miércoles, 8 de octubre de 2025

Los chicos del periódico


Mi primer día de clase de bachiller fue inhóspito, algunos de mis amigos no estaban conmigo. Otros grupos cobijaban a mis compañeros de ciencias o de sociales, aquellos que me habían acompañado en secundaria.

Era casi el final de la mañana y continuaba el tedioso desfile de áreas y materias. Con su mejor buena fe los profesores entraban y salían explicándonos las virtudes de lo que iba a ser nuestro trabajo durante aquel año, lo duro que seria el curso, el esfuerzo que esperaban de nosotros, lo esencial que era para nuestro futuro, la selectividad que nos esperaba a la vuelta de la esquina...

Cuando ya casi acababa aquella primera mañana se presentó el último, el de economía, con la fobia que yo siempre le he tenido a las matemáticas. Despachó la presentación en cinco minutos. Casi ni nos explicó su asignatura. Sacó un papel arrugado del bolsillo trasero de su pantalón y nos dijo que íbamos a fabricar un periódico. Si me pinchan no sangro. ¿Qué relación podía tener aquello con la asignatura. “El trabajo que realizaremos influirá en vuestra nota al ser calificada cada tarea encomendada...”. Yo no salía de mi asombro, definitivamente me había tocado el lunático del colegio.

Comenzó a leer aquel papel y a desgranar temas de actualidad repartiendo aquellos reportajes, explicando las condiciones técnicas del trabajo y exponiendo el enfoque que deberíamos aplicar a cada uno, entre el asombro de algunos de mis compañeros y el entusiasmo de otros.

No era posible, no me podía estar ocurriendo eso a mí, si yo solo quería aprobar y no meterme con nadie. Pero no, definitivamente no me iba a librar. Cuando aquella tarde mi madre me preguntó por mi primer día de clase.... no supe que decir.

El segundo día fue aun más inquietante. Todo discurría normal, dio clase, nos explicó y cuando faltaban apenas 15 minutos nos fue llamando a su mesa uno a uno para discutir con nosotros parte de nuestros artículos. “La mejor manera de aprender a leer es escribir, la mejor forma de entender el mundo que sirve de escenario a la economía es diseccionarlo. Quiero que averigües por que van a cerrar la fábrica de Fontaneda, necesito una página. Ah, y ponte de acuerdo con Rubén, el es el encargado de preparar el material gráfico”.

De pronto vi en aquellos ojos el porque de tanta excentricidad. Al cabo de dos días había nacido “Maria se queda huérfana”, mi primer articulo. Tras él casi veinte más en dos años. El primer destino era la revista digital que el colegio estaba poniendo en marcha y con la que quería que nos asomásemos al mundo. Para algunos aquello era algo más que un método, reflejaba nuestro espíritu. Así que nos preparamos para concursar en la primera edición nacional de El País de los estudiantes, un concurso nacional que pretendía mostrar periódicos digitales de casi tres mil colegios de España.

Pero aquel concurso era solo una disculpa y pronto nos dimos cuenta. Ahora ya no solo aprendíamos lo que otros escribían. Éramos nosotros también los que creábamos conocimiento.

Quedamos entre los primeros de España, como en los dos años siguientes. Fue un éxito y una gran experiencia. Tras nosotros, el equipo ganó el nacional, varios autonómicos, premios especiales… Pero el concurso no era lo más importante.

El colegio quería que nos volcásemos en aquel proyecto como un medio para crecer, no para ganar, y eso si que era excitante, preparábamos mucho material, con el vértigo de entregarlo en fechas muy concretas, hubiera exámenes o lo que fuese. Cada pocos días nos reuníamos de forma oficial, discutíamos lo que queríamos hacer, criticábamos los trabajos de otro compañero, o nos enfadábamos con alguno, que apurado por el apremio decidía copiar algún texto de la red.

Pero sobre todo nos conocimos, nos integramos y nos ilusionamos. Pasábamos tardes enteras en al aula de informática, charlando, escribiendo o buscando. Aquello más que un periódico era una tertulia.

Aquel vértigo era especial. Cuando pasaron solo unas semanas, la nota, los premios de algunos concursos, o las ausencias de clase (“hoy no puedo ir a mates, hay reunión de redacción a las 10,20”), fueron lo de menos. Nos gustaba nuestro trabajo.

Buscar, discutir, maquetar, redactar. En el cole éramos los del periódico. Algunos profesores se quejaban de lo que aquello nos absorbía, pero como las notas no fallaban, no pasaba nada.

Un día empezaron a llegar padres y antiguos alumnos que él llamaba. Se presentaban en el colegio por las tardes. Ellos y nuestro profesor estaban una hora con nosotros en la biblioteca, explicándonos como afrontar nuestro trabajo y discutiendo los fallos y aciertos de lo que habíamos realizado. Enseñándonos como usar programas y ordenadores o contándonos historias.

Era como si clase la no tuviera límites, como si el aula fuera toda la ciudad. Pero sobre todo nos reímos, y nos sentimos importantes. Cada año (y han pasado quince) la noche antes de publicar el periódico el equipo y los veteranos nos juntamos a cenar, se desarrollan actividades en torno a la palabra y el periodismo vemos como funciona la redacción y recordamos que un día fuimos nosotros. Tras ello, los estudiantes editan durante toda la noche. Es un rito, la noche de ElPaís.

Han pasado quince años, y ya no estoy en Torrelavega. Los del periódico seguimos en contacto, aunque la distancia hace mella. Yo estoy en Sevilla, otros en Santander, en Madrid, en Oviedo... Pero todos cerca.

Aun sigo recordando como aprendimos, y lo importante que fue, cuando éramos unos crios. Aun recibo sus correos como ese en que me pedía hace unos días un nuevo trabajo, el que refleje lo felices que fuimos.

Ahora están en otra época. Han pasado dificultades pero están. Hay nuevos alumnos dentro de El País de los Estudiantes, el mayor programa de prensa escuela en lengua castellana, pero con la misma ilusión que tuvimos nosotros, con el mismo esfuerzo. Estos días el País publicaba una nota sobre aquellos pioneros, y en unos días la cadena SER contará esta historia de quince años enseñando con un periódico.

Pero nosotros fuimos los primeros, fuimos nosotros. Y fueron buenos tiempos, fueron grandes tiempos.

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