La cuenca del Saja Besaya, la zona más contaminada de Cantabria, se enfrenta a la demolición de su única estación depuradora, sin que las autoridades acuerden una alternativa.
Volcada
en la actividad fabril desde principios del siglo XX, Torrelavega se convirtió
durante ese siglo en el principal foco industrial de Cantabria y uno de los más
importantes del norte de España. Fábricas químicas (como Solvay, Sniace, ASPLA
o Firestone), talleres y fundiciones, minas y empresa auxiliares acumularon un
impacto terrible sobre el medio ambiente de la comarca, al tiempo que las
poblaciones cercanas a las fábricas crecían sin medidas que acompañaran el
creciente impacto humano, hasta convertir los ríos locales (la cuenca
Saja-Besaya) en un estercolero.
En
un país en que durante décadas ha sido más productivo pagar multas (en caso de
haberlas) por contaminar, que asumir medidas para solventar el problema no
sería hasta comienzos del siglo XXI cuando las autoridades regionales tomaran
conciencia de la grave situación ambiental y tomaran medidas “integrales”.
En
2001, el consejero del PP José Luís Gil presentaba un amplio programa de
recuperación medioambiental para la cuenca del Saja-Besaya que incluía una estación
depuradora de aguas residuales (EDAR) en las marismas de Cortiguera (también llamada
Vuelta Ostrera). El EDAR depuraría las aguas residuales de unos 370.000
habitantes y casi un centenar de industrias y explotaciones ganaderas, convirtiéndose,
con sus 24 millones de presupuesto, en el motor del ambicioso Plan Saja-Besaya,
dotado de 145 millones de euros de inversión, y que incluía la construcción de
A mitad del plan los caprichos de la política hicieron que el nuevo consejero de Medio ambiente surgido de las elecciones de 2004, el independiente propuesto por el PSOE José Ortega Valcarcel, pusiera en cuestión todo el plan, tachándole de “poco transparente, clientela en sus planteamientos e improvisado”, entre otras lindezas. Para el nuevo gobierno de regionalistas y socialistas el plan resultaba una hipoteca política y económica que el nuevo gobierno no estaba dispuesto a asumir, dado que la conserjería adolecía de una “grave escasez de recursos materiales y humanos y de una gran falta de estímulo y motivación de su plantilla”.
Aunque
el nuevo consejero mostró en aquel momento su intención de poner en marcha un proyecto
alternativo basado en un “nuevo programa hidrológico integral, un plan territorial del paisaje, así como
planes de residuos, desarrollo ambiental sostenible, educación y documentación
ambiental y una revisión de la recién aprobada Ley de Saneamiento y Depuración”,
lo cierto es que el gobierno, más allá de sus buenas ideas y el prejuicio a las
de los contrarios, se encontró en aquel 2004 con problemas muy graves encima de
la mesa que pronto se vio, no sabia como resolver.
De
un lado, el centro de todas las acciones, el EDAR de Vuelta Ostrera estaba
terminado, con su factura de 24 millones de euros encima de la mesa así como la
exigencia de saneamiento de los ayuntamientos. De otro, grupos ecologistas
(como ARCA) y varias asociaciones ciudadanas proseguían con éxito su carrera
judicial contra la depuradora.
Por
encima de su necesidad, el anterior gobierno había cometido un grave error,
levantarla en dominio público litoral, ocupando
Era
el año 2004, y en medio de acusaciones políticas cruzadas y mucha falta de
dialogo, la estación estaba terminada, pero la sentencia del Supremo era clara,
había que derribar el edificio y restituir el paisaje.
Desde
entonces pocas nuevas ideas para salvar la cuenca del río se han visto, la
depuradora
Funciona
con éxito (manteniendo las aguas del río y de la costa como nunca se habían
visto) y las autoridades han agotado todas las vías legales para impedir el
derribo, sin éxito. 14 años en los que la ecologista ARCA ha llevado a cabo
numerosas medidas legales contra la estación y las autoridades, obteniendo no
solo el apoyo judicial, si no, incluso, el del gobierno de la nación, en ambos
casos con un mensaje claro, hay que tirar la depuradora y levantar una nueva.
Llegados a este punto puede parecer que 14 años son bastantes para llegar a un acuerdo, levantar una nueva depuradora y hacer lo posible para que las aguas de la zona no recuperen el típico color “chocolate con tropiezos” que tenían antes de 2004.
Esta
semana, el ministerio de fomento sacaba a licitación el derribo del EDAR y la
recuperación ambiental de la marisma de Cortiguera por 360.000 euros, lo que
convierte en inminentes las tareas de derribo sin que exista alternativa. Más
aun, sin que exista suelo disponible posible, por una razón que un medio
digital describía muy gráficamente hace unos días con la frase “nadie quiere la
mierda”, entendido como que ningún municipio de la zona (y lo han manifestado todos
de manera categórica) quiera las tuberías, las zonas de bombeo, los lodos y los
demás incordios de la planta.
Siete son las alternativas propuestas por Fomento, sin que hasta el momento se vislumbre un atisbo de consenso. Tan solo una cosa parece clara, todos quieren repetir la idea, pero en casa del (ayuntamiento) vecino: juntar toda la porquería, depurarla en un gran edificio y soltarla al mar lo más lejos posible de la costa.
Desde
Equo y Podemos se ha venido defendiendo la viabilidad de una vieja zona
industrial la llamada Isla de Solvay o Isla Monti. Para David Barredo, portavoz
de Podemos en la comarca el problema no es solo de ubicación si no de cómo
quiere afrontarse el problema.
Para
el político, levantar el nuevo EDAR en otro punto cercano afectaría a las
marismas de Cuchia. Ese emplazamiento obligaría a la construcción de un
emisario de tres kilómetros que afectaría a
Los
ecologistas parecen compartir esta opinión, defendiendo esa nueva ubicación “por
tener suelos degradados formados por residuos industriales, que deben ser
retirados; por ser un lugar alejado de los núcleos vecinales, con una cuenca
visual reducida; por ser una zona cercana a la actual EDAR y para rentabilizar
las infraestructuras existentes, estando a poco más de1 km de
Pero el tiempo sigue jugando en contra. La isla Monti fue un erial en la época industrial, pero en estos ocho años la naturaleza la ha vuelto a colonizar, llenándola de aves acuáticas, insectos y anfibios que viven en los humedales que han creado los acuíferos y la labor de recuperación ambiental emprendida por la química como obliga la ley, y que quedaría perdida con la obra.
El
juego político y judicial parece que seguirá durante mucho tiempo, la falta de
escucha a los entendidos también y el riesgo de deterioro de la ría y de muerte
del ecosistema más.

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