domingo, 1 de diciembre de 2024

Un lazo rojo


7 horas para un partido. 6 horas para una migraña. 5 horas para un desencuentro. 4 horas para un amor perdido. 3 horas para una caricia y media más para un beso robado. 2 horas para una charla. 1 hora para el vacío. Un instante para escuchar una noticia que recuerda una muerte. Un instante que quiere ocultar el resto de un tiempo que en realidad no vale nada.

Cuando acabes de leer esta reflexión, mil personas habrán muerto en África víctimas del SIDA. Si mañana recuerdas estas palabras, en ese intervalo de tiempo, cinco millones y medio de seres humanos habrán descubierto que son seropositivos. De todos ellos, solo un doce por ciento podrán acceder a un tratamiento adecuado, y durante el tiempo necesario.

Si te estremecen estos sencillos datos, hoy es uno de diciembre, un buen momento, uno más, uno tan bueno como otros, para presionar a los gobiernos, y a las compañías farmacéuticas, para que impulsen medidas que permitan la fabricación en el tercer mundo de medicamentos genéricos capaces de ayudar a los afectados, para que ayuden a la extensión de medidas profilácticas y educativas que cerquen la enfermedad y la aíslen, para que acaben con la corrupción que permite, impunemente, que los gobiernos del tercer mundo se apropien de los fondos internacionales destinados a esta lucha, u hostiguen a las organizaciones no gubernamentales que luchan contra la enfermedad en primera línea de fuego. Un buen día para romper el silencio que rodea al virus.

Es la hora de que la sociedad civil afronte su obligación moral de gritar por una actuación humana en el tema. No es una cuestión de logística, de tecnología, de sanidad o de política. Es una cuestión de humanidad. Si cualquiera de estos políticos y empresarios pasaran tardes con enfermos, como hacen personas como los hombres y mujeres de Sagrados Corazones en parroquias, casas de acogida o centros de atención su alma se descompondría, avergonzada de haber permitido durante años, tanto sufrimiento, tanta indignidad, tanta soledad, tanto dolor. Que Dios nos impulse y guíe nuestro compromiso

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