Montevideo.
Seis y media de la mañana. Madrugué con la retórica sensación de contestar a
los rayos primerizos de un sol otoñal, sin embargo desde que había llegado, me
acordaba de los versos del cantante uruguayo Santiago Chalar; era verdad que
comenzaba amanecer y aclararse el horizonte pero no conseguía vislumbrar el
negro perfil del monte. Desde mi quinto piso de un céntrico hotel esquina
Héctor Gutiérrez Ruiz –vilmente asesinado por la dictadura cívico militar de
Bordaberry en Argentina- sólo veía la rambla.
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