Cientos de venezolanos han convertido la huida en una forma de supervivencia, a su llegada grupos de voluntarios empiezan a crear una amplia red asistencial.
Yanira, una joven estudiante de derecho, ha organizado un
grupo de mujeres dedicadas a recabar ayudas y material básico para sus familias
allende el mar.
“Las necesidades son muchas, porque la situación allí es
límite, pero no es mucho mejor la de los residentes aquí, especialmente la de
los que dependen de pensiones del estado o no han logrado aún un trabajo, o no
han podido convalidar estudios y formación”, nos explica Yanira con cara de preocupación.
La joven, como otras residentes del país latino
americano en España, está organizándose siguiendo el modelo abierto
en Madrid por Alberto Casillas y Veruska Natacha Rodríguez, que han puesto en
marcha una asociación asistencial que tiene por objetivo disminuir las penurias
de centenares de personas aquí y allá.
Yanira, Barbará y Noive son las jóvenes que organizan en un
pequeño espacio de los locales de Cáritas un mercadillo solidario en el que se
reciben a diario donativos y paquetes ya
preparados de medicinas, alimentos y material escolar que ellas reparten
a los que lo precisen o envían a otras ciudades españolas o venezolanas.
“Nuestra agradecimiento es mayor si cabe porque cada vez más
españoles se unen y colaboran en nuestras tareas.” Nos lo dice Bárbara, que tocada
por el natural talento caraqueño, prepara dulces y conservas típicas de su país para venderlos. “No es
solamente una forma de obtener dinero, necesitamos borrar esa idea de violentos
y caóticos que estamos vertiendo sobre
nosotros y construir , para cuando
llegue la calma, la imagen de un país, dulce, emprendedor y con talento, que
solo quiere vivir en paz”.
La idea ahora es extender el número de proveedores de esos
productos, de manera que en las ciudades españolas en las que se desarrolla
este proyecto u otros similares se pueda dar empleo a artesanos y emprendedores
que de esta manera se abren al mercado y obtienen recursos para subsistir.
“Hemos recuperado nuestra libertad, pero la vida es cada vez
más dura, y las noticias que nos llegan nos recortan las esperanzas día a día”,
nos explica Noive, la más joven de las tres.
El padre de Noive era un relevante funcionario en el estado, controlado por la oposición hasta 2012, año en que los chavistas ganaron las elecciones y la elección se convirtió en elegir en infierno o huida. Y eligieron la huida antes de seguir viviendo en una casa apedreada a diario, a sufrir robos y desprecios. Y esa es parte de la clave de esta pequeña historia, dar amparo a los que han huido para poder vivir, ayudándoles no solo a sobrevivir, si no a mantener su identidad, atrapada en tan solo unos pequeños objetos, algunos de los cuales se han quedado en los vericuetos de los estrictos controles de los aeropuertos comunitarios.
Pero las labores de grupos de voluntarios como este son
ingentes. En ocasiones tienen problemas para empadronarse, lo que deriva en
dificultades para acceder a los servicios sanitarios o educativos en nuestro
país. Otras veces deben, desde la distancia, ayudar a compatriotas atrapados en
su salida desde los aeropuertos venezolanos, especialmente los identificados
como miembros de partidos opositores
como acción democrática.
Es la otra lucha por la supervivencia y la libertad que
nunca veremos en los telediarios, pero si en nuestras calles, entre los que
ahora son nuestros vecinos.
Imagen El Mundo
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