El año 1945, en el final de la gran guerra mundial estuvo marcado por tres grandes acontecimientos. De un lado la sangrienta batalla de Iwo Jima, había descubierto a las tropas norteamericanas la inviabilidad de una clara victoria militar en un espacio breve de tiempo, ante la fiereza japonesa. Eso, en un marco de cansancio nacional ante la guerra, y de penurias económicas y demográficas, hacia necesaria una forma más expeditiva de concluir con el conflicto.
En segundo lugar, Estados Unidos, se había convencido, que,
tras la derrota de las dictaduras nipona y nazi, el gran enemigo para el nuevo
orden mundial era Rusia, la URSS comunista, que tras la gran prueba de la
guerra, salía fortalecida, con el encomiable apoyo militar y económico de los
aliados occidentales. Stalin se disponía a retar (ya lo hacía en Europa) a los
aliados, y de intervenir en Asia de forma decisiva, apoyando a los comunistas
de Mao en China y moviendo piezas en Indochina y Corea.
Ante tal situación, Oppenheimer y otros científicos evadidos
de la Alemania nazi, pondrían en manos de Estados Unidos un arma definitiva y
feroz, capaz de derrotar sin más vidas americanas a los fanáticos japoneses, y
frenar, amenazante a los ambiciosos soviéticos.
El plan era fruto de las investigaciones sobre la energía
nuclear, comenzada s en Europa una década antes, y que en Estados Unidos se
desarrollaban en secreto en le desierto de Nevada, bajo el nombre secreto de
“proyecto Maniatan”, desde 1939, cuando el presidente Roosvelt recibió una
carta de Albert Einstein, en la que le informaba que la división (fisión) del
núcleo del átomo de uranio parecía posible, lo cual liberaría una cantidad
enorme de energía. En 1940 el gobierno norteamericano echó a andar el ultrasecreto
proyecto Manhattan, para intentar ganarle a los alemanes la carrera en la
creación de una bomba atómica. Después de invertir 2 mil millones de dólares en
este proyecto, la primera prueba de la bomba tuvo lugar con éxito el 16 de
julio de 1945 en el desierto cercano a Alamo Gordo, en Nuevo México. En esa
fecha empezó la era nuclear.
La tarea de construir la bomba atómica fue tan complicada y requirió tanto tiempo y dinero, que las dos bombas utilizadas contra Japón eran las dos únicas que había en el mundo en esa época. Pero el día que estalló la bomba en Hiroshima se inició formalmente la competencia en la carrera armamentista. Rápidamente se desarrolló la tecnología bélica nuclear en otras partes del mundo, lo cual dio lugar -a nivel de política internacional- a la llamada “diplomacia atómica”. La primera potencia en demostrar que ya contaba con un arma nuclear fue la Unión Soviética, en 1949. Durante las siguientes décadas, la idea de que una conflagración mundial podía llevar al inminente exterminio de la humanidad -si se producía un enfrentamiento nuclear- determinó el equilibrio de fuerzas en el mundo.
El responsable de usar las bombas, muerto el presidente
Roosvealt, Harry Truman, asesorado por los dirigentes militares y del gobierno.
Junto al argumento de salvar miles de vida en un sangriento asalto al Japón, se
decía que los alemanes estaban desarrollando una bomba atómica que hubiera sido
usada contra los aliados, si éstos no se hubieran adelantado a usarla en contra
de Japón. El plan expresaba el compromiso de que las bombas atacarían
exclusivamente blancos militares. Nagasaki era uno, pues era una ciudad
industrial donde había una aceria y una fábrica de torpedos.
El pueblo americano, aun marcado por el traidor ataque a
Pearl Harbor, acepto sin reparo moral el plan, no sabiendo el poder devastador
de la bomba sirvió de justificación.
El 6 y 9 de agosto de 1945, en cumplida venganza, los
norteamericanos destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki con dos bombas
nucleares. El saldo de muerte entre los japoneses fue de 240 mil personas, 100
veces el daño causado en Pearl Harbor.
El uso de la bomba fue una demostración de poder. El nombre
en clave de la bomba nuclear que hizo explosión a unos 500 m de altura sobre
Nagasaki, era “Hombre Gordo” (Fat man), y fue lanzada por un bombardero B-29.
Era la segunda bomba lanzada, de una serie de tres que estaban previstas para
ser utilizadas en acción de guerra contra Japón (derrotada ya Alemania), tras
la que había arrasado Hiroshima tres días antes. Estaba destinada a destruir la
ciudad de Kokura (que ahora es un barrio de Kitakyushu). La suerte tuvo mucho
que ver con lo ocurrido. El B-29 portador de la bomba voló esa mañana sobre
Kokura durante largos minutos, sin que sus tripulantes lograran ver el objetivo
sobre el que debían descargar el arma, a causa del mal tiempo. En vista de eso,
el comandante decidió dirigirse al objetivo alternativo que tenía asignado:
Nagasaki. Con una explosión de potencia equivalente a unas 21.000 toneladas de
trilita, a la que hay que añadir los letales efectos térmicos y radiactivos, la
mitad de la ciudad quedó arrasada en unos instantes.
No hay cifras exactas de las víctimas de esta última
carnicería de la Segunda Guerra Mundial, debido a la destrucción de los
archivos y a la imposibilidad de recuperar todos los cuerpos. Se cree que
murieron en el acto unas 40.000 personas, cifra que se duplicó en unos pocos
meses a causa de los efectos de la radiación, las heridas incurables y las
nuevas enfermedades. En los años inmediatamente posteriores se produjeron en
Nagasaki 50.000 muertes más. Todavía hoy quedan en Japón unos 400.000
hibakusha, personas que padecen los efectos de aquellos dos fatídicos días en
los que la ciencia moderna probó sus inventos en los ciudadanos de ese país.
La destrucción nuclear de Nagasaki no ha trascendido a los
medios tanto como la de Hiroshima, que al ser la primera ciudad mártir, siempre
ha acarreado la fama de este genocidio.
Lo más grave del bombardeo de Nagasaki es la reiteración en
la destrucción de vidas humanas inocentes, después de haber contemplado, con
horror, lo ocurrido tres días antes en Hiroshima. Ya no podía justificarse el
empleo de un arma de tales características, habiendo comprobado por vez primera
la realidad de sus efectos.
Se ha defendido el uso de las dos armas basándose en que
Japón se rindió cinco días después. Para sustentar la decisión se adujeron
cifras de probables bajas de combatientes de EEUU en caso de tener que asaltar
el archipiélago nipón para alcanzar la victoria final. Pero se suele olvidar
que, justo el día anterior a la destrucción de Nagasaki, la URSS había
declarado la guerra a Japón y había iniciado la invasión de Manchuria. El
enorme potencial militar soviético, que había arrancado gran parte de Europa del
dominio nazi a costa de ingentes sacrificios humanos y materiales, se volcaba
ahora sobre el este. Japón estaba aislado; sin aliados, desabastecido,
bloqueado y cortado del exterior, bombardeado a diario, toda resistencia
militar era inútil. Ni el fanatismo de los kamikazes, ni la furia defensiva
japonesa mostrada ese mismo año en algunas islas del Pacífico engañaban ya al
mando estadounidense sobre el inminente fin de la lucha.
Incluso si el mando militar japonés podía albergar todavía
alguna esperanza en su capacidad de resistencia, ésta desapareció sin duda tras
la bomba lanzada contra Hiroshima. La de Nagasaki fue, por tanto, innecesaria.
Violó todas las reglas de la guerra: se asesinó a una población civil que ya
poco o nada tenía que ver con el curso posterior de las operaciones. Fue, por
tanto, un evidente crimen contra la Humanidad, una vulneración de las más
básicas leyes de la guerra. Esto es lo que reveló con toda claridad la bomba de
Nagasaki.
Entonces se inició la "era nuclear inactiva".
Nunca se ha vuelto a utilizar un arma nuclear contra un enemigo, ni en los
momentos más críticos de la Guerra de Corea. La Humanidad fue consciente de
que, por vez primera en su historia, se había dotado de un instrumento capaz de
destruir la especie humana en su totalidad. Según afamados científicos, solo
bacterias y artrópodos nos sobrevivirían y mantendrían la vida en la Tierra,
constituyendo la base para una nueva evolución biogenética.
Cuando hoy en EEUU y en algunos países se sigue considerando
viable la estrategia militar nuclearizada y se desarrollan nuevos modelos de
esas armas, conviene tenerlo presente. Especialmente ahora, en que algunas
guerras, como las de Irak, demuestran la irresponsabilidad de algunos
dirigentes, con capacidad de decisión nuclear.
Pero volvamos a nuestra historia. Era el 6 de agosto de
1945, la ciudad japonesa de Hiroshima, situada en Honshu, la isla principal del
Japón sufrió la devastación, hasta entonces desconocida, de un ataque nuclear.
Ese día, cerca de las siete de la mañana, los japoneses detectaron la presencia
de aeronaves estadounidenses dirigiéndose al sur del archipiélago; una hora más
tarde, los radares de Hiroshima revelaron la cercanía de tres aviones enemigos.
Las autoridades militares se tranquilizaron: tan pocos aviones no podrían
llevar a cabo un ataque aéreo masivo. Como medida precautoria, las alarmas y
radios de Hiroshima emitieron una señal de alerta para que la población se
dirigiera a los refugios antiaéreos.
A las 8:15, el bombardero B-29, “Enola Gay”, al mando del
piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a “little boy”, nombre en clave
de la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión,
seguido de un resplandor que iluminó el cielo. En minutos, una columna de humo
color gris-morado con un corazón de fuego (a una temperatura aproximada de
4000º C) se convirtió en un gigantesco “hongo atómico” de poco más de un
kilómetro de altura. Uno de los tripulantes de “Enola Gay” describió la visión
que tuvo de ese momento, acerca del lugar que acaban de bombardear: “parecía
como si la lava cubriera toda la ciudad”.
Tokio, localizado a 700 kilómetros de distancia, perdió todo contacto con Hiroshima: hubo un silencio absoluto. El alto mando japonés envió una misión de reconocimiento para informar sobre lo acontecido. Después de tres horas de vuelo, los enviados no podían creer lo que veían: de Hiroshima sólo quedaba una enorme cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y humo
Después de la explosión sobre Hiroshima, los norteamericanos
esperaban la rendición inmediata de Japón. Pero esto no sucedió. El alto mando
japonés dio por hecho que los Estados Unidos sólo tenían una bomba atómica y,
ya que el daño estaba hecho, se mantuvieron en armas. Sin embargo, esta actitud
de los japoneses fue prevista por los estadounidenses y, para demostrar que
tenían más bombas y de mayor fuerza destructiva, arrojaron una segunda bomba.
El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el espectáculo de
la aniquilación nuclear se repitió en Nagasaki, situada en una de las islas
menores de Japón llamada Kyushu. El bombardero B-29, “Bock’s Car”, lanzó sobre
esa ciudad industrial a “fat boy”, una bomba de plutonio, con la capacidad de
liberar el doble de energía que la bomba de uranio.
Cinco días después, los japoneses se rindieron incondicionalmente ante las fuerzas aliadas. Con ello, la Segunda Guerra Mundial, que empezó en 1939, se dio por terminada.
Las bombas nucleares devastaron Hiroshima y Nagasaki. Sin
embargo, los efectos del bombardeo sobre cada ciudad no fueron iguales: la
situación geográfica de cada lugar influyó sobre el grado de destrucción. En
Hiroshima, emplazada sobre un valle, las olas de fuego y radiación se
expandieron más rápidamente y a mayor distancia que en Nagasaki, cuya orografía
montañosa contuvo la expansión de la destrucción.
Dos kilómetros a la redonda de donde explotaron las bombas,
la catástrofe fue absoluta: el fuego y el calor mataron instantáneamente a
todos los seres humanos, plantas y animales. En esta zona no permaneció en pie
ni una sola edificación y se quemaron además las estructuras de acero de los
edificios de concreto. Las ondas expansivas de la explosión hicieron estallar
ventanas situadas incluso a 8 kilómetros del lugar de la explosión. Los árboles
fueron arrancados desde la raíz y quemados por el calor. En algunas
superficies, como los muros de algunos edificios, quedaron plasmadas las
“sombras” de carbón de las personas que fueron desintegradas repentinamente por
la explosión.
El fuego se apoderó de las ciudades, especialmente de
Hiroshima, donde se formó una “tormenta de fuego” con vientos de hasta 60
kilómetros por hora que creo miles de incendios. Miles de personas y animales
murieron quemados, o bien sufrieron graves quemaduras e incluso heridas por los
fragmentos de vidrio y otros materiales que salieron disparados por la
explosión. Las tejas de barro de las casas se derritieron y la gran mayoría de
las residencias de madera ardieron en llamas. Los sistemas telefónicos y eléctricos
quedaron prácticamente arruinados. Se calcula que en Hiroshima desaparecieron
cerca de 20 mil edificios y casas, y en Nagasaki quedó destruida el 40% de la
ciudad.
Hiroshima, con una población de 350 mil habitantes, perdió
instantáneamente a 70 mil y en los siguientes cinco años murieron 70 mil más a
causa de la radiación. En Nagasaki, donde había 270 mil habitantes, murieron
más de 70 mil antes de que terminara el año y miles más durante los siguientes
años. Se calcula que en total murieron cerca de 250 mil personas.
Según los testimonios de quienes presenciaron la
devastación, los sobrevivientes de la explosión parecían fantasmas que
deambulaban entre cenizas y humo. Fantasmas sin pelo, pues se les quemó en la
explosión, o fantasmas ciegos, que lo último que vieron fue el resplandor
nuclear. Como la mayoría de los médicos y enfermeras estaban muertos o heridos,
mucha gente herida no tenía a dónde ir, así que permanecían frente al lugar
donde estuvo su casa, desolados. La gran mayoría de los habitantes de Hiroshima
y Nagasaki estuvieron expuestos a la lluvia radioactiva y las consecuencias de
esta exposición sobre sus cuerpos no fueron perceptibles de inmediato, en
muchos casos pasaron días, meses y hasta años antes de que es manifestaran los
síntomas del daño
El efecto psicológico inmediato a la destrucción fue la
parálisis. La población entró en una especie de inacción. La limpieza de las
ciudades y el rescate de cuerpos no se organizó en algunos sectores hasta
algunas semanas después de la explosión, creando entre los equipos de rescate
una nueva retahíla de muertos y afectados psicológicamente por el terror.. Otro
de los efectos que causó la explosión fue la sensación de terror constante. La
incursión de un solo avión en el cielo provocaba el pánico colectivo. En la
conciencia histórica de Japón, la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima
y Nagasaki dejó una cicatriz imborrable.
Terminada la Guerra Mundial, se iniciaría la llamada Guerra
Fría, un estado de tensión y rivalidad entre las dos superpotencias, la Unión
Soviética y Estados Unidos, y de manera indirecta entre sus aliados, ya que
puso en muchas ocasiones al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear. En el
momento álgido de la Guerra Fría, durante la década de los sesenta, Estados
Unidos tenía 70 mil cabezas y bombas nucleares, más de 6 mil armas y 5 mil
bombarderos estratégicos.
A pesar de que no se ha vuelto a usar una bomba atómica
contra otro país, no se ha disipado el temor de que alguna potencia nuclear use
su armamento, o que la falta de garantías en su custodia o su tecnología
permita a grupos terroristas o estados irresponsables, su utilización. La
desolación causada por las dos bombas detonadas en Japón es menor si se compara
con el poder destructor de las tecnologías bélicas actuales, además de que
ahora hay suficientes bombas para hacer desaparecer al planeta. En la
conmemoración del 56 aniversario de las explosiones nucleares en Japón, el
primer ministro de este país, Junichiro Koizumi, dijo:
“Como el único país que ha sufrido un ataque nuclear,
pedimos a la comunidad mundial que erradique las armas nucleares para construir
una paz duradera, para que la devastación de un ataque nuclear no vuelva a
repetirse jamás
Desde 1945 ha habido varios intentos para conseguir la
erradicación de armas nucleares, pero hasta la fecha no hay un acuerdo de
desarme que haya sido suscrito por todas las potencias nucleares. En 1996 se
elaboró un Tratado que prohibía las pruebas nucleares, fue firmado por casi
todas las naciones, excepto por India y Pakistán, en permanente estado de preguerra
y, por lo tanto, se teme que puedan usar sus bombas nucleares para atacarse
mutuamente. Hay quienes piensan que un desarme nuclear generalizado es
imposible, por razones de “seguridad nacional” y estrategia política de cada
país. Sin embargo, se cree que, si las naciones con armamento nuclear ponen sus
arsenales bajo estricta vigilancia internacional, en sitios dispersos, estas
medidas pueden salvaguardar al mundo de una catástrofe bélica nuclear. La
conmemoración de los terribles sucesos ocurridos en Hiroshima y Nagasaki en
1945 nos recuerda los extremos de destrucción a los que puede llegar el ser
humano si la comunidad internacional no pone un límite al uso militar de la
energía nuclear.
Imagen El País
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