martes, 4 de abril de 2017

Música, partitura de una obsesión


“La música es el placer que el alma experimenta contando sin darse cuenta de que cuenta.” Gottfried W. Leibnitz


–¿Qué me dirías si te propongo crear una gran máquina, capaz de asociar sonidos, colores, texturas, aromas… reconocerlos, almacenarlos, diferenciarlos, poder ponerles nombre, poder seleccionarlos, poder crear con todos ellos, tal vez cientos de miles, otros nuevos; poder rememorarlos en cualquier lugar y momento, a cualquier hora, independientemente de que no estén allí?


– Sinceramente te diría que necesitamos un gran equipo para cumplir un sueño tan demente, si es que conseguimos manejar todas esas funciones, si conseguimos analizarlas y comprenderlas como ellas nos comprenden a nosotros mismos…



“Está bien, entonces si el cuerpo humano es sólo un conjunto de células; ¿es acaso simplemente un puñado de letras la colección de obras de Shakespeare?”



Podríamos definir la actividad musical dentro de nuestro cerebro como el imperio de los sentidos frente al reino de la lógica. Nuestro cerebro actúa ante cada nota como un sistema informático, captando, identificando y analizando posteriormente cada nota filtrada por nuestro tronco cerebral. A veces puede llegar a colapsarse; una parte de la población que tiene más espabilado el hemisferio derecho tiene mayores facilidades para este entretenimiento en cuestión. La música es creatividad, sensibilidad y suspense sublimemente emocional, basada en un sutil registro de impulsos neuronales en una parte demasiado remota de nuestras mentes físicas. Un arte en parte innato; ejemplo de ello fue Mozart, creador de grandes composiciones, apenas haber dado una inmemorial clase de música en su vida.


A pesar de todo esto, existe una singular conexión entre ambos mundos, ambos hemisferios interconectados que permiten darle un sentido aúne, y poder conseguir que en esta gran compleja base de datos puedan quedar registrados cada uno de los sonidos, por muy imperceptibles que sean. Las normas musicales parten del “no al silencio absoluto”, ya que, sino, no tendría sentido destruir algo ya creado, aunque sea la nada.



Recientemente está de moda que los niños en edades tempranas se encaprichen de algún instrumento y empiecen a descubrir un cosmos del caos en un orden tan insólito como sus propias mentes; es su momento de expansión, de sorprenderse y ser sorprendidos, sino es entonces, ¿Cuándo es? Sino es en ese momento cuando se ha de crecer, ¿Cuándo progresar de una forma tan despegada si ya no se es niño? Con la práctica musical no sólo consiguen un dominio a nivel de una especialidad, sino que también les puede ser tan fructífero en su vida diaria como una clase de inglés.



Mediante la música se pueden reforzar conceptos en el desarrollo de ambos hemisferios; creatividad e imaginación, tanto como la agilidad en unas matemáticas, ya que, al fin de al cabo, la ciencia musical no deja de ser un conjunto de actividades basadas en la medición de un tempo regular que puede ser adaptado bajo las leyes de la science exacte et pure.


Del mismo modo la capacidad de aprendizaje aumenta, al igual que la facilidad para realizar reflexiones más profundas y tomando conciencia de las situaciones de su vida cotidiana; no es de extrañar que la mayoría de los músicos de la historia realmente sonados tengan una personalidad en alto grado polifacética; ciencias, artes, literatura…



Otro dilema referente a la mente; ¿Es el cerebro el que nos modifica, o somos nosotros quienes le modificamos?


De una forma consciente o inconsciente, según demostró Freud: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos.”


Numerosos estudios científicos han demostrado que el oído actúa  (o mejor dicho, interactúa) con un papel muy dispar dependiendo de las regiones del mundo en el que se vea condicionado a crecer, descubrir, desarrollarse y por qué no, relacionarse y “sociabilizarse” de una forma auditiva con el ambiente. De tal forma que dos sujetos pueden recibir la misma información, habiendo permanecido en polos opuestos del mundo  e interpretar ésta de una manera tan antagónica como si a uno de ellos le hubieran puesto la cinta marcha atrás. Esto nos conduce a desconfiar de nuestro propio centro informático; ¿Somos inconscientes de ser utilizados por nosotros mismos debido a una mejora de evolución (como muchas otras de las cuales no tendremos aún constancia ni motivos de los que preocuparnos por ellas), o somos nosotros los que nos auto-utilizamos a expensar de ser nuestra propia base datos la que hace “transacciones secundarias” respaldándose en ser únicamente una información que considera innecesaria para nuestro desarrollo intelectual?



Sobre Ofuscaciones y Otras Genialidad


¿Por qué crea en mí el deseo... y después me niega el talento? Salieri.




Como todas las cosas, son la excepción que confirman la regla, y podríamos llenar muchas hojas. Pero no todo el mundo goza de la suerte o desgracia de poseer un talento lejos de las manos de cualquier humano (al menos uno entre cien mil…).


Es el caso del oído absoluto, y las amusias en general: síndromes musicales. Son dones que pueden convertirse en pesadillas, ya que obligan a trabajar de forma consciente al sujeto, mientras su cerebro recopila información de manera totalmente inconsciente; es decir, no puede parar de informar sin saber que está colapsando el centro operativo. Mayormente se pueden manifestar de diferentes formas: activo (puede entonar e identificar cualquier nota de la escala, sin referencias); inactivo (capaz de diferenciar la tonalidad, con imposibilidad de cantarla); o relativo (poder reconocer una nota, con otra de referencia como apoyo).



Algunos de estos síndromes han producido frustración, orgullo, obsesiones y envidias a lo largo de la historia; ¿Por qué unos son claramente beneficiados con algo especial, frente a otros? El verdadero misterio del mundo es lo invisible.




Patricia Sainz Buendía


Colegio La Paz Torrelavega (Cantabria)


 

 

 

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