La concesión del premio Nobel de literatura al peruano Mario Vargas Llosa, ha permitido reabrir su figura y presentarla de nuevo ante el gran publico, y, por ende, la obra de una lengua, la castellana, en pleno vigor, y plena de méritos para ser considerada una de las grandes fuentes de la creación humana.
La concesión no ha estado exenta de nubarrones, dada la polémica trayectoria política del escritor. Un hombre de una importancia prosística incuestionada, pero que ha defendido y protagonizado valores algo alejados de los que se supone, políticamente hablando, posee y expande un literato, un intelectual.
Con todo, hoy hablamos de uno de los más grandes escritores, en cualquier idioma. Desde su primera novela “La ciudad y los perros”, allá por 1962, se percibe en Vargas Llosa una gran complejidad técnica, con superposiciones de acciones, personajes y tiempos, cono monólogos interiores y un gran repertorio de técnicas narrativas. Pero nada de eso se convierten, en manos del creador de “Pantaleón y las visitadoras”, en un artificio, sino que potencia una intensa impresión de realidad. Un doble camino, el de realidades brutales y experimentación formal, que ahora ha sido recompensado, como lo viene siendo desde hace años.
Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, el comité del Nóbel ha visto en su obra, y de ahí el premio, “una cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”. Cualidades que, junto a otras, han sido reconocidas con premios como el Cervantes (1994) o el Príncipe de Asturias de las Letras (1986).
Su trabajo no se ha visto reducido a la narrativa. Por contra su producción es notable en el campo del periodismo, el ensayo, el teatro o la critica literaria. Campos todos en los que son visibles tanto la profunda influencia de la sociedad peruana, de la que se siente intensamente deudo, como de las experiencias vividas en Europa, en sus estancias prolongadas en España, Gran Bretaña, Suiza o Francia, lo que le convierte en un miembro diferenciado de los autores hispanoamericanos, causantes del resurgir mundial de nuestra lengua en la segunda mitad del siglo XX.
Hijo único, en una familia acomodada de origen mestizo. Vivió pronto la ruptura del hogar familiar, por causa de las relaciones extramatrimoniales de su padre con una mujer alemana, causa de los dos hermanastros del Nóbel. Parte de su infancia transcurriría en Bolivia, junto a su abuelo, cónsul en ese país, y su madre, lo que iniciaría el periplo internacional del escritor y su larga lista de influencias, sociales, políticas y literarias, al tiempo que iniciaba la tortuosa relación con sus raíces. Una relación contradictoria, en la ha llegado a sentir amor, temor y resentimiento, hacia un padre que nunca comprendió, al tiempo que rechazó la vocación literaria de Vargas Llosa.
Con 14 años comenzaba su independencia, tras abandonar la escuela militar en la que su familia había depositado sus anhelos de futuro, iniciando su aprendizaje en periódicos locales. Poco después, presenciaría el estreno de su primera obra teatral, “La huida del Inca”.
Su llegada al mundo universitario, con 19 años, le permitiría entrar en contacto con el afamado historiador Raúl Porras Barrenechea, junto al que iniciaría su inacabada y monumental historia del Perú. Pero aun más importante, estos serian los años de su decantación política. Tras entrar en contacto y actuar junto a los miembros del Cahuide, la organización comunista clandestina, el joven Vargas Llosa va a experimentar una profunda decepción por el movimiento de izquierdas, lo que le llevara a las filas del Partido Demócrata Cristiano de Héctor Cornejo Chávez. Años después, en 1990, sería candidato de un frente de centro derecha a la presidencia del país.
Casado y preso de una actividad febril que le hacia trabajar, para mantener su hogar, en periódicos, librerías e incluso en catálogos de lapidas, Vargas se licencia de manera brillante en 1958, lo que le permite obtener la beca que le traerá a España. Su estancia en Europa significará el inicio de un segundo matrimonio y de una larga carrera de creación literaria, en la que se forjará su estilo.
Desde 1963, la obra de Vargas Llosa se hace incesante, con grandes piezas como “La ciudad y los perros” (basada en sus experiencias en la academia militar de Lima y que expone de manera brutal, en el mundo cerrado de ese recinto,, toda la violencia y la corrupción de las sociedades actuales), “La casa verde” (la disección de la transformación de una novicia en la más famosa prostituta de ese lupanar) o “Conversación en La Catedral” ( la historia de un deicidio). La unanimidad de los especialistas en literatura se vio acompañada de los premios, como el español de la critica, y sus triunfos personales, la consecución del doctorado por la Universidad de Londres”. Esas tres grandes obras marcan, a su vez, el final de un ciclo, el de una parte de la vida del autor, entregada a afrontar las grandes cuestiones de la vida (la religión, la política o los temas sociales) para descubrir para su obra el gran arma del humor y la sátira, como ha defendido Raymond L. Williams. Se inicia un nuevo rumbo en su obra, que marcan obras como “Pantaleón y las visitadoras” y, más tarde “La tía Julia y el escribidor”.
En 1981, la llegada a las librerías de “La guerra del fin del mundo” desencadenara el tercer gran ciclo del autor, uno marcado por una mayor trascendencia en sus reflexiones, marcadas por el mesianismo y la conducta irracional humana, que en esta novela quedan expuestos en la descripción de la guerra brasileña mantenida por los antirrepublicanos milenaristas de Antonio Conselheiro en el pueblo de Canudos.
La década de los ochenta seria un paréntesis en su obra, producido por su actividad política en Perú y su trabajo periodístico, que se cerraría en 1993 con “El pez en el agua”, de carácter autobiográfico. Libro tras el que llegarían “Los cuadernos de don Rigoberto” (1997), “El paraíso en la otra esquina” (2003), “La Fiesta del Chivo” (2000), “Travesuras de la niña mala” y “El sueño del celta”, que vera la luz en estos días”, y que denuncia las atrocidades de la colonización belga del Congo, en los infames tiempos del rey Leopoldo.
Dejamos para el final de este sucinto repaso a la trayectoria literaria del Nóbel una obra de especial importancia para la comprensión de la trayectoria del autor, “Lituma en los Andes”.
Es cierto que el indigenismo, presente en esta obra, no es uno de los temas principales en la narrativa de Vargas Llosa, pero aun así, es un tema recurrente en varias de sus obras (“La casa verde”, “La guerra del fin del mundo”, “El Hablador” o “Lituma ..”). En todos los casos, el recurso al indigenismo aparece como muestra de las desigualdades sociales y los prejuicios raciales e impregnado de un amplio desapego a la literatura de su país, a la que acusa de una encomiable vocación social e histórica, pero que aparece ante sus ojos con una gran falta de calidad, salvo en la obra historia de José María Arguedas.
No solo Vargas Llosa afronto estos problemas en su obra narrativa, sino también en poco conocido ensayo sobre el indigenismo y la obra de Arguedes, en la que critica el tradicional, por simplificador, enfrentamiento entre dos posturas antagónicas en Perú, un país con más de cinco millones de indígenas, especialmente quechuas. De un lado la visión progresista que defiende la incorporación del indígena a la sociedad y economía occidental con todos sus derechos. De otro una visión conservadora, que prefiere a un indio aislado y explotado antes que a un indio sin identidad, que ha perdido su cultura. Es la dicotomía entre liberar al indio de la esclavitud de sus costumbres o destruir su cultura en nombre del progreso.
Para ello Vargas emplea su obra en desmontar falsas ideas heredadas del indigenismo, que lastran ese debate, una labor que se vera incrementada tras su fracaso en su intento de acceder a la presidencia de su país.
Como explica Clara Isabel Martínez Cantón, en su ensayo para la UCM, “El análisis de Vargas Llosa sobre el indigenismo marca también su ideología, en desacuerdo con los que intentan resolver el problema indio basándose en la demagogia y los falsos argumentos. El autor se muestra intransigente ante los que defienden la utopía arcaica del antiguo imperio inca. Para Vargas Llosa la versión socialista de la civilización quechua como solución no es una posibilidad, después de los fracasos del comunismo en la URSSy de los intentos de recrear los ayllus durante gobiernos anteriores. Además de ello, quienes lo defienden olvidan a veces, según su pensamiento, que esto presupone la occidentalización y aculturación del indio y la pérdida de sus características esenciales, ya que el progreso y la entrada del pensamiento lógico desterrarían la civilización tradicional quechua.
La otra opción es la conservación mediante el aislamiento de las culturas indígenas, manteniéndolas así en la marginalidad, y expuestas a la explotación, y dejando sin aprovechar los recursos de la zona.
Toda esta discusión, y su vigencia en su obra, esta determinada no solo por convicciones, sino que la hemos de interpretar a la luz de la realidad política de Perú, que determina, y mucho, la obra de Vargas. Tengamos en cuenta, que cuando Vargas lucha por la presidencia de su país, este se encuentra envuelto en una sangrienta guerra contra el grupo terrorista “Sendero Luminoso”, que en base a estas ideas indigenistas, lucha por una sociedad a medio camino entre la defensa de las tradiciones quechuas y el maoísmo más extremo. Lucha contra esta cruel realidad implica, para el autor, una lucha también ideológica.
Vargas, aunque poco comprendido, afronta en su obra la contradicción del momento histórico en que vive, en el, de un lado, avanza un movimiento revolucionario que dice basarse en reivindicación étnica quechua, antioccidental, expresión contemporánea del viejo mesianismo andino, pero que por otro destruye ese indigenismo, pues el maoísmo-comunismo es irreconciliable con la tradición andina, a la par que la destruye, desintegrándola en la lógica de la lucha revolucionaria contemporánea, y expulsándola, en un movimiento de éxodo hacia la costa, que destruyo sus raíces.
El prologo a un libro de Juan M. Ossio muestra claramente la opinión del autor, presente en “El hablador” y en “Lituma”. La idea de grupo étnico, cultural, social y religioso es de por sí una ficción, ya que el mestizaje es una realidad para casi todas las sociedades. El paso de la tribu al individuo puede hacer perder las características comunes que aúnan a un grupo humano, pero dotará de individualidad y libertad a cada persona. Un mestizaje que se alcanzo en muchas parte de Hispanoamérica, pero no en Perú.
Todo este proceso intelectual tendría su plasmación real cuando en 1983 Vargas Llosa es nombrado por el Presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry, presidente de la Comisión Investigadoradel Caso Uchuraccay. Una comisión encargada de investigar el asesinato de ocho periodistas que habían viajado a esa aldea, por parte de indígenas, hartos de la presión de Sendero Luminoso y de las Fuerzas Armadas. Su trabajo le conciencio del problema, aunque su dictamen fue ex culpatorio para los militares, cuando pronto se demostraría su implicación en aquella matanza, y en las represalias posteriores. Fruto de ello, el general Clemente Noel Morán, y otros oficiales, fueron procesados y condenados a varios años de cárcel.
Cuando cuatro años después disputo la presidencia de su país a Alberto Fujimori, su actuación en ese caso y sus ideas sobre el tema, consideradas por algunos blandas ante los terroristas e insensibles ante los indígenas, le costaría, aunque por poco, la derrota. Tras ella, el autor hubo de volver a España, donde conseguiría la doble nacionalidad. Desde entonces, su actitud política ha sido cada vez más conservadora y enfrentada a los gobiernos progresistas. Sus criticas al dominio político del PRI en Méjico, le valieron la expulsión de ese país, y su apoyo a gobiernos conservadores como los de José María Aznar en España, Francisco Flores (presidente de la República del Salvador) o Václav Havel (presidente de la República Checa), el rechazo de muchos escritores e intelectuales.
Pero, ¿donde esta la grandeza de Vargas Llosa?. Sin duda su entrega. Vargas cumple con ese criterio defendido por autores como Faulkner, de que el escritor debe ser capaz de acumular una ambición tan desmedida como virtuosa por su obra, que le lleve a acumular deseo irrefrenable de cumplir su objetivo y de acumular recursos y técnicas capaces de alcanzar su objetivo. Esa pasión por alcanzar su meta es uno de los grandes activos de Vargas. Tan grande como su afán de reflejar, diseccionar y alertar sobre su tiempo, algo que ha caracterizado desde siempre a los grandes genios de las letras desde Lope a Tolstoi, y hacerlo, además, de una forma totalizadora, en todos los planos y niveles. Y hacerlo , además, de manera que se combine con maestría la acción con la historia, la realidad que envuelve al creador, con los elementos personales que hacen de su obra algo vivo, creíble y vivido, en la tradición que defendieron Garcilaso Dumas o Víctor Hugo.
Pero hay un elemento más que describe a un gran autor, a un escritor de Nóbel. Su pasión y su dominio del lenguaje. Ese que hace no solo vivir, sino aprender leyendo. Ese dominio que enriquece la lengua que emplea, trascendiendo del vehiculo que te sirve de soporte y entregando al lector a través de él, múltiples puntos de vista, generados por personajes, situaciones y grupos corales sólidos, veraces e imaginables, envueltos en marcos sigilosa y pormenorizadamente descritos.
Todo eso es lo que hace a un escritor forma parte del olimpo de la creación, lo que le hace un constructor del alma colectiva de la humanidad.
Y eso es lo que debe primar en estas horas en que la comunidad española de la lengua se enorgullece que el detentador de la “l” minúscula de la real Academia haya alcanzado la relevancia que la academia sueca le ha reconocido. Independientemente de sus flirteos con la política, independientemente de que, como el mismo describió en “El pez en el agua”, haya mirado al poder desde dentro o desde sus orillas.
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