La
ferocidad de la segunda guerra mundial y el altísimo precio de la victoria,
proporcionaron en los años 40 extraños compañeros de viaje. Estados Unidos se
encontraba todavía bajo los efectos de la gran Depresión y con tres frentes
bélicos abiertos, en la Guerra
de China, en el conflicto contra Japón y en la Guerra abierta en
continente europeo, en la que se luchaba, a su vez, en varios lugares, y con
escasos aliados. Pese a que Rusia, tras haber firmado en los comienzos de la
guerra el infame acuerdo con la Alemania Nazi que propicio la ocupación por ambos
de Polonia (Ribentrop- Molotov), no se mostraba como un aliado fiable (por ello
y por ser una potencia comunista, aislada del mundo occidental desde la Revolución de 1917 y
las atrocidades posteriores de Stalin) no parecía un aliado fiable, las
necesidades estratégicas de Estados Unidos y la necesidad rusa de ayuda ante la
invasión desencadenada por Hitler propicio la alianza.
Sin
embargo, acabada la guerra, y con ella la necesidad de alianza los problemas
estallaron. El conflicto había hecho ver a las dos naciones sus posibilidades
de poder y dominio mundial, y la potenciación de la industria de armamento
había desarrollado un nivel insospechado en épocas anteriores. Ambas potencias
estaban dispuestas a jugar sus cartas y el tablero era Alemania. La guerra
había acabado en este país, de donde había partido la agresión que había dado
pie al conflicto. Las cuatro grandes naciones aliadas (Francia, Inglaterra,
Estados Unidos y Rusia) habían sincronizado sus movimientos ocupando el
territorio nazi casi al unísono y situando sus tropas de ocupación en cuatro
cuadrantes, en cada uno de los cuales la potencia ocupante sustituía al estado
germano y controlaba a los vencidos. La capital, Berlín, pese a estar en la
zona rusa corrió igual suerte, dividiéndose en cuatro sectores.
La falta de
armonía entre las potencias se había hecho visible sin acabar la guerra, en los
desacuerdos sobre la construcción de la futura comunidad internacional, en las
conferencias de Yalta y Teherán. Pero se hizo patente cuando Rusia propicio la
instauración de gobiernos pro soviéticos en toda la Europa oriental ocupada por
sus tropas, e incluso aplasto sin contemplaciones los intentos de los gobiernos
legítimos, previos a la guerra, de recuperar su independencia. Esa actitud de
colonizar esa zona del continente y de someterle a un imperio del terror
propiciaría las celebres palabras de Churchill, que en 1947 afirmó que un Telón
de Acero había caído sobre Europa. Era toda una profecía de lo que ocurriría
catorce años después, el muro real que separaría a las dos Alemanias.
La
situación de ocupación alemana por los ejércitos aliados continúo hasta que en
1949 las potencias occidentales decidieron unificar sus cuatro sectores a su
cargo y crear un gobierno alemán que fuera asumiendo responsabilidades. Aunque
sin policía exterior ni capacidad militar, y con las tropas extranjeras en su
suelo, había nacido la
Republica Federal Alemana, o Alemania Occidental. La
respuesta rusa no se hizo esperar, su zona vio nacer otro estado “soberano”, la Republica Democrática
Alemana, o RDA, también bajo ocupación, pero rusa. Dos estados sin capacidad
propia representaban en suelo alemán los dos mundos emergentes de la guerra.
Aunque Berlín era teóricamente zona neutral, los sectores occidentales se
convirtieron pronto en un estado o lander la de la RFA , con representantes
incluso en el parlamento, mientras el sector oriental de la ciudad, Pankow se
erigía en la capital de estado comunista.
Este primer
paso hacia el enfrentamiento entre los dos bloques se acrecentaría en los
próximos años. El bloque capitalista pronto decreto un embargo de productos de
alta tecnología contra el COMECON, el mercado común de la Europa del Este, a lo que
los rusos contestaron con la amenaza militar, reforzando fronteras e
intensificando los lazos de la
Alemania del Este con los países comunistas, al tiempo que la Alemania Occidental
se veía cada vez más arropada por la
OTAN y las instituciones económicas occidentales. Ambas
Alemanias estaban cada vez más lejos.
Este abismo
entre las dos zonas germanas, y entre los dos bloques de países se sustentaba
en tres grandes causas. De un lado el miedo a que rebrotase una crisis
económica parecida a la que surgió tras la Primera Guerra
Mundial. También por la tendencia hegemónica de las dos potencias ganadoras de la Guerra (Rusia y Estados
Unidos). En tercer lugar por la carrera armamentista que se había desatado, ya
en los años cuarenta, y que se convertía en una espiral de agresividad sin fin.
Rusia
manejo en esos años perfectamente el primer factor para en base al miedo
asegurarse su influencia en Europa Oriental. Y lo hizo bajo las premisas que
ayudan a toda potencia totalitaria. No precisaba permitir discusiones ni
reflexiones en sus instituciones, ni tenia que soportar a su opinión publica,
ni necesitaba el poder ningún consenso social. Estados Unidos, una democracia,
no tenía esas armas, así que alimento el enfrentamiento desde otro
planteamiento, el maniqueo, el eterno enfrentamiento entre buenos y malos.
Imaginaros quienes eran los malos. Todo ello generaría una intransigencia
reciproca y un riesgo contante de guerra.
Ambos
estados, temerosos de que el contrario consiguiese la supremacía mundial,
buscaron atraer a su causa a los estados bajo su área de influencia,
propiciando medidas rápidas de reactivación económica. El plan Marshall en la
zona occidental, y modestos avances en la zona rusa. Nacía así la Guerra Fría , un
enfrentamiento latente, una carrera continúa de amenazas. Una brecha entre dos
mundos de carácter militar, económico y político, que pronto empezó a
decantarse a favor de Washington, pese a que la URSS obtuvo algunos logros, como la breve
superioridad tecnológica en la carrera espacial que mostraron en los años 50, y
la amenaza de Cuba, junto a las costas norteamericanas.
En todo ese
enfrentamiento, el punto más débil era Berlín, la antigua capital del Reich.
Además, a medida que la brecha entre los dos bloques se acrecentaba, la
tendencia de los alemanes orientales a huir del paraíso socialista se
acrecentaba, y la puerta de salida era Berlín. Esta hemorragia humana se hizo
desde 1960 tan grande amenazaba con desestabilizar al régimen germano oriental,
la avanzada socialista en centro Europa y el elemento más claramente comparable
entre los dos sistemas. La hemorragia resultaba extremadamente peligrosa porque
junto a alemanes, Berlín se había convertido en la puerta de salida de checos,
polacos y húngaros, en su Mayorga jóvenes cualificados, lo que no solo
humillaba a la Europa
soviética, sino que la empobrecía. El gobierno de la RDA decidió en agosto de 1961
parar la hemorragia bruscamente. Sin consenso entre las potencias, ni aviso, el
gobierno pro soviético de Erich Honecker decidió levantar el muro.
Bautizado
como "Muro de Protección Antifascista", comenzó con 45 kilómetros de
hormigón y alambradas que dividían la ciudad de Berlín en dos y 115 más, que
aislaban la zona occidental del resto de la RDA , que la circundaba. Mientras el gobierno
oriental levantaba entre protestas la línea de separación, y muchas personas
morían intentando salvarle, las potencias occidentales respondían
concentrándose en la defensa de la ciudad sitiada, esforzándose en un
gigantesco puente aéreo que garantizase la supervivencia de la zona occidental.
Pero la
decisión pronto se tornaría una trampa para los orientales. El ahora aislado
Berlín Occidental era el lugar de trabajo de casi 50.000 Grenzgänger, o
trabajadores orientales que iban cada día a un puesto de trabajo en la zona
capitalista, lo que alentaba la entrada de divisas y productos en la RDA , alentaba un fructífero
mercado negro y aliviaba las exiguas arcas orientales y su elevada nomina de
parados encubiertos.
Pero nada
de eso se tuvo en cuenta. Bajo la mirada y los fusiles de la Volkspolizei y del
ejército, los obreros antes destinados a la construcción de casas se emplearon
masivamente en el muro.
Entre el 12
y el 13 de agosto de 1961, todos los medios de transporte inter berlineses se
suspendieron, los visados se anularon y los trabajos en occidente se perdieron.
Tropas soviéticas se apostaron listas para el posible combate en la frontera
aliada, mientras la economía de Pankow se erigía en un fantasma.
Ante el
estupor general, el gobierno de la
RDA presento la acción, como defensiva ante lo que entendían
una política agresiva de la OTAN ,
y la RFA , con el
agravante de que Berlín era “una espina en el costado de la RDA , un exclave de otro Estado
inserto en el corazón de Alemania Oriental”, visión que apoyaban y compartían
los soviéticos y el resto de sus estados satélites. Eso y evitar la fuga de
trabajadores y cerebros era el porque del muro. Eso explica que los mecanismos
de defensa (armas automáticas, minas y trampas) apuntasen a la Zona oriental, y no a quien
viniese de la RFA.
La
respuesta de la RFA ,
entonces dirigida por el democristiano europeísta Konrad Adenauer, fue cauta.
Tras un primer ataque de ira, el alcalde democrático de Berlín occidental se mostró
prudente, intentando mantener el ánimo de la población sitiada y fortaleciendo
los lazos con las zonas occidentales circundantes. Los aliados actuaron igual,
con lentitud, con prudencia, con poca altivez y mucho pragmatismo. Occidente
sabia de la paranoia del primer ministro soviético Jrushchov, y de la
superioridad numérica del bloque oriental. Una guerra necesariamente acabaría
en la derrota o en el uso del arma atómica. El presidente americano John F.
Kennedy, lo sabia, como que la paciencia y su mayor potencial económico le
darían la victoria a largo plazo.
Y así fue.
Tras los tensos años sesenta, la distensión llego en los 70, el nuevo canciller
germano occidental, el ex alcalde Willy Brandt y el líder oriental Erich
Honecker emprendieron una política de apaciguamiento entre la RDA y la RFA , que propicio la
simplificación de los tramites aduaneros y un cierto incremento de los
intercambios.
Pero el
final del muro no solo llegaría de la propia Alemania. Un creciente movimiento
de libertades se extendía en los 80 por Polonia, Checoslovaquia o Hungría. Tras
ellos, el deseo germano oriental de libertades se acrecentó. En 1989, la propia
URSS, el único soporte de la RDA
se desmoronaba, entre la apertura política, la desintegración del partido
comunista, als reformas de Gorbachov y la independencia de las nacionalidades.
A finales
de 1989 comenzaron manifestaciones masivas en contra del gobierno de la Alemania Oriental ,
lo que obligaría al líder de la
RDA , Erich Honecker a renunciar al poder. Subía el débil
reformista Egon Krenz. Krenz iniciaría el 7 de noviembre una reforma que
facilitaba los viajes al exterior de los ciudadanos orientales. Tras varias
desavenencias y faltas de coordinación, y en medio de manifestaciones continuas
contra el régimen comunista, al grito de “Somos el pueblo”, el miembro del
gobierno oriental Günter Schabowski anunciaba en la noche del 9 de noviembre,
sin coordinación, ni organización, y ante toda la prensa, televisión incluida,
que todas las restricciones habían sido retiradas. Decenas de miles de personas
fueron inmediatamente al muro, donde los guardas fronterizos abrieron los
puntos de acceso permitiendo el paso, ante la ingenuidad de los nuevos
dirigentes, que en lugar de imponer cambios graduales, estaban facilitando la desintegración
de un estado ahora sin fronteras.
Sin una
orden concreta, sino bajo la presión de la gente, la guardia fronteriza y las
tropas alemanas orientales abrieron los pasos fronterizos a las 23.00. Sin
fronteras, y con el pueblo deseando irse de allí. ¿Que sentido tenia la RDA ?.
El 9 de
noviembre, los berlineses llevaron a cabo la destrucción del muro con todos los
medios a su disposición, mientras artistas como Mstislav Rostropovitch
inundaban el aire de cantos y muestras de libertad, en medio de la huida de los
dirigentes comunistas y el desanimo de funcionarios y soldados. El muro, creado
para evitar la huida de aquella cárcel, no existía, la fuga fue masiva.
Fernando
Martínez
Estudiante
de bachillerato, Santander
Imagen
cage8.com , lasmilmillas.com
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