La
violencia y la muerte han recorrido un instante la vida de nuestros compañeros
del Instituto Joan Fuster. Nuestro corazón y nuestras manos están con vosotros.
Es difícil
hablarle a un niño o a un joven de la llegada de la muerte, más cuando está se
desliza furtiva allí donde el único objetivo es hacer crecer la vida, con la
palabra y la cultura, en un colegio, como ocurrió hace unas semanas.
Desde los 4
años los seres humanos empiezan a desarrollar curiosidad y dudas acerca de la
muerte. “¿Qué es morirse?”, “¿Qué pasa cuando te mueres?” o “¿Me voy a morir
yo?” son preguntas a las que no siempre resulta fácil contestar. Para el
psicólogo Ventura Gómez la clave está en responder diciéndoles la verdad, sólo
la verdad, pero no toda la verdad.
El reto
ante dramas como el ocurrido en el instituto barcelonés Joan Fuester, es como
afrontar el dolor, y las preguntas ante la muerte, de personas aun en plena
maduración personal.
Todo padre
intenta de algún modo proteger a sus hijos de aquellos aspectos de la realidad
que pueden producir dolor. Sin embargo, evitar hablar de algo no implica que no
nos estemos comunicando. Eludir un tema que visiblemente nos afecta hace que
los niños duden en preguntar, llegando a representar su propia realidad de lo
que ocurre. En edad preescolar, donde el egocentrismo es una característica
propia de la personalidad, pueden incluso sentirse culpables de la pérdida,
sufriendo una gran preocupación.
Ocultando
nuestra tristeza, además, hacemos de la expresión de dolor un signo de
debilidad, no dando permiso al niño para elaborar su propio duelo. Y es que la
inteligencia emocional, entendida como la capacidad para identificar y manejar
sentimientos y emociones propias y ajenas, se aprende por observación. Sufrir
cuando toca sufrir es, por tanto, una buena forma de enseñar a los más pequeños
a reaccionar correctamente en cada momento de la vida. Por el contrario, en
familias donde existen tabúes, descubrimos que los niños se muestran muy
confundidos y, al llegar a adultos, manifiestan ira en situaciones donde la
tristeza es la emoción subyacente.
Pero si no
debemos ocultar a los niños nuestras emociones, menos aún hay que decirles lo
que tienen que sentir. Mostrar indiferencia ante el fallecimiento de un familiar
es un ejemplo de cómo cada niño expresa lo que siente de forma diferente. Por
eso, es importante alentar a los niños a hablar acerca de sus emociones y dudas
sobre la muerte. Una opción puede ser conversar con ellos sobre flores o
animales muertos, ya que es más fácil tratar cualquier tema cuando estamos
menos implicados emocionalmente.
En esta
línea, los funerales cumplen la función de reconocer y aceptar la pérdida de un
ser querido. Pero aunque la toma de contacto con este ritual pueda disminuir los
misterios que rodean a la muerte para los niños y adolescentes, nunca se les
debe obligar a acudir. Su asistencia sólo será adecuada cuando sean capaces de
comprender lo que está ocurriendo, siempre habiéndoles informado de lo que van
a presenciar. Asimismo, estas pautas son aplicables a las visitas a enfermos
terminales.
“¿Y dónde
está?”. Respetando todas las creencias religiosas, ir con cosas intangibles no
suele funcionar en la mente de un niño, y no en todas las ocasiones en la de un
adolescente.
Un tema tan
socorrido como el cielo, puede suscitar preguntas acerca de cómo la persona “ha
subido”. Por otro lado, si la religión nunca ha cumplido un papel importante en
la familia, las explicaciones místicas pueden asustar a los chavales, ya que
suelen entenderlas literalmente. Afirmar que una muerte “es la voluntad de
Dios”, por ejemplo, puede hacer a un niño preocuparse de que Dios venga por él.
En estos
casos, una explicación sencilla es lo más adecuado: “Cuando las personas
morimos, vamos a un cementerio. Allí nos entierran y ponen una placa donde
aparece la fecha de la muerte”.
“¿Y por qué
se ha muerto?”. Se debe quitar a los niños la idea de que sólo mueren los
mayores y los malos. Dos cosas hemos de dejarles claras: La muerte no es un
castigo. El fallecimiento de un familiar no significa que otros seres queridos
vayan a morir próximamente.
Ante una
muerte violenta, es bueno aclarar que la mayoría de las personas son
responsables y no se matan entre sí, aunque los medios a veces encuadren la
violencia bajo circunstancias normales.
De igual
importancia es explicar a los niños aquellas cosas que los adultos damos por
sentando, pero que ellos probablemente desconozcan. Es el caso de la asunción
de que la persona fallecida no va a estar con nosotros nunca más. Para los
niños el hecho de que alguien no “esté aquí” implica que esa persona está en
otro lugar. Por eso, a veces necesitan confirmación de que esa persona no va a
volver. Un adolescente puede entender ya del todo la muerte, pero cuando es brusca
y violenta, cuando es la primera de su entorno, puede ser traumática, porque
significa descubrir que la muerte es irreversible y que todos, ellos también,
moriremos algún día.
Aunque sea
necesario hablar a los niños y adolescentes de la muerte, es recomendable pasar
por alto detalles escabrosos o incomprensibles para ellos. Las respuestas deben
ser breves, fáciles de entender y adecuadas a su edad.
Pero si
algo resulta extraordinario es saber que en este tema nosotros también podemos
y debemos aprender de los más pequeños. Son precisamente ellos quienes suelen
volver con mayor facilidad a la rutina, enseñándonos algo a los adultos: que el
espectáculo debe continuar. Porque, como decía Augusto Monterroso, lo único
malo de irse al Cielo, es que allí el cielo no se ve.
Rocío
García Manuz, María Muñiz
Estudiantes
de bachillerato, Colegio Nuestras Señora de la Paz , Torrelavega (Cantabria)
EPE15/Enredados
Imagen
Ruben Ceballos
Coordina
Ventura Gómez
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