miércoles, 9 de julio de 2014

Beatriz Pérez, doctora en antropologia


Los próximos días 9,10 y 11 de julio Santander acoge, dentro de las actividades de verano de la UNED, el curso “Psicología, antropología y mujeres: retos para el siglo XXI”, que con la colaboración de varias instituciones dedicadas a la promoción de la mujer, dirige Beatriz Pérez, directora del Departamento de Antropología Social y Cultural de la UNED. El curso pretende abrir analizar y debatir sobre la relevancia del rol específico de la mujer desde la perspectiva sociocultural.
El curso consta de 20 horas lectivas de duración, 1 crédito ECTS y 2 créditos de libre configuración. Si te interesa puedes matricularte on line en http://extension.uned.es/actividad/idactividad/7085 .
Para conocer mejor el tema hemos hablado con su directora.


Beatriz Pérez Galán, Doctora en Antropología por la Universidad de Granada, en base a tus investigaciones y estudios antropológicos, ¿cuál es situación que experimentan las mujeres en contextos de escasez, como resultado de la desigualdad de género?

Las mujeres experimentan una doble y a veces triple discriminación. Por su condición de mujeres, de mujeres pobres y, en determinados contextos, por su pertenencia étnica. En muchos países las mujeres son discriminadas al mismo tiempo por ser mujeres, pobres e indígenas.

¿Se puede decir que el desarrollo de un país se ve afectado, influido, en función de los diferentes roles que se establecen por género?

Las políticas y planes de desarrollo, entendidas como un proceso complejo que implica no solo crecimiento económico sino un cambio sociocultural y político mucho más profundo, precisan de la participación activa y el compromiso de todos los miembros del grupo social. Dicha participación es diferencial  según hablemos de hombres o de mujeres. No solo por el tipo de “trabajos” que cada uno realiza sino por la distinta valoración social y visibilidad (a menudo “invisibilidad” en el caso del rol doméstico-reproductivo no remunerado que ejercen las mujeres) de esas tareas y la estratificación de género en la que esta invisibilidad se traduce. Por eso es necesario apostar por un modelo de desarrollo con perspectiva de género.


Y eso que suele decirse, “si la mujer llevase el timón en lugar del hombre todo sería muy diferente”, ¿sería diferente?, ¿en qué términos crees que lo sería?

No existe un sujeto universal que podamos llamar “mujer”. Existen “mujeres” con diferentes situaciones, expectativas y problemas. La situación de las mujeres occidentales, blancas, de clase media es muy diferente a la de otras mujeres del “Tercer Mundo”. Del mismo modo, la diversidad al interior de cada uno de esos grupos es enorme. Por esa razón no debemos generalizar. Es preferible conocer, analizar y luchar contra la situación específica de discriminación que experimentan las mujeres en cualquier parte del mundo en diferente medida. “Dar la vuelta a la tortilla” no garantiza nada. Todos conocemos mujeres poderosas que adoptan un rol dominador y discriminador muy acorde a los valores patriarcales dominantes.

¿Estamos, aún en el punto en el que no se considera imprescindible dotar de las mismas oportunidades a hijos que a hijas?

En muchas sociedades las niñas no gozan de los mismos derechos ni oportunidades que los varones en cuanto al acceso a la educación, a desempeñar una profesión, a no sufrir violencia y explotación sexual y a poder elegir su futuro. Los ejemplos y las estadísticas son recurrentes. Los más conocidos nos remiten a otros países, continentes y a otras culturas (India, Pakistán, países de Oriente Medio, África). A veces olvidamos que esta es también una situación que se experimenta de facto en el llamado “mundo desarrollado”, aunque en diferente proporción. La naturalización de roles desde la infancia en nuestro país, hace que una niña por razón de su sexo vea muy limitadas las posibilidades de desarrollo en determinadas profesiones, puestos de responsabilidad, etc. Se trata de un frente en el que queda mucho trabajo por hacer.

Relacionado con lo anterior, ¿a qué es debido el “papel secundario” asignado a la mujer en cuanto a su aportación, por ejemplo, a la economía?

La invisibilización del trabajo de la mujer  o, dicho de otro modo, la falta de asignación de valor económico y cultural a los trabajos que realizamos las mujeres por ejemplo en el ámbito doméstico (considerado un ámbito “no productivo”), es consecuencia de una sociedad patriarcal y unas estructuras de dominación muy antiguas que las intelectuales y los movimientos feministas vienen denunciando desde hace varias décadas.

Una curiosidad, ya que tu ponencia en el Curso de Verano que diriges y que se impartirá en unas semanas en Santander trata sobre ello, “Género, pobreza y desarrollo en las comunidades indígenas”, ¿los estereotipos de género en dichas comunidades son más acentuados?

En las comunidades indígenas quechuas donde yo he realizado mi trabajo en los últimos 20 años existen, como en todas las sociedades, los roles, estereotipos y un acceso desigual a los recursos y a la propiedad según seas hombre o mujer. Al tratarse de sociedades campesinas, la cooperación económica de toda la unidad familiar (hombres, mujeres y niños) es fundamental para garantizar la subsistencia. La división entre esfera doméstica-reproductiva y la productiva es muy acentuada así como la presencia de los varones en los ámbitos de representación pública a nivel local. Esta situación está cambiando poco a poco ya que las mujeres cada vez reivindican más sus derechos y son cada vez más conscientes del valor de su aportación a la economía familiar, no solo en el ámbito reproductivo (no remunerado) sino también en el productivo y comunitario. En parte esta división de roles y los estereotipos que la naturalizan se ha visto acentuada por la historia de colonización (externa e interna) y modernización de estas sociedades.

Como es de suponer, habrá un margen de error teórico o técnico en este tipo de investigaciones antropológicas, pero, ¿en qué medida influye la interpretación de los datos que se manejan, la medición es totalmente objetiva?

La objetividad en antropología es un valor muy cuestionado. Nuestras investigaciones producen datos sobre entornos empíricos concretos –generalmente de dimensiones reducidas- y en momentos específicos y, por lo tanto, difícilmente extrapolables a otros espacios. No hacemos “mediciones” como los científicos que están en un laboratorio. Pero precisamente ese enfoque cualitativo, micro, que prioriza las prácticas y los discursos de los actores sociales, el que nos permite formular mejores preguntas, más complejas. Esas preguntas –no las respuestas- son extrapolables a otros contextos de investigación y pueden ser de enorme utilidad para interpretar y contribuir a transformar determinados problemas sociales contemporáneos.

Más allá de todo esto, igual habría que analizar incluso de qué género –masculino o femenino- es quien decide los parámetros, los indicadores, en los que se basan dichas investigaciones, proyectos o estudios…

Los científicos sociales, los investigadores, los profesores que construimos y transmitimos formas de conocimiento, somos también actores sociales. Es decir, nuestra socialización (endoculturación) sobre lo que es adecuado y lo que no en cuanto a roles, valoraciones, etc., es compartida con el resto del conjunto social. Con esto quiero decir que, a menudo, somos capaces de analizar la discriminación de género sobre el papel pero no sabemos cómo reconocerla en nuestros propios trabajos y en nuestras propias vidas.

En este sentido, y ya como última pregunta, ¿qué índices se dejan fuera de los Programas para el Desarrollo y cuáles estimas que es preciso introducir en ellos?

Es necesario introducir enfoques de género en los proyectos de desarrollo que permitan trabajar con las distintas formas en las que se concreta la discriminación por razón de sexo y que valore de forma cualitativa el trabajo que de facto realizan las mujeres. Indicadores sobre el uso diferencial del tiempo cotidiano de hombres y mujeres (que tareas realizan, cuantas horas emplean para cada una de ellas, etc.), y otros indicadores de género como  el nº de hijos, quienes son los cabezas de familia de hecho, el acceso a la propiedad de los bienes, etc., nos aportan mucha más y mejor información que cuantas mujeres participan en un proyecto, o la renta per cápita.  Se trata de índices que reflejan mejor la desigual distribución de recursos y recompensas por género y por lo tanto las situaciones de discriminación y desigual acceso al poder. Pero también los datos en esos casos son más difíciles de obtener.



Sonia Sanz Sancho
Gestión de Actividades Extraacadémicas, Comunicación y Publicaciones de UNED


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Queremos saber tu opinión. Se respetuoso y enriquece a la comunidad

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Comparte este contenido en las redes