Montevideo.
Seis y media de la mañana. Madrugué con la retórica sensación de contestar a
los rayos primerizos de un sol otoñal, sin embargo desde que había llegado, me
acordaba de los versos del cantante uruguayo Santiago Chalar; era verdad que
comenzaba amanecer y aclararse el horizonte pero no conseguía vislumbrar el
negro perfil del monte. Desde mi quinto piso de un céntrico hotel esquina
Héctor Gutiérrez Ruiz –vilmente asesinado por la dictadura cívico militar de
Bordaberry en Argentina- sólo veía la rambla.
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En poco tiempo después, ya había salido del
hotel para tomar el ómnibus en la arteria principal de la ciudad, la Avenida 18 Julio. Estaba
vacía. Me percaté entonces de que vertebraba sólo las últimas 12 horas del día,
las 12 primeras se mantiene parada como si esperara a que alguien la despertase
del silencio que yo no quise romper.
La compañía silenciosa del conductor del
autobús y de algunos usuarios de la línea y la música de Zitarrosa armonizaban
el camino hacia uno de los barrios obreros de la ciudad nutrido históricamente
de inmigrantes laboriosos debido a su cercanía al Frigorífico uruguayo que
tanto abasteció a la población uruguaya durante años. Y es ahí, en el barrio
del Cerro, donde se encuentran la vista más hermosa de todo el país, es en su
Fortaleza donde se visualiza toda la urbe montevideana.
Esa urbe, tan autóctona alejada del
cosmopolitismo, que aún grita ser parte
de la historia del país oriental con tan poco sentido de pertenencia y con
mucho complejo de miras a sus vecinos y a su historia de emigrantes.
La lucha histórica entre la modernidad y el
pasado; entre el Palacio Salvo, el monstruo folklórico, zarrapastroso,
recargado, vivo ejemplo de la nostalgia que asola a esta ciudad y la Torre Antel , que
desafía a la mirada de aquellos que siguen atados al Uruguay de los años 50,
con una estructura moderna. Podría ser un edificio más de la city londinense
pero sin embargo es marca propia de la nueva Montevideo.
Es allí donde me junto con los compañeros de la Agrupación de Negro Franco
del Movimiento de Participación Popular, la fuerza que Pepe Mujica construyó y
que cuando arribó a la presidencia, abandonó para ser el presidente de todos.
A la mirada de expectación, se junta la de
cansancio. Llevan tiempo de campaña. Después de un año de constantes batidas,
de constantes actos y de incesantes quedadas, el ánimo amaina. Llevan las
primarias del Frente Amplio, las elecciones generales y la segunda vuelta a sus
espaldas y a punto de finalizar las elecciones departamentales donde Pepe había
decidido jugar un papel fundamental, no sólo en Montevideo donde se presentaba
su mujer, sino en todo el país.
Son las 8 de la mañana. La llegada de Mujica
y Lucia Topolansky se atrasa. Un grupo de sindicalistas se ha desplazado hasta
la puerta de su chacra en Rincón del Cerro para exigirle una mejora de sus
condiciones. Mientras tanto la decena de compañeros de la agrupación reparten
folletos y las lista para la Junta Departamental de Montevideo.
Mujica estará un rato sacándose fotos y paseándose
por el mercado para por último dar un discurso apoyando a su mujer, pero en
cuanto se vaya, los militantes de la agrupación irán por las calles más
alejadas del bullicio a visitar a los vecinos y ver qué necesitan. Los vecinos
del Plan Juntos.
A la una y media, los compañeros agarran las
listas del sector, amarran las pegatinas y avanzan andando calles y cuadras
hacía los vecinos del barrio que esperan impacientes, otros dubitativos la llegada
de los compañeros.
Livianos de equipaje para ser más libres me
dice uno de los militantes; he sabido lo que es ser pobre, no tener nada para
comer y es ahí donde descubres valores ocultos. Al Pocho le cogieron por ser un
tupamaro y a la vuelta con la restitución de la democracia, en aras de los
sueños y de la utopía de cambio, se lanzó a ser parte de un proyecto como éste,
abandonar las armas para aunar en la consolidación de la democracia. Se sigue
sintiendo parte de esa fuerza constructora; obrero de la construcción de la
patria del futuro que sueñan. Se ve reflejado en las palabras que dirigió el
General Seregni desde el balcón de su apartamento, en el cuarto piso de la
esquina de Bulevar Artigas y Bulevar España, el 19 de marzo de 1984.
Junto con él, se encuentra Álvaro a quien el
sector le cedió la sede de la agrupación
para que viva en ella además de un empleo de secretario en la organización.
Durante la batida recorriendo, descubro las
casas en proceso de construcción. En una de ellas, está un joven de 20 años
llamado Agustín que, a pesar de la pronta edad, es padre de familia. Con un
hijo de dos años y una mujer, ellos son unas de las 2.300 familias beneficiadas
en todo el país por el Plan Juntos.
Él es florista. Por las mañanas vende flores
en la Teja , el
barrio donde nació Tabaré, en la entrada del cementerio y por las tardes,
marcha a la Plaza
de la Independencia.
En el momento en que oscurece y el casco antiguo se vacía de
trabajadores, toma el ómnibus y regresa.
Ella se
dedica entero al cuidado de su hijo de apenas un año.
En sus pocos ratos libres, Agustín se dedica
a construir la casa. Su hermano también se ha beneficiado del programa, mas él
vive en la Cachimba
del Piojo, un cantegril del barrio de la Teja , donde nacieron muchos de los integrantes
del Movimiento de Liberación Nacional (MLN-T), el movimiento político y brazo
organizativo de los tupamaros.
De su hermano dice, con orgullo, saludó al
Pepe un día que se acercó al lugar donde se están construyendo las casas.
Estaba con Kusturica filmando para su documental. Tuvo la oportunidad de
saludarlo y hablar con él y de agradecerlo de que se preocupara por la gente
pobre.
Agustín me despide, el tiempo es oro y él
necesita seguir acabando de construir su casa. Al momento que dejo de hablar
con esa humilde familia, un militante me subraya la situación en estos barrios
y hace un matiz importante. “La situación es de desesperación, no de
desesperanza”. Remarca el problema con la gente más joven, con los gurises; “No
tienen para poder comprarse unos zapatos
e incluso para poder comer y muchos de ellos se encaminan por malos caminos”.
Y en parte profundiza muy bien en el problema
central de estas personas; la esperanza y más ahora con la visita y ayuda del
ex presidente Mujica, sigue en pie pero la necesidad de alimentos, de
salubridad es aún preocupante.
Antes
de regresar al hotel, me fijo en un cartel clavado en un palo de madera
en la entrada de una casa; “Prohibido pasar penurias”. Ella es Dolores, de unos setenta años que casualidades de la
vida la había visto días atrás en la
Rural del Padro, un parque donde todas las formaciones
políticas en campaña electoral durante la semana de Turismo, montan sus
enclaves para dar difusión de sus candidatos. Estaba en la barraca de la lista
5001, propia del Partido Comunista de Uruguay.
Lo que más me llamo la atención de esa mujer
era su fuerza. Madre y abuela de familia numerosa, tenía una fuerza interior
increíble y con unas ideas bastante férreas. Su mirada trasmitía una paz y una
valía poco vista en el resto de la gente. Ahí comprendí el porqué de su nombre,
la Pasionaria
al lado de ella era una principiante.
Días
después me la encontraría en la batida por el asentamiento de Isla de Gaspar.
Isla de Gaspar es un asentamiento en medio de
la urbe montevideana. Pude acceder a gracias a que Martin Nessi, el candidato a
primer edil por el partido en la Junta Departamental de Montevideo, y Fernando
Silva y su mujer Ana Etorena me vinieron a buscar.
El asentamiento se encontraba en vías de
desaparición. Lucia Topolansky y una veintena de personas descubrimos cómo
estaban las chabolas y en qué condiciones vivía la gente. Muchos de ellos
pudieron irse a vivir a unas casas acondicionadas para que no tuvieran que regresar
a Isla de Gaspar. En el momento de entrar, Lucia me presenta a Pelusa. Ella es
la encargada de cuidar y de evitar que la gente se asiente en los huecos que
van quedando en el asentamiento.
Jamás habría pensado que existiesen personas
capaces de vivir en tales condiciones. Se me quedará grabada siempre la imagen
de un niño de ocho años que desde el comienzo al fin del recorrido nos
acompañó; quería que Lucía viese a su abuela. La casa de su abuela estaba en
mitad del lugar, recogida en una esquina, resguardada por la basura y por la
inmundicia que había alrededor, consigo entrar a la casa junto con Lucia y su
suplente, Gustavo Leal.
No serían más de 40 metros de casa, una
cocina, dos camas y una mujer que suplicaba que la diesen la propiedad de la
casa para poder estar más tranquila. Sin embargo, como afirmaba Pelusa, dar la
propiedad a una familia era peligroso pues generaba una sinergia, en las
escasas familias que quedaban, de pertenencia que provocaría que el objetivo de
acabar con este asentamiento en 5 años se viese entorpecido.
Al final de la batida conseguí quedar con
Alfredo para conocer de primera mano a las personas beneficiadas por el Plan
Juntos en el interior. La bicefalia que existe en el país oriental muestra la
idiosincrasia de una misma realidad; si en Montevideo, la capital, las
reagrupaciones de asentamientos y de construcciones de casas iban a un gran
ritmo, en el interior la cosa era bastante distinta. La fuerte centralización
del país había provocado que gran parte de los avances se hubiesen centrado en
la capital y el interior, enfrentado a una realidad bastante distinta, los
cambios tardaran mucho más en hacerse efectivos.
Al día siguiente y siguiendo las
instrucciones, me dirigí al local central del Movimiento de Participación
Popular a dos cuadras –avenidas- de mi hotel, en Mercedes 1390.
En el local me esperaba el Citroën de Alfredo
Méndez juntos con 8 compañeros que le acompañan entre los que estaba el chofer
de Lucía o el fotógrafo de la imagen más famosa del Pepe, la de él montado en
su escarabajo puño en alto nada más abandonar la presidencia.
Ellos irían en la furgoneta, yo en el coche
de Alfredo. No había gran espacio entre las banderas del Frente Amplio, la
coalición de sectores de izquierda entre los que está el MPP, las de la
agrupación, las pancartas con las imágenes del Pepe que repartirian por el
camino hacia los distintos asentamientos del interior en los que estarán.
Ante el desconocimiento pero con la necesidad
de descubrir, dejo que las cosas transcurran, que me lleven sin la prisa de
pensar qué pasara.
Durante el viaje, las mañanas se pasaban
enteras en la carretera, de Montevideo a Mercedes, de Mercedes a Fray Bentos,
de Fray Bentos a Colonia del Sacramento, de Colonia a Cardona y Florencio
Sánchez, de Florencio Sánchez a San José.
En cada parada descubría una historia
diferente que te hacía sentir un privilegiado. La construcción de una casa para
personas que viven en la inmundicia es la mayor y mejor herencia que José
Mujica ha podido dejar a su pueblo.
En ese viaje al interior me quedó marcado el
encuentro con Marita. En un pueblo en la frontera entre Soriano y Colonia, allí
vivía ella.
Debo decir que la primera vez que la vi, me
sorprendió su vitalidad. Ese tipo de gente que radia alegría y llaneza, que no
cuestiona el quién eres sino simplemente te allana el qué quieres. Marita era
una de las primeras beneficiadas del Plan Juntos. Su casa había sido una de las
primeras en construirse cuando José Mujica creó el programa. Tenía problemas de
alcohol o eso me dejó entrever. Los compañeros del partido la vigilaban como
comprobé los dos días que pasé allí. La conocí en el comité de base, su casa y
la de todos que pertenecen al Frente Amplio, la coalición de partidos donde
está integrado el MPP.
Lo primero que me fije en ella fue en su
mirada. Hay miradas que trasmiten la sensación de seguridad, entonces
comprendes la firmeza de sus convicciones. Esas miradas tan necesarias en la
política, sin embargo la mirada de Marita era diferente. No trasmitía
convicción política, su bagaje cultural no era abundante mas como decían en el
partido; “aquí todos servimos para algo, aquí no somos iguales pero en nuestra
diferencia encontramos la igualdad de convivir juntos”. Marita era diferente al
resto, aportaba la alegría y el compañerismo tan necesario entre los
militantes. Ella en parte se había convertido
en el punto común de todos los del comité. La mujer que abría y cerraba
todas las mañanas y noches el local, que fue la primera en recibirme con
botellas de agua después de un día de viaje político.
En mi último día en Uruguay, Lucía dijo en
uno de sus mítines las palabras que abanderaron su campaña. Militar con alegría
y con convicción. Con razón y corazón. Marita era el fiel ejemplo de ello. La
alegría de su mirada, la razón de su bondad y el corazón de sus acciones.
Compartí con ella y su agrupación una jornada
de trabajo, me habló de su vida y de lo que para ella era ser feliz. Su mirada
de felicidad me guiaba hacia la chacra de la entrada del pueblo que se
encontraba a 3
kilómetros del comité y que recorría todas las mañanas y
noches andando.
De Marita me despedí con melancolía. Sabía que
no nos íbamos a encontrar nunca más. Sin embargo, durante las tres semanas que
estuve en el país, descubrí que a pesar de las diferentes historias que había
escuchado, a pesar de las distintas familias que había conocido, todos tenían
un punto de conexión; una casa producto de un programa impulsado por un
presidente diferente apodado Mujica o simplemente el Pepe.
David Sanjuán
Estudiante
de derecho, Cantabria
Imágenes
David Sanjuan
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