Celebramos
los aniversarios de las dos guerras mundiales que devastaron Europa, dos choques
entre naciones europeas provocados por el nacionalismo fanático. Tantos años
después, la realidad en la que nos encontramos inmersos en el siglo XXI es, por
un lado, la globalización y, por otro, su opuesto, el nacionalismo, una
ideología que ha resurgido con el hundimiento del sistema comunista en las
repúblicas balcánicas y bálticas y que perdura en países como en Francia, Gran
Bretaña, Bélgica, España o Canadá (Quebec).
En
Alemania, en el siglo XIX, surge la corriente literaria y filosófica llamada
Romanticismo, que tiene a la
Edad Media como un objetivo misterioso, idealizado, un
periodo durante el cual se fragua el nacimiento del concepto ‘nación’. Otras
fuentes que alimentan el nacionalismo que propagan los románticos fueron las
revoluciones liberales burguesas. Así, la Revolución Francesa
fortaleció el movimiento como medio de expansión de la nación contra la monarquía absoluta y contra el resto de Europa.
Napoleón
animó al nacionalismo cuando, en Italia, criticó la presencia austriaca. Pero
al mismo tiempo, su afán imperialista volvió los movimientos nacionalistas en
su contra, como en el caso alemán, ruso o español.
Durante la Restauración el
nacionalismo luchó contra la formación artificial de los estados; como sucedió
con los belgas, descontentos con que se les integrara en Holanda; con los
polacos, que se opusieron a depender del Imperio Ruso; los checos y húngaros,
que pretendían apartarse del Imperio Austríaco…
El
nacionalismo mantiene que hay asuntos incomprensibles por la razón y la ciencia
y como ejemplos sirvan el amor, la religión, la pertenencia a una nación... por
lo tanto, el movimiento nacionalista contiene, igual que la religión, un
importante componente irracional. Subraya, además, que las particularidades de naciones y pueblos y profundizar
en esas singularidades, conduce al
nacionalismo, a la independencia.
El
nacionalismo establece como base de la nación a la lengua común, por lo que
resurgen las lenguas nacionales y, paras potenciarlas, se depuran vocablos
procedentes de otros idiomas. En algunos casos
el nexo de identidad nacional en oposición al dominio extranjero lo
constituye la religión, como es el caso de Irlanda frente al dominio inglés, de
religión anglicana, o el catolicismo polaco
frente a la ortodoxa Rusia.
Por otro
lado, los derechos individuales no se tienen en cuenta especialmente. El
individuo depende del pueblo o la nación
y los derechos que se reclaman o consiguen son para el colectivo: la
nación o pueblo. El objetivo inicial es la libertad e independencia de la
nación dominante. De ahí, que el nacionalismo presione para conseguir un
reajuste de fronteras. Y, como claro ejemplo de este reajuste es que se lleva a
cabo con el triunfo de los nacionalismos en Grecia y Bélgica, que logran su
independencia en 1829 y 1830 respectivamente, convirtiéndose de este modo en
los pioneros de la consecución de la revolución nacionalista, al mismo tiempo
que sirve de ejemplo al resto de Europa.
Pero el
paradigma del triunfo nacionalista fueron las unificaciones de Italia y
Alemania. Aunque es significativo también su opuesto; es decir, el movimiento
independentista que se desarrolló en los dominios turcos y austriacos. En ambos
casos el fin último es el mismo: agrupar identidades comunes.
No todos los nacionalismos tienen las mismas
aspiraciones. El independentista vive dos fases, la primera se centra en
reivindicar asuntos culturales, como base de su identidad y una segunda, en
reivindicar medidas políticas dirigidas
a lograr un mayor grado de autonomía o,
incluso, la independencia con la intención de configurar un nuevo Estado. Por
el contrario, el que persigue la unificación de una misma nación distribuida en
varios estados lucha para lograr la unidad. Y, también está el imperialista (Alemania, Francia o Gran Bretaña…)
que tiene como objetivo la exaltación de los principios nacionales y el
patriotismo. La nación, para éste último, ha de ser la más grande, temida,
respetada y, como resultado, la más
grandiosa. Una idea que encubre
intereses económicos para copar nuevos mercados y materias primas
baratas. Sin embargo, todos ellos buscan con frecuencia no actúan solos, y se
alían con ideologías afines o con objetivos más o menos parecidos.
Aunque, como principio político conservan sus
caracteres básicos, el nacionalismo, como movimiento político, se ha ido
adaptando a las distintas circunstancias que pueden darse. Así tenemos que el
nacionalismo del siglo XIX era de
carácter cívico, integrador, unificador; el nacionalismo del siglo XX vive un
tiempo cambiante al que debe acoplarse; y en tiempos de crisis, el nacionalismo
de Estado actúa de un modo incívico, desintegrador, en ocasiones, violento
contra el sistema establecido (antiliberal, anticapitalista, anticomunista,
antirreligioso, ...) se convierte en un nacionalismo popular, como sucede en
varios países del Tercer Mundo, como
Nicaragua, India, Cuba, Mozambique, ..., en otros, vemos tintes
fundamentalistas, como en Irán, en Afganistán, ... Como podemos ver, junto al nacionalismo
de Estado, que puede ser integrador y/o cívico, o no, hay también un
nacionalismo popular, que puede ser violento o pacífico, cívico e
integrador o xenófobo,
religioso-fundamentalista, reaccionario o revolucionario…, Distintos ejemplos
de éste movimiento popular lo se refleja en naciones como Escocia, Bélgica,
Gales, País Vasco, Cataluña, ...
Unos
nacionalismos son movimientos de conquista y otros, de defensa. A veces,
hay nacionalismos ocultos por la
religión: Bin Laden representa al nacionalismo árabe, por ejemplo. Otro caso de nacionalismo violento, tras el
que se ocultan religiones y fuertes intereses económicos es el conflicto entre judíos y palestinos.
Los
nacionalismos que se amparan en la autodefensa para aniquilar a un nacionalismo
más débil es un problema humano. El fanatismo antepone el respeto a los
símbolos por encima del respecto a la humanidad. Convierte a la patria en un
ídolo y, en ocasiones, se tergiversan hechos históricos con el fin de exaltar
los valores patrios y desacreditar a la nación a la que oficialmente pertenece.
El
nacionalismo cívico o conciliador es valorado y aceptado; sin embargo, provoca
rechazo cuando va acompañado de violencia. En ocasiones se olvida que debería
ser un medio para enriquecerse culturalmente.
En un mundo
global el debate político en la Unión Europea ,
hoy en día, es: ¿unión o disgregación?
Pablo Gutiérrez
Estudiante
de secundaria, Colegio la Paz ,
Torrelavega (Cantabria)
Imagen asociacionmonarquistamexicana.wordpress.com
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