sábado, 9 de mayo de 2015

Educar para la muerte



La violencia y la muerte han recorrido un instante la vida de nuestros compañeros del Instituto Joan Fuster. Nuestro corazón y nuestras manos están con vosotros.
Es difícil hablarle a un niño o a un joven de la llegada de la muerte, más cuando está se desliza furtiva allí donde el único objetivo es hacer crecer la vida, con la palabra y la cultura, en un colegio, como ocurrió hace unas semanas.


Desde los 4 años los seres humanos empiezan a desarrollar curiosidad y dudas acerca de la muerte. “¿Qué es morirse?”, “¿Qué pasa cuando te mueres?” o “¿Me voy a morir yo?” son preguntas a las que no siempre resulta fácil contestar. Para el psicólogo Ventura Gómez la clave está en responder diciéndoles la verdad, sólo la verdad, pero no toda la verdad.

El reto ante dramas como el ocurrido en el instituto barcelonés Joan Fuester, es como afrontar el dolor, y las preguntas ante la muerte, de personas aun en plena maduración personal.

Todo padre intenta de algún modo proteger a sus hijos de aquellos aspectos de la realidad que pueden producir dolor. Sin embargo, evitar hablar de algo no implica que no nos estemos comunicando. Eludir un tema que visiblemente nos afecta hace que los niños duden en preguntar, llegando a representar su propia realidad de lo que ocurre. En edad preescolar, donde el egocentrismo es una característica propia de la personalidad, pueden incluso sentirse culpables de la pérdida, sufriendo una gran preocupación.

Ocultando nuestra tristeza, además, hacemos de la expresión de dolor un signo de debilidad, no dando permiso al niño para elaborar su propio duelo. Y es que la inteligencia emocional, entendida como la capacidad para identificar y manejar sentimientos y emociones propias y ajenas, se aprende por observación. Sufrir cuando toca sufrir es, por tanto, una buena forma de enseñar a los más pequeños a reaccionar correctamente en cada momento de la vida. Por el contrario, en familias donde existen tabúes, descubrimos que los niños se muestran muy confundidos y, al llegar a adultos, manifiestan ira en situaciones donde la tristeza es la emoción subyacente.

Pero si no debemos ocultar a los niños nuestras emociones, menos aún hay que decirles lo que tienen que sentir. Mostrar indiferencia ante el fallecimiento de un familiar es un ejemplo de cómo cada niño expresa lo que siente de forma diferente. Por eso, es importante alentar a los niños a hablar acerca de sus emociones y dudas sobre la muerte. Una opción puede ser conversar con ellos sobre flores o animales muertos, ya que es más fácil tratar cualquier tema cuando estamos menos implicados emocionalmente.

En esta línea, los funerales cumplen la función de reconocer y aceptar la pérdida de un ser querido. Pero aunque la toma de contacto con este ritual pueda disminuir los misterios que rodean a la muerte para los niños y adolescentes, nunca se les debe obligar a acudir. Su asistencia sólo será adecuada cuando sean capaces de comprender lo que está ocurriendo, siempre habiéndoles informado de lo que van a presenciar. Asimismo, estas pautas son aplicables a las visitas a enfermos terminales.

“¿Y dónde está?”. Respetando todas las creencias religiosas, ir con cosas intangibles no suele funcionar en la mente de un niño, y no en todas las ocasiones en la de un adolescente.

Un tema tan socorrido como el cielo, puede suscitar preguntas acerca de cómo la persona “ha subido”. Por otro lado, si la religión nunca ha cumplido un papel importante en la familia, las explicaciones místicas pueden asustar a los chavales, ya que suelen entenderlas literalmente. Afirmar que una muerte “es la voluntad de Dios”, por ejemplo, puede hacer a un niño preocuparse de que Dios venga por él.

En estos casos, una explicación sencilla es lo más adecuado: “Cuando las personas morimos, vamos a un cementerio. Allí nos entierran y ponen una placa donde aparece la fecha de la muerte”.

“¿Y por qué se ha muerto?”. Se debe quitar a los niños la idea de que sólo mueren los mayores y los malos. Dos cosas hemos de dejarles claras: La muerte no es un castigo. El fallecimiento de un familiar no significa que otros seres queridos vayan a morir próximamente.

Ante una muerte violenta, es bueno aclarar que la mayoría de las personas son responsables y no se matan entre sí, aunque los medios a veces encuadren la violencia bajo circunstancias normales.

De igual importancia es explicar a los niños aquellas cosas que los adultos damos por sentando, pero que ellos probablemente desconozcan. Es el caso de la asunción de que la persona fallecida no va a estar con nosotros nunca más. Para los niños el hecho de que alguien no “esté aquí” implica que esa persona está en otro lugar. Por eso, a veces necesitan confirmación de que esa persona no va a volver. Un adolescente puede entender ya del todo la muerte, pero cuando es brusca y violenta, cuando es la primera de su entorno, puede ser traumática, porque significa descubrir que la muerte es irreversible y que todos, ellos también, moriremos algún día.

Aunque sea necesario hablar a los niños y adolescentes de la muerte, es recomendable pasar por alto detalles escabrosos o incomprensibles para ellos. Las respuestas deben ser breves, fáciles de entender y adecuadas a su edad.

Pero si algo resulta extraordinario es saber que en este tema nosotros también podemos y debemos aprender de los más pequeños. Son precisamente ellos quienes suelen volver con mayor facilidad a la rutina, enseñándonos algo a los adultos: que el espectáculo debe continuar. Porque, como decía Augusto Monterroso, lo único malo de irse al Cielo, es que allí el cielo no se ve.



Rocío García Manuz, María Muñiz
Estudiantes de bachillerato, Colegio Nuestras Señora de la Paz, Torrelavega (Cantabria)
EPE15/Enredados
Imagen Ruben Ceballos

Coordina Ventura Gómez

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