Ricardo
Fernández Herbosa
Las
crónicas que cada mañana nos remite el enviado especial de RNE en Palestina,
Fran Sevilla, nos trasmiten reiteradamente la imagen de un paisaje
espeluznante, donde el hombre ha sido reducido a uno de sus estadios más
inferiores. Y no nos referimos a las víctimas. “La humanidad ha acabado en
Yenín,” espetaba un preocupado filósofo estos días. Pero la humanidad no solo
está acabando en Yenin. La locura colectiva, unida a la voraz represalia de la
naturaleza también sigue actuando en Afganistán. Y la avidez de poder
y odio del
hombre sigue campando en Zimbabwe o en Venezuela.¿Queda un palmo de terreno
para la esperanza?. Eso es lo que una mente joven se pregunta, no sabiendo si
hallará respuesta.
Y aún sin
saber que ocurrirá en un futuro no extremadamente lejano, seguimos asidos a la
esperanza de un mundo que tome conciencia de sus miserias, y sea capaz de
renovar sus valores, siempre bajo la marca de la humanidad, no de la
individualidad. No podemos admitir una paz sin respeto. No podemos admitir, ni
dar carta de naturaleza a una paz soportada en el miedo, en el rencor, en la
humillación del contrario. Somos jóvenes, y no entendemos, ni queremos, las
viejas rencillas y los caducos impulsos vitales de quienes nos han conducido
hasta aquí. No queremos promesas que olviden a cada persona, a cada derecho, a
cada ilusión particular. Es cierto que nos legan avances y logros, aunque
ocultos en toneladas de escombros, como también lo es que seguiremos creyendo
en la vida, en la nuestra, en la de todos, en la de cada uno. A pesar de todo.
Imagen civilia.com
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