lunes, 15 de junio de 2015

Nacionalismo, una historia con sombras



Celebramos los aniversarios de las dos guerras mundiales que devastaron Europa, dos choques entre naciones europeas provocados por el nacionalismo fanático. Tantos años después, la realidad en la que nos encontramos inmersos en el siglo XXI es, por un lado, la globalización y, por otro, su opuesto, el nacionalismo, una ideología que ha resurgido con el hundimiento del sistema comunista en las repúblicas balcánicas y bálticas y que perdura en países como en Francia, Gran Bretaña, Bélgica, España o Canadá (Quebec).


En Alemania, en el siglo XIX, surge la corriente literaria y filosófica llamada Romanticismo, que tiene a la Edad Media como un objetivo misterioso, idealizado, un periodo durante el cual se fragua el nacimiento del concepto ‘nación’. Otras fuentes que alimentan el nacionalismo que propagan los románticos fueron las revoluciones liberales burguesas. Así, la Revolución Francesa fortaleció el movimiento como medio de expansión de la nación contra  la monarquía absoluta y  contra el resto de Europa.
Napoleón animó al nacionalismo cuando, en Italia, criticó la presencia austriaca. Pero al mismo tiempo, su afán imperialista volvió los movimientos nacionalistas en su contra, como en el caso alemán, ruso o español.

Durante la Restauración el nacionalismo luchó contra la formación artificial de los estados; como sucedió con los belgas, descontentos con que se les integrara en Holanda; con los polacos, que se opusieron a depender del Imperio Ruso; los checos y húngaros, que pretendían apartarse del Imperio Austríaco…

El nacionalismo mantiene que hay asuntos incomprensibles por la razón y la ciencia y como ejemplos sirvan el amor, la religión, la pertenencia a una nación... por lo tanto, el movimiento nacionalista contiene, igual que la religión, un importante componente irracional. Subraya, además, que  las particularidades de naciones y pueblos y profundizar en esas singularidades, conduce  al nacionalismo, a la independencia.
   
El nacionalismo establece como base de la nación a la lengua común, por lo que resurgen las lenguas nacionales y, paras potenciarlas, se depuran vocablos procedentes de otros idiomas. En algunos casos  el nexo de identidad nacional en oposición al dominio extranjero lo constituye la religión, como es el caso de Irlanda frente al dominio inglés, de religión anglicana, o el catolicismo polaco  frente a la ortodoxa Rusia.
  
Por otro lado, los derechos individuales no se tienen en cuenta especialmente. El individuo depende del pueblo o la nación  y los derechos que se reclaman o consiguen son para el colectivo: la nación o pueblo. El objetivo inicial es la libertad e independencia de la nación dominante. De ahí, que el nacionalismo presione para conseguir un reajuste de fronteras. Y, como claro ejemplo de este reajuste es que se lleva a cabo con el triunfo de los nacionalismos en Grecia y Bélgica, que logran su independencia en 1829 y 1830 respectivamente, convirtiéndose de este modo en los pioneros de la consecución de la revolución nacionalista, al mismo tiempo que sirve de ejemplo al resto de Europa.
Pero el paradigma del triunfo nacionalista fueron las unificaciones de Italia y Alemania. Aunque es significativo también su opuesto; es decir, el movimiento independentista que se desarrolló en los dominios turcos y austriacos. En ambos casos el fin último es el mismo: agrupar identidades comunes.

No  todos los nacionalismos tienen las mismas aspiraciones. El independentista vive dos fases, la primera se centra en reivindicar asuntos culturales, como base de su identidad y una segunda, en reivindicar medidas  políticas dirigidas a lograr un  mayor grado de autonomía o, incluso, la independencia con la intención de configurar un nuevo Estado. Por el contrario, el que persigue la unificación de una misma nación distribuida en varios estados lucha para lograr la unidad. Y, también está el  imperialista (Alemania, Francia o Gran Bretaña…) que tiene como objetivo la exaltación de los principios nacionales y el patriotismo. La nación, para éste último, ha de ser la más grande, temida, respetada y, como resultado, la más  grandiosa. Una idea que encubre  intereses económicos para copar nuevos mercados y materias primas baratas. Sin embargo, todos ellos buscan con frecuencia no actúan solos, y se alían con ideologías afines o con objetivos más o menos parecidos.

 Aunque, como principio político conservan sus caracteres básicos, el nacionalismo, como movimiento político, se ha ido adaptando a las distintas circunstancias que pueden darse. Así tenemos que el nacionalismo del siglo XIX era  de carácter cívico, integrador, unificador; el nacionalismo del siglo XX vive un tiempo cambiante al que debe acoplarse; y en tiempos de crisis, el nacionalismo de Estado actúa de un modo incívico, desintegrador, en ocasiones, violento contra el sistema establecido (antiliberal, anticapitalista, anticomunista, antirreligioso, ...) se convierte en un nacionalismo popular, como sucede en varios países del Tercer Mundo, como  Nicaragua, India, Cuba, Mozambique, ..., en otros, vemos tintes fundamentalistas, como en Irán, en Afganistán, ... Como podemos ver, junto al nacionalismo de Estado, que puede ser integrador y/o cívico, o no, hay también un nacionalismo popular, que puede ser violento o pacífico, cívico e integrador  o xenófobo, religioso-fundamentalista, reaccionario o revolucionario…, Distintos ejemplos de éste movimiento popular lo se refleja en naciones como Escocia, Bélgica, Gales, País Vasco, Cataluña, ...

Unos nacionalismos son movimientos de conquista y otros, de defensa. A veces, hay  nacionalismos ocultos por la religión: Bin Laden representa al nacionalismo árabe, por ejemplo.  Otro caso de nacionalismo violento, tras el que se ocultan religiones y fuertes intereses económicos es  el conflicto entre judíos y palestinos.
Los nacionalismos que se amparan en la autodefensa para aniquilar a un nacionalismo más débil es un problema humano. El fanatismo antepone el respeto a los símbolos por encima del respecto a la humanidad. Convierte a la patria en un ídolo y, en ocasiones, se tergiversan hechos históricos con el fin de exaltar los valores patrios y desacreditar a la nación a la que oficialmente pertenece.

El nacionalismo cívico o conciliador es valorado y aceptado; sin embargo, provoca rechazo cuando va acompañado de violencia. En ocasiones se olvida que debería ser un medio para enriquecerse culturalmente.

En un mundo global el debate político en la Unión Europea,  hoy en día, es: ¿unión o disgregación?


Pablo Gutiérrez
Estudiante de secundaria, Colegio la Paz, Torrelavega (Cantabria)

Imagen asociacionmonarquistamexicana.wordpress.com

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