ejército, los obreros antes destinados a la construcción de casas se emplearon masivamente en el muro.
Entre el 12 y el 13 de agosto de 1961, todos los medios de transporte inter berlineses se suspendieron, los visados se anularon y los trabajos en occidente se perdieron. Tropas soviéticas se apostaron listas para el posible combate en la frontera aliada, mientras la economía de Pankow se erigía en un fantasma.
Ante el estupor general, el gobierno de la RDA presento la acción, como defensiva ante lo que entendían una política agresiva de la OTAN, y la RFA, con el agravante de que Berlín era “una espina en el costado de la RDA, un exclave de otro Estado inserto en el corazón de Alemania Oriental”, visión que apoyaban y compartían los soviéticos y el resto de sus estados satélites. Eso y evitar la fuga de trabajadores y cerebros era el porque del muro. Eso explica que los mecanismos de defensa (armas automáticas, minas y trampas) apuntasen a la Zona oriental, y no a quien viniese de la RFA.






La respuesta de la RFA, entonces dirigida por el democristiano europeísta Konrad Adenauer, fue cauta. Tras un primer ataque de ira, el alcalde democrático de Berlín occidental se mostró prudente, intentando mantener el ánimo de la población sitiada y fortaleciendo los lazos con las zonas occidentales circundantes. Los aliados actuaron igual, con lentitud, con prudencia, con poca altivez y mucho pragmatismo. Occidente sabia de la paranoia del primer ministro soviético Jrushchov, y de la superioridad numérica del bloque oriental. Una guerra necesariamente acabaría en la derrota o en el uso del arma atómica. El presidente americano John F. Kennedy, lo sabia, como que la paciencia y su mayor potencial económico le darían la victoria a largo plazo.
Y así fue. Tras los tensos años sesenta, la distensión llego en los 70, el nuevo canciller germano occidental, el ex alcalde Willy Brandt y el líder oriental Erich Honecker emprendieron una política de apaciguamiento entre la RDA y la RFA, que propicio la simplificación de los tramites aduaneros y un cierto incremento de los intercambios.
Pero el final del muro no solo llegaría de la propia Alemania. Un creciente movimiento de libertades se extendía en los 80 por Polonia, Checoslovaquia o Hungría. Tras ellos, el deseo germano oriental de libertades se acrecentó. En 1989, la propia URSS, el único soporte de la RDA se desmoronaba, entre la apertura política, la desintegración del partido comunista, als reformas de Gorbachov y la independencia de las nacionalidades.

A finales de 1989 comenzaron manifestaciones masivas en contra del gobierno de la Alemania Oriental, lo que obligaría al líder de la RDA, Erich Honecker a renunciar al poder. Subía el débil reformista Egon Krenz. Krenz iniciaría el 7 de noviembre una reforma que facilitaba los viajes al exterior de los ciudadanos orientales. Tras varias desavenencias y faltas de coordinación, y en medio de manifestaciones continuas contra el régimen comunista, al grito de “Somos el pueblo”, el miembro del gobierno oriental Günter Schabowski anunciaba en la noche del 9 de noviembre, sin coordinación, ni organización, y ante toda la prensa, televisión incluida, que todas las restricciones habían sido retiradas. Decenas de miles de personas fueron inmediatamente al muro, donde los guardas fronterizos abrieron los puntos de acceso permitiendo el paso, ante la ingenuidad de los nuevos dirigentes, que en lugar de imponer cambios graduales, estaban facilitando la desintegración de un estado ahora sin fronteras.

Sin una orden concreta, sino bajo la presión de la gente, la guardia fronteriza y las tropas alemanas orientales abrieron los pasos fronterizos a las 23.00. Sin fronteras, y con el pueblo deseando irse de allí. ¿Que sentido tenia la RDA?.

El 9 de noviembre, los berlineses llevaron a cabo la destrucción del muro con todos los medios a su disposición, mientras artistas como Mstislav Rostropovitch inundaban el aire de cantos y muestras de libertad, en medio de la huida de los dirigentes comunistas y el desanimo de funcionarios y soldados. El muro, creado para evitar la huida de aquella cárcel, no existía, la fuga fue masiva.



Fernando Martínez
Estudiante de bachillerato, Santander
Imagen cage8.com , lasmilmillas.com


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