viernes, 10 de octubre de 2025

La obsolescencia programada; motor secreto de la economía desde los años '20


Comprar, tirar, comprar, tirar... Así es como podemos resumir nuestra actual sociedad de consumo, cuyo objetivo no es crecer para cubrir nuestras necesidades, si no crecer por crecer. Lo que nos invita a ello es la obsolescencia programada, que nos hace tener el deseo de poseer nuevos productos, un poco antes de lo necesario. Los fabricantes crean productos menos resistentes y duraderos, lo que hace que dejen de funcionar pronto, y la gente necesite ir a comprar otro nuevo. La obsolescencia programada es el “motor secreto” de la economía. Esto supuso el gran avance económico desde los años veinte, que fue cuando comenzó la idea de la obsolescencia programada. Pero también supone un gran problema medioambiental, países como Ghana son actualmente los vertederos del mundo occidental, allí van a parar todos los productos tecnológicos que ya no funcionan. 

La idea de la obsolescencia programada nació el 25 de diciembre de 1924, 53 años después de que Thomas Edison anunciara el descubrimiento de la bombilla, una lámpara incandescente de muchísima resistencia. En Ginebra se reunieron varios empresarios, con el fin de repartirse la producción mundial de bombillas, no sólo controlando la producción, ni intercambiando patentes, lo que querían era controlar al consumidor. Decidieron crear exclusivamente bombillas que duraran como máximo mil horas, forzando a los consumidores a tener que cambiar regularmente de bombillas. Las empresas responsables creaban anuncios que calificaban de extraordinario que las bombillas durasen 1000 horas, cuando no era así.
 
Todo esto surgió por el problema de la revolución industrial, había tanta producción que los consumidores no eran capaces de seguir ese ritmo y se producían grandes excedentes difíciles de colocar. Entonces se decidió crear productos más baratos, para satisfacer al consumidor, pero a la vez productos que duraran menos, para poder colocar toda la producción que había. La gente comenzó a comprar más por diversión que por necesidad, y así se aceleró la economía.
 
Tras la crisis del ’29, un agente inmobiliario, Bernard London, tuvo la idea de hacer obligatoria la obsolescencia programada, intentando así equilibrar capital y trabajo. Siempre habría mercado para los nuevos productos, siempre sería necesario seguir produciendo, por lo tanto, siempre habría trabajo y el capital siempre tendría recompensa. ¿Pero con esta idea se intentaba maximizar los beneficios o ayudar a los parados? Finalmente, la idea de la obsolescencia programada obligatoria nunca se cumplió.
 
En los años ’50 la obsolescencia programada volvió a la calle. Aunque el objetivo esta vez, no era obligar al consumidor, era seducirle. “El deseo del consumidor de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario.” Esta era la filosofía de Bruce Stevens, el “apóstol” de la obsolescencia programada en la América de la posguerra. Creaba desde electrodomésticos hasta trenes, siempre contando con la obsolescencia programada. Creando un nuevo consumidor insatisfecho con el producto que ha disfrutado, vendiéndolo de segunda mano y comprando algo más nuevo, con una imagen más modernizada.
 
Esta es la base de la sociedad de consumo actual, todo el mundo parece insatisfecho con lo que tiene, la gente se fija únicamente en el aspecto de las cosas. Prestan atención a todo lo bonito, lo nuevo y moderno. El diseño y el Marketing seducen al consumidor para que desee siempre el último modelo. Así se crea el deseo de poseer estos productos, activando la economía. Libertad y felicidad a través del consumo ilimitado, el estilo de vida americano de los ’50 sentó las bases de la sociedad de consumo actual.
 
Sin la obsolescencia programada nada sería igual en nuestra sociedad actual, los centros comerciales no existirían, no habría productos, no habría industria, no habría diseñadores… Sería volver a la Edad de Piedra. La sociedad actual busca producir por producir, no por necesidad, simplemente producir infinitamente. Si no hubiera obsolescencia programada, como en la Alemania del Este, una lavadora duraría 25 años, no habría negocios de lavadoras, una radio duraría otros veinte años no habría negocio de radios, y así con todos los productos que puedas imaginar, hasta con las medias, que eran tan resistentes en un principio que tuvieron que hacerlas más débiles, para que no frenara la industria. 
 
Esta sociedad de crecimiento no es sostenible a largo plazo, el mundo en el que vivimos no podrá soportar tanto derroche como el que estamos produciendo. Yo creo que no, no es algo que podamos hacer, el consumo ilimitado es un tren a toda velocidad que ya no conduce nadie, y que se estrellará contra un muro, si no se ha estrellado ya. Nuestros hijos y nietos nunca nos perdonarán el gran daño ecológico que estamos causando. ¿Pero vamos a anteponer el medioambiente a la economía, al trabajo, a nuestro bienestar?
 

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