Se cumplen catorce años de la rebelión del Sahara, en el campamento dignidad del Aaiun. El número 411 de eolapaz, el 11 de junio de 2011, publicaba este reportaje con uno de los hombres que se enfrentó a las fuerzas marroquíes en El Aaiun. Hoy sigue refugiado en Cantabria.
Ese fue el año de la rebelión de las masas, que como tantas
veces en la historia arranca allí donde la pobreza y el abuso laceran más. El
foco está puesto en el mundo árabe desatando en occidente muchas reflexiones,
desde el papel de las redes sociales, hasta la función de los militares,
pasando por crudas realidades geoestratégicas. Pero ninguna es sobre nosotros.
En esta secuencia infinita de conflictos el primero surgió
en el territorio más pobre de la región, el Sahara Occidental. Maite Lorenzo es
de esa opinión, por eso, el 27 de febrero de 2002 creó Cantabria por el Sahara.
Para prestar apoyo político, social y humanitario, a un pueblo “deprimido y
ocupado”.
En septiembre de 2010 Maite asistió en Argel, como
observadora Internacional por los Derechos Humanos en el Sahara Occidental.
Allí conocería a Jalil un joven activista saharaui, de los muchos grupos
independientes que actúan.
Al finalizar el congreso, en el que ya empezaban a
vislumbrarse los aires revolucionarios que ahora vivimos, Maite acompañó a
Jalil, y a otros 70 activistas hasta el Aaiun. Como en otras ocasiones los
acompañaban como observadores. Tanto el ejército como la policía se encargan de
reprimir la acogida de sus familiares en el aeropuerto, incluso, en ocasiones,
apaleándoles y arrestándoles. Su papel entonces es hacer de testigos,
presenciar los hechos y si es necesario actuar de escudos humanos para que esto
no ocurra.
Pero aquel recibimiento fue distinto. Según Maite, la
represión fue inusitada. Quizá promovida por qué de aquellas algo se movía ya
en el Magreb, y el gobierno de Hassan apostaba por el recurso nacionalista y la
lucha contra el separatista como medicina para unir a su pueblo. El caso es que
varias decenas de activistas acabaron en la Cárcel Negra de El Aaiun. Un signo
de la represión, donde centenares de saharauis y opositores se hacinan en
cubículos de 6 metros cuadrados, unos encima de otros, sin apenas comida ni
agua, y bajo temperaturas altísimas.
“Creo que allí, y tras ese incidente se fraguó la idea del
Campamento Dignidad, la primera concentración pacífica de oposición que vivió
el Norte de África en esta secuencia actual”, relata Maite.
A finales de octubre, los familiares de los presos, algunos
colaboradores magrebíes y jóvenes que habían ido escapando de las persecuciones
y las cárceles decidieron plantar cara al ocupante y crear el campamento.
“Somos pocos, y muy controlados, apenas una cuarta parte de los 250.000
habitantes de la zona, y fácilmente identificables, por los rasgos, el idioma y
las secuelas de la mala alimentación. Cuando decidimos dar el paso yo asumí las
tareas de seguridad. Advertir de la llegada de las fuerzas policiales, evitar
la entrada de maleantes y traficantes, enviados por el gobierno para
desprestigiar nuestro movimiento y coordinar a los voluntarios que cuidaban de
la población acampada. La situación fue muy tensa, pues estábamos decididos a
todo para recuperar nuestra dignidad como pueblo, pero es difícil sin ayuda.
Ningún país quiere problemas con Marruecos, un bastión de Occidente en la
región. Los propios marroquíes, que protestan entre dientes de la corrupción,
la miseria que les arroja a la emigración y los abusos de la monarquía, son
cobardes, y se conforman con las limosnas del régimen”. Es Jalil, uno de los
pocos que escapó a la represión. “Terminaba mi turno de vigilancia, cuando
vimos helicópteros, y miles de soldados del ejército de Marruecos, entonces
reuní a todos los vigilantes de forma urgente, y dimos prioridad a sacar del
campamento a mujeres, niños y ancianos” asegura Jalil, mientras hace una pausa,
seguramente pensando en alguna persona que conocía y perdió allí la vida, “Los más
jóvenes hicimos cadenas humanas, para dar tiempo a nuestras familias a huir
hacia el Aaiun” “Tras toda la noche de enfrentamientos de piedras contra
metralletas, ya no pudimos estar más, y nos fuimos al Aaiun”, hace una pausa y
toma café, y después de un largo suspiro, “ Lo peor fue al regresar a casa, ver
todos los muertos en la cunetas”.
En noviembre, el ejercito asalto el campamento poniendo fin
a la revuelta, y principio a las persecuciones.
“Desde entonces seguimos movilizados, aunque el gobierno
marroquí se está encargando de fracturar el grupo y así romper la fuerza de la
lucha. La mayoría de los jóvenes están siendo deportados a otros países para
evitar las concentraciones. Están consiguiendo una población de niños, mujeres
y ancianos. Pero no nos rendimos, aunque Occidente nos haya colocado sordina,
al contrario que a Libia o a Tunez”.
Jalil para su narración. De vez en cuando sufre ausencias,
se queda absorto, y es cuando en esta conversación con ambos, en un café de
Santander, Maite retoma el hilo. “Pese a que ya no se habla de ellos, todavía
quedan jóvenes, que se están reorganizando, pero todo está muy controlado. La
policía se encarga de vigilar la situación. Están atentos ante cualquier
movimiento o reunión en la que haya más de diez personas, quieren mantener a
todos a raya. A las ocho hay un “toque de queda” y todos tienen que estar en
sus casas. Y no se andan con miramientos, han llegado hasta pegar un tiro a los
que lo incumplen”. Y es entonces cuado Jalil regresa a la realidad. “Y todavía
hay quien se pregunta porque aquello fracasó. No se puede llegar a lo mismo que
en Túnez si tienes que enfrentarte a un policía con una K47 o una automática,
con una navaja o unas piedras. Además, somos un grupo reducido de gente, en el
caso de Túnez o Egipto se ha volcado la población entera. En nuestro caso somos
solo los saharauis. En el caso de que estallaran las revueltas, los marroquíes
saben que sería nuestra oportunidad para defender nuestros derechos, y el
gobierno les ha inculcado esa prioridad, el nacionalismo. Muchas veces, en las
calles hablamos con los marroquíes y les decimos que, porque no se revolucionan
y ellos siempre responden, empezar vosotros y nosotros os seguimos. Están a la
espera para ver qué sucede e ir ellos detrás. Pero no irán detrás. Marruecos no
está maduro para iniciar una transición. Como en la España de Franco, el
régimen tiene apoyos en la población.
En enero, la situación se volvió tan peligrosa que Jalil
tuvo que huir y hoy sigue aquí, en Santander, bajo la protección de Maite y
otros activistas, siempre pendiente de una visita inesperada. Siempre pendiente
de su tierra.
Pero el problema al final no es el Sahara, ni Libia, ni
Egipto. El problema es que en pleno siglo XXI hemos alcanzado en occidente el
progreso, dejando miles de muertos en el camino, en nombre de la libertad y de
los derechos humanos, de los nuestros claros, admitiendo como asumible, la
desgracia de otros como un precio a nuestro bienestar. Jalil esta triste porque
sabe que las potencias no han comprendido que su papel internacional no es solo
vigilar sus intereses, sino asumir responsabilidades y solventar los problemas
comunes. Al final, nada ha cambiado desde la Prehistoria, el progreso sigue
siendo el resultado de la lucha entre estados, del conflicto, y este, los
saharauis lo han perdido, y quien sabe cuántos pueblos más.
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