Son las 8:30 de la mañana de un viernes cualquiera, de un mes cualquiera: “Buenos días. Comenzamos hoy con el tema nueve, a colación con los anteriores y que trata sobre el ciclo económico.
¿Qué es eso, Sofía, del ciclo económico?” A las 9:25 ya se oyen los tacones de Puri por el pasillo: “Nos sentamos y sacamos una hoja, examen sorpresa. Dicto: Calcula los siguientes límites...” Sin tiempo de descanso, llega el de lengua; es la hora anterior al recreo: “Un uso desplazado del presente -¿Pero qué os pasa hoy?, os queréis callar- es, por ejemplo, lo que se conoce por presente histórico…”.
Llegan quince minutos de recreo que se verán eclipsados primero por la antropología humana y más tarde por el condicionamiento clásico de Pavlov. Todavía queda una hora de Educación Física por delante.
Así se distribuyen las horas de los diversos centros educativos que se extienden por toda la península. Jornadas de seis horas seguidas en las que se meten con calzador contenidos y campañas que proyectan, en muchas ocasiones, frustraciones de padres, políticos y educadores, que piensan que una enseñanza adecuada se basa en horas y horas calentando pupitres y que, en muchas ocasiones, no son más que tiempo perdido que, si se quiere recuperar, supone un espacio extra que sólo tiene cabida en momentos que se salen del horario escolar.
De palabras de la filósofa española Adela Cortina, una cosa es saber mucho de poco, saber cada vez más de menos y acabar sabiéndolo todo de nada.
Docentes con índices de ansiedad por las nubes, violencia en las aulas, alumnos que no dominan las matemáticas o el inglés son causa y consecuencia de un sistema educativo en el que prima la cantidad frente a la calidad y que, en mi opinión, valora un tipo de inteligencia lógico-matemática, algo a lo que se escapa la creatividad, el interés, el esfuerzo o el gusto por investigar cosas que se salen de temarios sanguinarios que muchas veces no tienen en cuenta lo que realmente importa: la capacidad de superar situaciones reales frente a memorizar conceptos, listas, o fórmulas creyéndome capaz de analizar dónde están los problemas de fondo de la educación actual.
Por un lado, veo el problema en muchos casos en los profesores. Tenemos, falta de vocación en la enseñanza, salida de emergencia de gente que no siempre ha encontrado o no ha podido llevar a cabo aquello que realmente le gustaba en la vida.
Son fotocopias o dictado de apuntes en lo que tiende a traducirse la falta de vocación y la frustración que supone, sin quererlo, luchar contra treinta chavales que, si no te los ganas, pueden no hacer otra cosa en una hora que boicotearte esa lectura de apuntes que con tanto desinterés habías preparado en la sala de profesores.
En el otro extremo, están los impedimentos que suponen lo que se conoce como estructuras curriculares. Un profesor innovador ve frenadas sus iniciativas por la necesidad de cumplir estructuras regladas que le exigen desempeñar la impartición y evaluación de contenidos de una manera muy poco flexible.
Así, la innovación trae consigo divertidas carreras y competiciones para ver quién da más materia en menos clases, quien explica más rápido los conceptos o quien se aproxima más explicando a la víspera del examen. De este modo, innovación se traduce en sacrificio, algo que por un lado no permite en gran medida nuestro sistema educativo y por otro no siempre cuenta con el apoyo y la participación de los que estamos tantas horas al pie del cañón, los alumnos.
En definitiva, sistema, profesores y alumnos somos culpables de la situación en la que estamos. Son, sin embargo, las actitudes de estos dos últimos lo único que se puede cambiar. Puede que existan en la actualidad más faltas de respeto a los profesores que antes, no lo niego, pero están igual de latentes que el odio recíproco de los mismos a los alumnos, disfrazado, eso sí, con diplomáticos suspensos datos por exámenes con preguntas trampa o similares.
El intento de adaptarnos los unos a los otros es lo único que nos queda, algo que hará sin duda más agradable la siempre dura tarea de aprender. Si conseguimos esto, mantendremos un interés de la gente por formar y ser formada, algo que hace posible que yo, entre otros, les tenga que decir ahora: Me voy, que tengo clase.
Ventura Gómez
Colegio La Paz – Torrelavega (Cantabria)
Imagen understood
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