Comprar, tirar, comprar, tirar... Así es como podemos resumir nuestra actual sociedad de consumo, cuyo objetivo no es crecer para cubrir nuestras necesidades, si no crecer por crecer. Lo que nos invita a ello es la obsolescencia programada, que nos hace tener el deseo de poseer nuevos productos, un poco antes de lo necesario. Los fabricantes crean productos menos resistentes y duraderos, lo que hace que dejen de funcionar pronto, y la gente necesite ir a comprar otro nuevo. La obsolescencia programada es el “motor secreto” de la economía. Esto supuso el gran avance económico desde los años veinte, que fue cuando comenzó la idea de la obsolescencia programada. Pero también supone un gran problema medioambiental, países como Ghana son actualmente los vertederos del mundo occidental, allí van a parar todos los productos tecnológicos que ya no funcionan.
La idea de la obsolescencia programada nació el 25 de diciembre de 1924, 53
años después de que Thomas Edison anunciara el descubrimiento de la bombilla,
una lámpara incandescente de muchísima resistencia. En Ginebra se reunieron
varios empresarios, con el fin de repartirse la producción mundial de
bombillas, no sólo controlando la producción, ni intercambiando patentes, lo
que querían era controlar al consumidor. Decidieron crear exclusivamente
bombillas que duraran como máximo mil horas, forzando a los consumidores a
tener que cambiar regularmente de bombillas. Las empresas responsables creaban
anuncios que calificaban de extraordinario que las bombillas durasen 1000
horas, cuando no era así.
Todo esto surgió por el problema de la revolución industrial, había tanta
producción que los consumidores no eran capaces de seguir ese ritmo y se
producían grandes excedentes difíciles de colocar. Entonces se decidió crear
productos más baratos, para satisfacer al consumidor, pero a la vez productos
que duraran menos, para poder colocar toda la producción que había. La gente comenzó
a comprar más por diversión que por necesidad, y así se aceleró la
economía.
Tras la crisis del ’29, un agente inmobiliario, Bernard London, tuvo la idea de
hacer obligatoria la obsolescencia programada, intentando así equilibrar
capital y trabajo. Siempre habría mercado para los nuevos productos, siempre
sería necesario seguir produciendo, por lo tanto, siempre habría trabajo y el
capital siempre tendría recompensa. ¿Pero con esta idea se intentaba maximizar
los beneficios o ayudar a los parados? Finalmente, la idea de la obsolescencia
programada obligatoria nunca se cumplió.
En los años ’50 la obsolescencia programada volvió a la calle. Aunque el
objetivo esta vez, no era obligar al consumidor, era seducirle. “El deseo del
consumidor de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo
necesario.” Esta era la filosofía de Bruce Stevens, el “apóstol” de la
obsolescencia programada en la
América de la posguerra. Creaba desde electrodomésticos hasta
trenes, siempre contando con la obsolescencia programada. Creando un nuevo
consumidor insatisfecho con el producto que ha disfrutado, vendiéndolo de
segunda mano y comprando algo más nuevo, con una imagen más modernizada.
Esta es la base de la sociedad de consumo actual, todo el mundo parece
insatisfecho con lo que tiene, la gente se fija únicamente en el aspecto de las
cosas. Prestan atención a todo lo bonito, lo nuevo y moderno. El diseño y el Marketing
seducen al consumidor para que desee siempre el último modelo. Así se crea el
deseo de poseer estos productos, activando la economía. Libertad y felicidad a
través del consumo ilimitado, el estilo de vida americano de los ’50 sentó las
bases de la sociedad de consumo actual.
Sin la obsolescencia programada nada sería igual en nuestra sociedad actual,
los centros comerciales no existirían, no habría productos, no habría
industria, no habría diseñadores… Sería volver a la Edad de Piedra. La sociedad
actual busca producir por producir, no por necesidad, simplemente producir
infinitamente. Si no hubiera obsolescencia programada, como en la Alemania del Este, una
lavadora duraría 25 años, no habría negocios de lavadoras, una radio duraría
otros veinte años no habría negocio de radios, y así con todos los productos
que puedas imaginar, hasta con las medias, que eran tan resistentes en un
principio que tuvieron que hacerlas más débiles, para que no frenara la
industria.
Esta sociedad de crecimiento no es sostenible a largo plazo, el mundo en el que
vivimos no podrá soportar tanto derroche como el que estamos produciendo. Yo
creo que no, no es algo que podamos hacer, el consumo ilimitado es un tren a
toda velocidad que ya no conduce nadie, y que se estrellará contra un muro, si
no se ha estrellado ya. Nuestros hijos y nietos nunca nos perdonarán el gran
daño ecológico que estamos causando. ¿Pero vamos a anteponer el medioambiente a
la economía, al trabajo, a nuestro bienestar?
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