jueves, 4 de junio de 2015

Carreras invasoras




El aumento de la sensibilidad medio ambiental, el afán por vivir en la naturaleza y el prefijo “eco”, no siempre son representan una buena idea, que todo en exceso es malo. En los últimos años, la vida natural y el contacto permanente con la naturaleza han sembrado nuestro país de monterías, excursiones, recorridos extremos y carreras populares.


Un ejemplo de esto último es la primera prueba mundial de espeleo-trail, una carrera “indor” con las estalactitas de decorado. El lugar elegido es la cueva de Valporquero, propiedad de la diputación de León, que ha autorizado al Club Atletismo La Bañeza y a la empresa DPTK Innovación y Tecnología, a organizar esa prueba. Con un recorrido de 12 kilómetros, trescientos afortunados deportistas podrán recorrer en zapatillas una de las cuevas más importantes de nuestro patrimonio geológico, visitada cada año por miles de turistas, que buscan en ellas sus impresionantes y milenarias formaciones calcáreas.

Para las autoridades nos encontramos ante una oportunidad única de promoción turística y de creación de valor para los visitantes de la zona. Para ecologistas y grupos vecinales, ante una “salvajada inconsciente”. Pese al cuidado prometido, la invasión de luces, pasarelas y medios para facilitar la travesía, resulta chocante ante la prohibición habitual de sacar fotos y de hablar (salvo que susurres), como nos indican desde el club Running León.

La organización y las autoridades han explicado que se van a tomar medidas extremas para evitar el vertido de desperdicios (los participantes deberán cargar con sus propios residuos, tales como geles, botellas o envoltorios) y para acotar la ruta, preservando la mayor parte de la cueva de cualquier perjuicio (aunque los corredores podrán entrar con sus bastones.
Cantabria, donde las pruebas en cuevas como el Soplao o en espacios naturales del litoral se consolidan, es otro ejemplo de esta fiebre eco-atlética.
Pero las cuevas no son el único espacio en riesgo por la extensión de estas prácticas deportivas y recreativas. Hace unas semanas, varios guardas del servicio forestal y guías de rutas turísticas alertaban sobre la disminución de huellas de animales en zonas habituales para ellos, desplazados por la presencia continua de visitantes, andadores y deportistas que, con su mejor buena fe, invaden espacios protegidos o de conexión entre estos. Un ejemplo es la ruta de rozas de Ucieda, muy afectada por las carreras de ultramaratón.
La preocupación de algunos colectivos, ante la falta de información a los ciudadanos y ante la ausencia de una normativa que regule estás prácticas ha llevado a algunos deportistas a tomar iniciativas. Es el caso de la campeona cántabra de ultrataril, Anabel Merino que se ha negado a participar en aquellas pruebas que no cumplan unas estrictas medidas ambientales.
“Una exageración, puesto que las carreras se desarrollan en zonas acotadas y sobre pistas ya construidas, con lo que el impacto es menor que un desplazamiento habitual de ganado”, nos explican desde la Federación de Municipios.
Pero no ven tan claro los grupos ecologistas. “La carrera de El Soplao atraviesa senderos muy poco transitados del Parque Saja Besaya, en la zona de Liendres ha debido ponerse en práctica limitaciones ante el aumento de residuos, en Peña Lara ha habido quejas de los ayuntamientos”. Para Francisco Gutiérrez, campeón de utratrail de Cantabria y especialista ambiental, los beneficios sobre la conciencia social hacia el medio, y las ventajas económicas son muy superiores a los riesgos, y las organizaciones de los eventos toman muchas precauciones, aunque es cierto que en pruebas tan largas, algunas nocturnas, hay corredores que se pierden y se salen de las zonas limitadas, y persona que no contribuyen, precisamente, a la limpieza de los espacios.

En medio de esta creciente polémica, Investigadores del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos y de la Universidad Autónoma de Madrid han presentado hace una semana una primera investigación sobre el tema que revela los efectos sobre ciertas aves (el sisón, principalmente) la presencia del hombre en zonas que deberían estar protegidas.
Para ello se ha analizado la presencia en las heces de las aves de metabolitos de corticosterona, la hormona del estrés.
El resultado es bastante concluyente, el estrés aumenta significativamente durante el fin de semana, frente al resto de días. Son estos periodos en los que aumentan actividades de recreo en los montes por parte de los seres humanos (llámese paella familiar o maratón aficionado).
El estudio revela que en las aves estudiadas, los fines de semana predominan los comportamientos típicamente anti-predatorios y el desplazamiento hacia lugares de menor calidad en cuanto al alimento. En cambio, tras el fin de semana, pasan más tiempo comiendo, probablemente para recuperarse del gasto energético sufrido durante los fines de semana.
Quizá una medida fuese la construcción de refugios para las aves con suficientes recursos alimenticios para el fin de semana (al estilo de los refugios nucleares para humanos). O quizá solo bastase con inventar una bebida isotónica con altas dosis de sentido común.



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