Para hablar de la violencia de género, deberíamos afrontar el problema desde el principio, desde la juventud. Para hablar de la violencia en la juventud, debemos reflexionar sobre varios aspectos de la sociedad actual que pueden estar proporcionado esta conducta en los jóvenes. Esta actitud violenta puede estar causada por uno o varios aspectos a tener en cuenta.
Por un lado, nos encontramos con el ámbito familiar, en el
que los padres mantienen una actitud de rechazo, e incluso, abandono hacia su
hijo. No suelen demostrarle cariño y le humillan o maltratan física
psicológicamente.
En contrapartida, tenemos a padres que toleran todo brote de
conducta agresiva del hijo; es decir, no le ponen límites ni le muestran las
consecuencias que puede tener el desarrollo de esa violencia. Esta postura, con
frecuencia, corresponde a padres que son inmaduros e irresponsables que temen
enfrentarse a la negativa o rechazo del niño hacia ellos.
Además, no debemos olvidar que el niño tiende a imitar el
modelo violeto que, en ocasiones, se da de un cónyuge hacia otro (más habitual
del padre hacia la madre, aunque ocurren casos a la inversa).
También es una causa de violencia el desequilibrio emocional
que le causa el niño vivir en un contexto con una familia desestructurada, bien
por separación complicada de sus progenitores, por sucesos traumáticos,
enfermedades graves, alguna adicción de sus padres…etc.
Otro factor desencadenante de la violencia se produce
mientras el niño aprende a vivir en sociedad. El chico adopta modelos agresivos
por imitación social; es decir, actúa del mismo modo que grupos considerados
influyentes en su ambiente. Generalmente, este “contagio” lo padecen chicos que
no han sido educados en el desarrollo de un espíritu crítico, que no se han
visto acosados o agredidos en algún momento de sus vidas y, por tanto, se
sienten inseguros.
Cuando el chico llega a la adolescencia (o antes) se une a
unos grupos y dentro de él la responsabilidad individual queda diluida y el
sentimiento de culpabilidad desaparece.
Un hecho que lo podemos eludir es el tiempo de ocio de los
jóvenes. La tendencia de las grandes multinacionales de los videojuegos a
fabricar juegos violentos, cada vez con más realismo, produce tal adicción que
el chico dedica todo o gran parte de su tiempo libre a esta práctica. En este
caso, la violencia no sólo se aprende por imitación, sino que se acepta como
algo inevitable y normal.
El tiempo de ocio cuenta con un aliado más de la violencia.
Me estoy refiriendo al consumo de sustancias consideradas como algo
imprescindibles para pasárselo bien. El poco control que existe y el bajo
precio del alcohol, cannabis o estupefacientes de laboratorio, ha llevado
últimamente, a que los chicos comiencen a consumirlo y considerarlo como un
elemento más de diversión. Como es normal, este consumo tiene como consecuencia
la pérdida de conciencia, obviar los valores aprendidos, puede desencadenar agresividad
incontrolada…etc.
Los medios de comunicación juegan un papel muy importante en
el contexto educativo actual. Los problemas donde se ve violencia gratuita son
abundantes y, a pesar de la implantación de horarios infantiles en los que se
debe cuidar, no sólo la imagen sino también el vocabulario y las formas, todos
los días como los programas, llamados del corazón infringen esta norma. En
ellos vemos expresiones inapropiadas, actitudes violentas, sobre todo, mucha
violencia verbal… con esto, el chico recibe la información de que vence el que
más grita, el que más amenaza, en resumidas cuentas: el más fuerte, no el más
inteligente.
Hay un modelo de vida que han adoptado determinados jóvenes
a los que se les llama “Generación Ni-Ni” que está causando cierta alarma
social y que la televisión, especialmente, está dando a conocer como mal
ejemplo de mala conducta. Pero en realidad, y desde mi punto de vista, no está
enfocado como una denuncia de ese comportamiento, sino que está explotando
morbosamente este gravísimo problema para rellenar espacios televisivos.
La “Generación Ni-Ni” lo componen jóvenes que carecen de
incitaciones en la vida. Son personas que no han conseguido acabar sus
estudios, que nadie les ha hecho ver la necesidad de formarse, que se dedican
únicamente al ocio, a sí mismos, que carecen de metas… en resumen, son personas
que se sienten frustradas, insatisfechas y violentas consigo mismo y con los
demás. Con ellos mismos no se respetan, tampoco respetan a los demás.
Por añadidura, constantemente estamos oyendo hablar en los
medios de comunicación de todos los derechos que tiene el niño, pero oímos muy
poco o casi nada de sus obligaciones, tanto en el ámbito familiar como en el
colegio o la sociedad.
A todos estos factores hay que añadir, también, determinadas
patologías que se pueden desencadenar en las primeras etapas de nuestra vida.
Para detectar los grupos de riesgo de menores hay grandes deficiencias. En el caso de las familias se tiende a ocultar los problemas que el niño está causando en la convivencia. La sociedad adopta una postura hipócrita y mira para otro lado, refugiándose en la expresión “son cosas de chicos”. Apoyada en la certeza de que la juventud es una etapa muy difícil, llena de inseguridades, inconformismo y conflictos de identidad, no invierte lo suficiente en medios económicos y, sobre todo, humanos para que se lleven a cabo todos los proyectos que se plantean.
De vez en cuando oímos a especialistas en los medios de
comunicación que nos advierten de los riesgos que conlleva no educar a los
jóvenes en valores, con límites en sus comportamientos, con respecto hacia sí
mismos y, por extensión a los demás.
La sociedad del consumismo, de lo inmediato, del egoísmo y
la falta de empatía puede estar formando a adultos que actúen el margen de la
ley en mayor número hasta el presente o adultos con enfermedades psicológicas
provocadas por la insatisfacción y frustración constante, incapaces de ganarse
la vida ni comunicarse.
Imagen LaPrensa.hn
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