Está claro que no todo el mundo siente lo mismo al escuchar ciertas canciones, pues para gustos se hicieron los colores, pero los científicos llevan años intentando ir más allá: ¿Buena o mala?.En la actualidad se sabe más o menos a ciencia cierta que muchos compositores y músicos sufren y sufrieron trastornos mentales. Un ejemplo muy claro es Robert Schumann. Este compositor romántico alemán del siglo XIX sufrió varios trastornos a lo largo de su vida derivados en un principio de depresiones, aunque actualmente se cree que derivaban del sífilis y del mercurio de las medicinas para combatirlo. También se dice que sus locuras apuntan hacia la esquizofrenia actual. Todo esto le llevó a casos extremos, como por ejemplo cuando el mismo se intento separar los dedos corazón y anular con un pequeño corte. Esta locura hizo que perdiese la movilidad en un dedo y que dejase de tocar, aunque lo que él perseguía era mejorar su técnica pianística.
Otro ejemplo es Ludwing Van Beethoven que sufrió lo que ahora llamamos bipolaridad, aunque seguramente en su tiempo la gente le colgaría la etiqueta de “poseído”.
Si nos acercamos más a nuestros días vemos como la música (más bien la fama que esta trae) acaba con grandes como los famosos “muertos a los 27” entre los que se encuentran Jim Morrison (vocalista de The Doors), la cantante de rock’n’roll y blues Janis Joplin, Kurt Cobain (cantante y guitarrista de Nirvana), la reciente Amy Winehouse…
El llamado “Padre del jazz”, Charles Buddy Bolden, fue el “rey” de la improvisación pero esto se debe más que nada a su esquizofrenia (en su época “demencia precoz”) que le impedía leer las partituras. “Seguramente sin su enfermedad el jazz no sería lo que es actualmente pues las alucinaciones que sufría le llevaron a investigar en el terreno musical”, según una investigación del psiquiatra Sean Spence (de la Universidad de Sheffield).
Pero no todo va a ser malo, la música tiene más aspectos positivos que negativos a lo largo de la historia ya que además llegar a producir trastornos mentales puede ayudar a superarlos.
Últimamente la llamada “musicoterapia” se está abriendo camino entre la medicina, al igual que lo hizo la fisioterapia hace tiempo. El origen de esta terapia se remonta al siglo XIX en Italia, concretamente en el sanatorio de mujeres de San Clemente (Venecia) donde su director, Cesare Vigna construyó una sala para que su amigo Giuseppe Verdi deleitase con su música a las pacientes. Según Vigna la música podía contribuir a la reeducación moral del enfermo psiquiátrico sin tener que recurrir a las camisas de fuerza. Aún así, de los efectos beneficiarios de la música ya se hablaba en la Biblia, cuando David tocaba el arpa para que Saúl se calmase, o en la Grecia antigua con Platón y Aristóteles.
La musicoterapia de hoy en día “nace” entre las dos grandes guerra mundiales en Estados Unidos (Michigan concretamente) donde en 1944 se crea la primera licenciatura en Terapia de la música.
Diversos estudios han concluido en que la música puede funcionar como un pequeño analgésico. Un estudio sueco con mujeres a las que se debía aplicar una histerectomía quiso demostrar que cuando escuchaban música relajante requerían menos analgésicos. Este estudio hablaba solo de música relajante pero, ¿vale la misma música para todo el mundo? Mathieu Roy (universidad de Montreal) demostró que este efecto analgésico depende de los gustos personales de cada persona. Roy estudió a ochenta voluntarios sometidos a un estímulo en el antebrazo con un objeto caliente. El experimento se repitió tres veces: la primera con música que los voluntarios calificaron de agradable, la segunda con música para ellos desagradable y la tercera sin música. El resultado fue que sentían menos dolor con la música agradable que con el resto.
Existe otro caso con la hipertensión arterial. Dos neurólogos japoneses realizaron un estudio con ratones hipertensos obligados a escuchar Divertimento nº 7 en re mayor, de Mozart. Los neurólogos observaron que la música hizo que el calcio transportado a su pequeño cerebro era mayor, lo que conllevó a la secreción de dopamina, muy importante para el buen funcionamiento del sistema nervioso y que redujo la presión arterial.
Pero quizás el efecto “bueno” más famoso relacionado con la música sea el “Efecto Mozart”. Este efecto es el que se nota en las personas que tienen contacto con la música (preferiblemente clásica) ya sea por escucharla desde pequeños o por aprender a interpretarla, en relación con las habilidades mentales como la memoria o motrices como la coordinación. Para llegar a estas conclusiones los científicos se han basado en diversos estudios, aunque no todos han sido favorables.
Un ejemplo de estudio en el que no se consiguió lo que se perseguía es el realizado en Montreal por la psicóloga musical Eugenia Costa Giomi: escogió a 117 niños y niñas de entre ocho y nueve años pertenecientes a familias con poco poder adquisitivo, separó a los escogidos en dos grupos sometiéndoles a exámenes de todo tipo. A los del primer grupo les entregó un teclado y clases particulares de piano y el otro siguió con su vida normal. Al cabo de tres años volvió realizar los exámenes y con desilusión observó que los del primer grupo no habían aumentado sus capacidades más de lo normal por la edad aunque sí que habían ganado autoestima.
El efecto Mozart enfrenta a dos partes bastante contrarias: la demuestra que escuchar música de Mozart no aumenta las capacidades mentales y la que demuestra lo opuesto. Dos de los grandes enfrentados son la psicóloga Frances Rauscher (universidad de Wisconsin-Oshkosh) y el psicólogo Glenn Schellenberg (universidad de Toronto). Rauscher está de la parte que dice que el efecto Mozart existe y ha realizado varios estudios parecidos a los de Eugenia Costa Giomi en los que lo demuestra. Schellenberg no opina todo lo contrario pues él demostró en un estudio (en contraataque al de Rauscher) que la música ayuda a que los niños sean más curiosos y desarrollen más rápido sus capacidades, al igual que el resto de actividades estimulantes como el teatro o la danza.
Lo que está claro que la música es capaz de ayudar en el desarrollo de las capacidades mentales de las personas pero no por el simple hecho de escucharla o estudiarla. Por ejemplo, si estudias música es más que necesario el estudio diario lo que poco a poco ayuda en la concentración y en que cueste menos estudiar el resto de asignaturas “obligatorias” día a día. En lo respectivo al efecto analgésico la música puede hacer que una persona se relaje y quizás así pueda soportar mejor el dolor. Como dijo Friederich Nietche "Sin la música la vida sería un error”, aunque tampoco debe hacer que nos volvamos tan locos como Schumann o Mozart.
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