sábado, 14 de junio de 2008

El orgullo de la tierra

¿Por qué en España no se consigue la unidad lingüística y cultural necesaria? ¿Por qué viajar a algunas ciudades españolas es como viajar al extranjero? ¿Por qué nos sentimos incómodos en algunas comunidades autónomas cuando intentamos comunicarnos? Desde hace un tiempo para acá, este tema está tomando mas protagonismo entre la sociedad y sobre todo en el campo político. No solo encontramos diferencias en señales de tráfico, indicadores o anuncios sino que también en algunas ocasiones nos resulta difícil llegar a comunicarnos con personas de las comunidades autónomas en las que tienen otra lengua oficial junto al castellano. La ideología de tener una cultura diferente, el afán por ser distinto a los demás hace que España se divida. Por un lado los catalanes moderados o quizás que se resguardan detrás de los vascos activistas, esos que buscan la independencia por encima de todo y que utilizan cualquier medio para criticar a la sociedad española. Esa sociedad española que es la que les mantiene, la que les alimenta, gracias a la que sobreviven aunque se dediquen a decir lo contrario. Los catalanes como decía son mas moderados, que toman menos protagonismo pero que buscan lo mismo que sus colegas vascos, la independencia del estado español.


¿Y quienes son los que fomentan esto? Por un lado los políticos que con sus planes soberanistas crispan a unos y animan a otros, junto a otros personajes del mundo político que tiran la piedra y esconden la mano, esos que lanzan sus ideas y después si no convencen las retiran; por otro lado esas juventudes con ideales muy distintos a los de sus padres o abuelos, esos jóvenes que buscan problemas y avivan las manifestaciones o reuniones pacíficas. Son esos los personajes que pelean cada día, que se reúnen y que lanzan inventivas sobre la sociedad que ellos odian, rechazan que es  la sociedad española. De Pedro, Antonio, Luís, Roberto, Pablo o Alejandro… pasamos a nombres como Unai, Josep, Jordi, Patxi, Iker o Asier. Nombres que muestran la procedencia de esa persona, que enseñan al mundo su deseo de pertenecer a la sociedad en la que han nacido y no en la que están viviendo. De los pubs pasan a las ikastolas y de las bandas callejeras pasan al terrorismo activo. Pero no toda la persona con este ideal tiene porque acabar de la misma manera. Hay algunos que desean la independencia de su comunidad y no la quieren por la violencia, pero en cambio hay otros que lucharán contra y como sea para conseguirlo. Y son los mismos que cuando viajan al “extranjero”, a España, gritan y aclaman su comunidad, sus ideas y sus organizaciones terroristas que cada día siembran el terror, que hacen que a diario cientos de personas sientan el miedo en el cuerpo cuando salen de casa o cuando se montan en su coche y que hacen que muchas familias no puedan realizar una vida como cualquier otro mortal.


Por muchas desavenencias culturales o lingüísticas no pueden imponerse por la fuerza para ganar la batalla, porque ni aun así la podrán conseguir nunca. Gracias a las leyes que nos rigen, a los jueces que nos juzgan y no por los políticos que nos gobiernan, tarde o temprano esa gentuza acaba entre rejas, acaba luchando para que con ella se haga justicia; lo que no han hecho ellos hasta ahora quieren que lo hagamos nosotros con ellos. Nunca podremos olvidar esos gritos en clamor del terrorismo, las violaciones de la Constitución, las agresiones verbales y físicas que durante todo este tiempo la sociedad española está sufriendo por un grupo que desconsidera la realidad y que no ve más allá de sus impresiones.


¿Son todos los que viven en esas comunidades iguales? No. Existen otras personas muy distintas a las que hemos nombrado. Están esos vascos o catalanes que no juraron lealtad ni al mundo ni a Europa, esos que lo hicieron a España y a su bandera. Que nunca dejarán a un lado el país en el que nacieron por unas tontas ideas de independencia que no se basan en ninguna concluyente. Son esos, ese tal Antonio, Alejandro o Pablo del que hablaba, que esté donde este siempre luchará para que el nombre de su país se oiga más alto que el que pronuncian sus paisanos radicales. Les da igual que se hable un idioma u otro o que se tengan unas costumbres distintas ya que lo que buscan es el bienestar de su familia gracias al país en el que viven dejando a parte ideas políticas que no comparten.



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Y con este texto no quiero decir que tengamos que estar en contra de los que defienden una ideología política u otra. Quiero decir que hay que respetar a todos aunque sus indicadores de tráfico sean distintos o aunque estemos en su ciudad y no comprendamos en muchas ocasiones lo que hablan. Quizás no sientan como sentimos nosotros el concepto de país pero tenemos que luchar no con armas bélicas sino con sentido común para que dejen de pelear por conseguir su independencia, tienen que entrar en razón y darse cuenta de que España tiene que ser una unidad de todas las comunidades autónomas que lo forman para que el país funcione y se respete, crezca y se comunique para que al final todos independientemente de decir hola o kaixo podamos llegar a respetarnos y unirnos para que ningún terrorista acabe con la vida de una persona que, cada día, se levanta para trabajar y poder facilitarse a él y a su familia una vida digna. Olvidémonos de tiempos pasados en los cuales el peso político se centraba en una comunidad u otra, en el que el peso social estaba en manos de unos pocos. Quitemos de la cabeza a esos “radicales” la idea de la independencia gracias a la violencia y aunque dialogando no consigamos nada, nunca debemos darles lo que piden. ¿Qué sería del País Vasco sin España? ¿Qué sería de Cataluña sin España? ¿Cómo podrían sobrevivir económica y socialmente? Y nos centramos en la idea de la independencia porque en realidad la lucha entre las lenguas y las costumbres se centra en eso; ya que no hablamos un mismo idioma aunque el castellano es lengua oficial, se sienten debido a ello más vascos o catalanes que españoles. Hemos visto quemar banderas de España, hemos visto morir gente por defender a España y a los españoles y cada día vemos con nuestros propios ojos como nos acribillan por no dejarles libertad, como ellos dicen. Pero, ¿podemos permitir que a los españoles nos insulten por serlo? En ningún caso debemos dejarlo, porque ellos por mucho que les pese también han nacido en España, no juraremos lealtad a España como nuestros padres y abuelos hicieron pero nuestros colegas defensores del independentismo no deben mofarse de ello. Si respetamos sus ideales pero no los compartimos, ¿por qué ellos a nosotros no nos respetan? Nunca se podrán salir con la suya de desaparecer de España y olvidarse de un Monarca e idolatrar a su salvador, a ese Lendakhari o Conseller de Gobern que les hizo desaparecer del panorama español para comenzar una nueva etapa que acabará en una crisis total. Y volveremos otra vez a la misma situación pero está vez los que no luchaban, los que se sentían españoles, entrarán en la batalla para poder formar parte de lo que hasta hace poco habían sido, para volver a ser españoles.


No juguemos con sentimientos, no nos riamos de lenguas o costumbres pero luchemos entre todos para acabar con esos indeseables que les da igual sacrificar la vida de los demás para conseguir lo que buscan desde hace mucho tiempo, para llegar a ser independientes. Ni la Constitución, ni las leyes y menos los políticos del país podrán conseguir lo que entre todos podemos llegar a hacer: un país, España, que aunque tenga diferencias lingüísticas esté unido por una sencilla idea que es que nos debemos a nuestra bandera, que engloba todas las comunidades autónomas, que engloba todas las costumbres, todas las lenguas, todos los dialectos y que simplificando, nos engloba a nosotros mismos. Ni vasco, ni cántabro, ni manchego ni catalán, yo soy Español.


 

Pablo Arce
Imagen de Arturo Más de El Confidencial. Imagen de Javier Arzalluz de El País

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