¿Qué me dirías si te propongo crear una gran máquina, capaz de asociar sonidos, colores, texturas, aromas… reconocerlos, almacenarlos, diferenciarlos, poder ponerles nombre, poder seleccionarlos, poder crear con todos ellos, tal vez cientos de miles, otros nuevos; poder rememorarlos en cualquier lugar y momento, a cualquier hora, ¿independientemente de que no estén allí?.
Sinceramente te diría que necesitamos un gran equipo para
cumplir un sueño tan demente, si es que conseguimos manejar todas esas
funciones, si conseguimos analizarlas y comprenderlas como ellas nos comprenden
a nosotros mismos.
“Está bien, entonces si el cuerpo humano es sólo un conjunto
de células; ¿es acaso simplemente un puñado de letras la colección de obras de
Shakespeare?”
Podríamos definir la actividad musical dentro de nuestro
cerebro como el imperio de los sentidos frente al reino de la lógica. Nuestro
cerebro actúa ante cada nota como un sistema informático, captando,
identificando y analizando posteriormente cada nota filtrada por nuestro tronco
cerebral. A veces puede llegar a colapsarse; una parte de la población que
tiene más espabilado el hemisferio derecho tiene mayores facilidades para este
entretenimiento en cuestión. La música es creatividad, sensibilidad y suspense
sublimemente emocional, basada en un sutil registro de impulsos neuronales en
una parte demasiado remota de nuestras mentes físicas. Un arte en parte innato;
ejemplo de ello fue Mozart, creador de grandes composiciones, apenas haber dado
una inmemorial clase de música en su vida.
A pesar de todo esto, existe una singular conexión entre
ambos mundos, ambos hemisferios interconectados que permiten darle un sentido aúnen,
y poder conseguir que en esta gran compleja base de datos puedan quedar
registrados cada uno de los sonidos, por muy imperceptibles que sean. Las
normas musicales parten del “no al silencio absoluto”, ya que, si no, no
tendría sentido destruir algo ya creado, aunque sea la nada.
Recientemente está de moda que los niños en edades tempranas
se encaprichen de algún instrumento y empiecen a descubrir un cosmos del caos
en un orden tan insólito como sus propias mentes; es su momento de expansión,
de sorprenderse y ser sorprendidos, sino es entonces, ¿Cuándo es? Sino es en
ese momento cuando se ha de crecer, ¿Cuándo progresar de una forma tan
despegada si ya no se es niño? Con la práctica musical no sólo consiguen un
dominio a nivel de una especialidad, sino que también les puede ser tan
fructífero en su vida diaria como una clase de inglés.
Mediante la música se pueden reforzar conceptos en el
desarrollo de ambos hemisferios; creatividad e imaginación, tanto como la
agilidad en unas matemáticas, ya que, al fin de al cabo, la ciencia musical no
deja de ser un conjunto de actividades basadas en la medición de un tempo
regular que puede ser adaptado bajo las leyes de la science exacte et pure.
Del mismo modo la capacidad de aprendizaje aumenta, al igual
que la facilidad para realizar reflexiones más profundas y tomando conciencia
de las situaciones de su vida cotidiana; no es de extrañar que la mayoría de
los músicos de la historia realmente sonados tengan una personalidad en alto
grado polifacética; ciencias, artes, literatura…
Otro dilema referente a la mente; ¿Es el cerebro el que nos
modifica, o somos nosotros quienes le modificamos?
De una forma consciente o inconsciente, según demostró
Freud: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que
uno de los dos piensa por ambos.”
Numerosos estudios científicos han demostrado que el oído actúa
(o mejor dicho, interactúa) con un papel muy dispar dependiendo de las regiones
del mundo en el que se vea condicionado a crecer, descubrir, desarrollarse y
por qué no, relacionarse y “sociabilizarse” de una forma auditiva con el
ambiente. De tal forma que dos sujetos pueden recibir la misma información,
habiendo permanecido en polos opuestos del mundo e interpretar ésta de una
manera tan antagónica como si a uno de ellos le hubieran puesto la cinta marcha
atrás. Esto nos conduce a desconfiar de nuestro propio centro informático;
¿Somos inconscientes de ser utilizados por nosotros mismos debido a una mejora
de evolución (como muchas otras de las cuales no tendremos aún constancia ni
motivos de los que preocuparnos por ellas), o somos nosotros los que nos
auto-utilizamos a expensar de ser nuestra propia base datos la que hace
“transacciones secundarias” respaldándose en ser únicamente una información que
considera innecesaria para nuestro desarrollo intelectual?
Sobre Ofuscaciones y Otras Genialidades.
¿Por qué crea en mí el deseo... y después me
niega el talento? Salieri.
Wolfgang A. Mozart, Nicolo
Paganini, Federico Chopin, Louis Armstrong,Wagner, Frank Zappa, Francis Albert
Sinatra…
Como todas las cosas, son la excepción que confirman la
regla, y podríamos llenar muchas hojas. Pero no todo el mundo goza de la suerte
o desgracia de poseer un talento lejos de las manos de cualquier humano (al
menos uno entre cien mil…).
Es el caso del oído absoluto, y las amusias en general:
síndromes musicales. Son dones que pueden convertirse en pesadillas, ya que
obligan a trabajar de forma consciente al sujeto, mientras su cerebro recopila
información de manera totalmente inconsciente; es decir, no puede parar de
informar sin saber que está colapsando el centro operativo. Mayormente se
pueden manifestar de diferentes formas: activo (puede entonar e identificar
cualquier nota de la escala, sin referencias); inactivo (capaz de diferenciar
la tonalidad, con imposibilidad de cantarla); o relativo (poder reconocer una
nota, con otra de referencia como apoyo).
Algunos de estos síndromes han producido frustración,
orgullo, obsesiones y envidias a lo largo de la historia; ¿Por qué unos son
claramente beneficiados con algo especial, frente a otros? El verdadero
misterio del mundo es lo invisible.
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