Los devastadores fenómenos naturales que la tierra padece desde hace unas décadas, en mayor intensidad que en el resto de su historia humana y geológica, mantienen dividida a la comunidad científica, entre los que defienden que solo estamos observando un ciclo natural o los que constatan una dinámica destructiva, de raíz humana en el planeta.
La evidencia del efecto que sobre el planeta produce la
combustión fósil (el denominado efecto invernadero), causante sin paliativos de
la degradación del planeta, como sostienen los ecologistas y buena parte de la
sociedad, choca con la prudencia de la comunidad científica, cuando no con su
desacato a esta doctrina.
En un reciente informe, Christopher Landsea, miembro de la
Agencia Nacional de Oceanografía y Atmósfera de Estados Unidos (NOAA), advertía
de los peligros de un catastrofismo sin base científica, en el análisis de
fenómenos atmosféricos como los huracanes o los tifones. Según Landsea, la
extendida creencia de que estos efectos atmosféricos han cobrado gran
virulencia en los últimos tiempos carece todavía de base real. Durante el último
decenio solo se observado un incremento de rango 1 en la aparición de este tipo
de meteoros, si bien es cierto que su intensidad es mayor que en épocas
anteriores. Sin embargo, según el NOAA, la tierra sufre ciclos de entre 25 a 40
años, en los que calor acumulado en el mar sufre oscilaciones, derivando ello
en ciclos en los que el numero e intensidad de ciclones y huracanes, se agrava
o suaviza. El NOAA, ha desarrollado un extenso e intenso programa de
seguimiento y control que emplea satélites polares, que permiten un estudio
detallado de ojos y paredes de los huracanes, jets de aproximación y
seguimiento y turbo hélices dotados de sensores desplegables que pueden
introducirse en el interior de los huracanes para comprender su dinámica y los
hechos climáticos a los que están asociados. Todo ello ha permitido al NOAA
aumentar su capacidad de predicción, pero no revelar la gran duda, la relación
entre los huracanes y el cambio climático. En cualquier caso, como recuerda
Landsea, el secreto está en que estudiemos el mar, pues estos hechos están
vinculados a turbulencias generadas sobre masas húmedas y calidas, dos
circunstancias que quizá se están modificando en la superficie y bajo los
océanos.
A tal fin, varios gobiernos están impulsando proyectos
científicos tendentes a descubrir los cambios del medio marino y su relación
con la contaminación humana. Uno de ellos es español. El Instituto de Ciencias
del Mar de Barcelona, en colaboración con las agencias espaciales francesa y
europea, y con la empresa EADS/CASA aeroespacial están a punto de poner en
órbita el satélite SMOS. Este satélite español estará dotado del sistema radio
metrito Miras. El responsable del proyecto Andrés Borges, explica que la
intención es estudiar las condiciones de salinidad y temperatura del océano,
causante de su densidad, y por ende de las corrientes, su origen y los efectos
climáticos de ello. Antes de crear alarmismo, comenta Jordi Font, presidente
del Instituto Catalán, debemos saber si los cambios marinos son cíclicos o
forzados por la actividad humana, si estas corrientes tienen relación con la
contaminación fluvial, si están asociados a modificaciones de la composición
atmosférica, o si sus oscilaciones están provocadas por fenómenos nacidos en
los continentes, como parece que ocurre con los ciclones americanos, nacidos de
perturbaciones africanas. El proyecto se ha completado en 2008 con una segunda
sonda espacial Aquarius, y una tercera Hydra que desde 2011, permite un control
exhaustivo de la atmósfera, del mar y de la tierra. Quizá eso nos desvele el
enigma.
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