David
Pereda
Maite
Pagazaurtundúa, es la actual directora de la asociación de víctimas del
terrorismo. Puede dar testimonio, por desgracia, de la violencia y la muerte de
ETA, la cual ha vivido en primer plano tanto en amigos como en familiares. En
sus propias palabras, existe la posibilidad de que los mismos que dirigieron la
lucha terrorista con brutal violencia (la izquierda aberzale en manos de Otegui
o Iruin y los exiliados vascos en América) puedan levantar la paz, es decir,
pueden ser capaces de parar a los suyos. Es su responsabilidad histórica si
quieren sentirse humanos alguna vez. Cree que los principios rectores para
acabar con ETA, sin impunidad, deberían ser transparentes, todo lo contrario
que sucede con las sospechas sobre el caso Faisán. También hay dudas sobre las
intenciones de Sortu o de otras plataformas electorales de Batasuna, aunque
también hay mucha esperanza, lo cual, frustra el deseo de paz de las personas.
Además es firme defensora de que la negociación con los culpables no es
aceptable. Aún tiene fe en un Estado de Derecho en el cual para garantizarle
hay que seguir las leyes, lo cual es lo que España y el País Vasco debe a sus
víctimas. La justicia es uno del los pilares básicos en nuestra convivencia y
aunque las víctimas no se han vengado, no se las puede abandonar, sería un
enorme tongo colectivo.
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¿Quién es
Maite Pagazaurtundúa?
Una mujer
que ve crecer a sus hijas y se admira cada día del milagro de la vida. Un ser
humano con sentido del deber, por lo que procuro trabajar a fin de que termine
la violación de derechos humanos en el País Vasco por fanáticos identitarios,
procurando que el fin de ETA no lleve un dolor añadido para las víctimas
inocentes.
¿Cómo
recuerda el día en que la violencia y la muerte llamaron a la puerta de su
familia?
Había visto
muchas veces ya a la violencia y a la muerte llevándose a queridos amigos. La
llegada de la desolación a nuestra casa fue precedida por nueve años de amenaza
de muerte.
¿Qué ha
sido peor para muchos ciudadanos vascos como usted: ese momento en que la
violencia te golpea con toda su fiereza, o ese continuo diario de miradas,
abandonos y palabras dolorosas que se ha vivido en el País Vasco?
Son dolores
distintos. En un caso es la ausencia, trágica e irreparable. El otro tipo de
dolor hace difícil canalizar bien el duelo y enterrar, simbólicamente, bien a
los muertos.
A
diferencia de otras partes de España, ¿por qué hay que tener valor para vivir
en el País Vasco?
Hay que
tener valor para ser libre por dentro, esto es, para pensar distinto que los
fanáticos identitarios.
¿Cuánto ha
cambiado y en qué Euskadi, desde que el lehendakari no es nacionalista?
Es un
Lehendakari que cree que hay que hacer frente a las raíces del fanatismo,
echadas en nuestra sociedad hace muchas décadas y que necesitaba un liderazgo
más claro, menos ambiguo.
¿En qué se
ha sentido decepcionada con las medidas y actitudes del gobierno vasco y del
gobierno de Madrid?
Para hacer
una valoración de ese tipo, todavía me falta algo más de tiempo, ver todo un
ciclo político y, entonces, tener distancia suficiente en la valoración global,
no sólo de los detalles.
¿En qué se
ha sentido decepcionada con la ciudadanía vasca y española?
La sociedad
española no tiene las mismas circunstancias que la sociedad vasca. La sociedad
vasca y la sociedad navarra viven todavía muy sometidas simbólicamente al poder
del miedo de ETA. Los comportamientos colectivos tienden a la docilidad con el
poder, tanto sea un poder formal, como la amenaza violenta de los aspirantes al
poder como son los terroristas de ETA y su entorno. Lo ideal, claro, es una
sociedad donde cada ciudadano tenga tiempo y ganas de analizar con libertad de
pensamiento cada cosa que le afecta y que articule con responsabilidad su
participación y, cuando le parezca oportuno, controle a sus representantes
políticos.
Nuestra
sociedad es bastante más pasiva y la mayoría de la gente tiene que enfrentarse
a muchos problemas personales y profesionales todos los días.
¿Qué
requiere hoy más esfuerzo y más dolor, perdonar el pasado o reconstruir el
futuro?
El futuro
se construye con los materiales que heredamos, en una buena parte, con los
aciertos y errores que alcanzan la marea del tiempo presente. Se construye
además con los prejuicios de las épocas, con los modos de los que mandan en
cada momento.... Pero lo curioso es que nos preguntan constantemente sobre el
perdón, y quienes nos han hecho tanto daño no nos han pedido perdón. Las
miradas deberían ir enfocadas a preguntar al entorno de los fanáticos cuándo
van a considerar su responsabilidad con honestidad y condenar tanta brutalidad
real cometida...
El
Ministerio del Interior está en manos de un histórico de la lucha contra ETA,
la izquierda abertzale en manos de Otegui o Iruin, los exiliados vascos en
América bajo la dirección de históricos luchadores etarras. ¿Pueden los mismos
que dirigieron la lucha, levantar la paz?
La
definición de exiliado no creo que se corresponda con el perfil de personas
vinculadas a delitos muy graves. En España hubo una Amnistía en el año 1977, en
adelante quien ha atentado contra personas inocentes y ha escapado de la
justicia no es un exiliado. Es muy importante definir bien los conceptos y sortear
también esas palabras casi épicas (dirigieron la lucha) para referirse a los
que han reventado a trozos a seres humanos y han utilizado el asesinato y la
coacción de niños, de ancianos, de mujeres embarazadas...
¿Pueden los
responsables del horror dejar de hacer el bestia? Sí. No ha sido
espontáneamente. ¿Pueden parar a los suyos? Ojalá, porque ellos los metieron en
la espiral de provocar horror. Es su responsabilidad histórica con tanto daño
que han provocado, si quieren sentirse alguna vez humanos.
Con tanto
sufrimiento, ¿hasta qué punto los vascos no se han convertido en lo mismo que
las heroínas de Dostoievski, atadas a la disyuntiva de dejar de amar o dejar de
sufrir?
Conozco a
unos pocos de los héroes-antihéroes atormentados de este escritor y no veo tan
claros los paralelismos con los ciudadanos vascos.
Alex
Maskey, miembro del Sinn Féin, y Bill Bowring, presidente de la asociación de
abogados europeos por la democracia y los derechos humanos han estado presentes
en los pasos de Sortu, ¿tan incapaces somos vascos y españoles de consensuar y
arreglar nuestros asuntos que precisamos una intervención exterior?
No
precisamos una intervención exterior para hacer frente legalmente a unos
fanáticos identitarios en declive, pero hay voluntarios para este tipo de
funciones, muchos de ellos además, cobrando sustanciosas nóminas. Y también,
algunos de ellos, con pasados muy poco honoríficos en sus propias sociedades.
La condición humana se presenta, a veces, con tintes de narcisismo y
oportunismo extremo.
¿Hasta qué
punto puede lastrar el proceso de paz hechos como el caso Faisán, o simplemente
las sospechas que está levantando?
La
existencia de un “proceso de paz” no ha sido expuesta ni anunciada por el
gobierno. En todo caso, creo que los principios rectores para un modelo de fin
de ETA, sin impunidad, claro, deberían ser transparentes y sujetos a reglas de
juego comprensibles para todos. No somos una sociedad menor de edad y tenemos
derecho a canalizar en igualdad de condiciones los grandes debates públicos.
Lo otro a
lo que se alude debe analizarse en términos de legalidad, no de oportunidad
política, porque, en otro caso estamos degradando la calidad de un Estado de
Derecho.
Hay muchas
dudas sobre las intenciones de Sortu, o de otras plataformas electorales que
Batasuna pondrá en marcha en las próximas semanas, pero también mucha
esperanza. De una parte, si sólo es un señuelo y nos engañan ¿qué fallos tiene
la legislación de partidos aún? De otro, ¿vamos a perder una oportunidad para
la paz, para integrarlos en las vías pacíficas?
La
esperanza podría ser desaforada y fruto del pensamiento mágico. Estaría bien
que los estudiantes leyeran el cuento de Borges en el libro ficciones: la
biblioteca de Babel. Los fanáticos son grandes tácticos y juegan precisamente
con eso, con el deseo de paz, con los sueños de oportunidades para la paz, con
la predisposición de que siempre serán integrados por vías pacíficas, por mucho
que maten. Acaba de conocerse que desearon asesinar al recién elegido
Lehendakari Patxi López, pensando en forzar a la negociación. No hay que
confundir los sueños con la realidad, ni el ser con el deber ser, me temo.
¿Cuál es su
opinión acerca de las multitudinarias manifestaciones que han apoyado la
legalización del partido Sortu?
Llevan
décadas perfeccionando la solidaridad de grupo y la acumulación de fuerzas para
utilizarla en la búsqueda de sus objetivos. Llevan décadas insensibilizando a
sus partidarios frente a la utilización de la violencia, complementaria con la
acción sociopolítica.
¿Es
aceptable coordinar acciones políticas (negociación, legalización...) con
judiciales (amnistía), o los culpables de tanto dolor cree usted que deben
pagar sí o sí?
La
negociación no me parece aceptable. La legalización depende de que cumplan las
condiciones para ello y la amnistía no se contempla jurídicamente en España
desde la aprobación de la
Constitución de 1978. En un Estado de Derecho hay que seguir
las leyes, es la garantía de derechos, especialmente de los más débiles.
Pensemos en que los gobiernos no tuvieran límites. O los profesores. O los
padres. O los poderosos, en general.
¿Qué opina
usted acerca de los denominados “terroristas arrepentidos”? ¿Cree en su perdón
hacia las víctimas? ¿No le parece un insulto que uno de los etarras más
sanguinarios como Soares Gamboa, actualmente sea entrevistado libremente en
televisión?
Hay
terroristas que lo han dejado y no se han arrepentido. Esto ocurre la mayoría
de los casos. Hay un libro que recoge testimonios de una parte importante de
los etarras que lo han dejado. La mayoría de las veces lo han abandonado por
enfados con sus propios compañeros sobre el poder interno o la estrategia de la
organización, sin mediar cuestiones éticas, o por cansancio personal. En
algunos casos, además, hay un narcisismo de fondo que hace que les parezca
estupendo ser terroristas mientras lo han querido ser y luego se sientan ideal porque
lo han dejado, y ni en una fase ni en otra piensan en la gente que han matado,
ni en las familias que han quedado machacadas para siempre.
No pasa
sólo en el caso de ETA, es algo que he comprobado personalmente con más
organizaciones terroristas. Soares Gamboa provocó dolor a algunas víctimas que
siguieron una entrevista televisiva, lo sé porque me llamaron, afectadas.
Se habla
del gobierno de España, de los jueces y de la izquierda abertzale. ¿Cuál es el
papel de la ciudadanía vasca en este proceso?
Si
entendemos como proceso, lo que entiende ETA, estaríamos hablando de lo que
llaman “proceso democrático” y en él buscan que con el fin de ETA, consigan lo
que han procurado conseguir matando. El “se habla“ resulta un poco fantasmal,
como de sombras, hay poca transparencia, ¿no?
Hace pocos
meses nosotros publicábamos un artículo sobre el plan de convivencia y
deslegitimación de la violencia que impulsa la consejera Isabel Celaá en los
centros de enseñanza. Ante un tema tan importante, ¿por qué ha habido algunas
reticencias y algunos colectivos y personas que han puesto obstáculos? ¿Es eso
signo de que la meta de la paz aún está lejos en Euskadi?
La sociedad
vasca acumula miedo y prejuicios desde hace décadas. Incluso, una parte de la
sociedad ha desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo, al estar
simbólicamente rehén del secuestro del miedo que provoca ETA. Las distorsiones
en la percepción y en las actitudes son fruto de mucho fango moral provocado
por todo ello.
¿Cuál puede
ser el papel de EA en el proceso de paz, tras la mano tendida de esta formación
a la izquierda abertzale y el posicionamiento público del histórico Carlos
Garaikoetxea a favor del dialogo sin condiciones?
EA está en
una situación política terminal, pero además jamás ha estado cerca de los
acosados, ni de las familias de los asesinados. Es triste, pero la ideología
nacionalista les pesa más que los derechos humanos reales y los seres humanos
reales. Lo conozco, muy de cerca, en el plano incluso personal. El diálogo sin
condiciones es un sintagma nominal que suena muy bonito, pero arrascando,
aparece una realidad durísima que incluye la impunidad y la irresponsabilidad
por las bombas, los muertos, los niños que han tenido que ocultar la identidad
de sus padres, bajo la insensible mirada de los que dicen esas palabras.
¿Es la
crisis económica un caldo de cultivo para reactivar el radicalismo político?
Aqui se
sufre con menos intensidad, así que creo que no va por ahí la razón. El
fanatismo identitario echó raíces en una sociedad mucho más rica que la media
española, por tanto la pobreza no sería un factor determinante.
A veces,
hay periodistas y políticos que tachan a las víctimas y a los dirigentes de sus
colectivos de intransigencia, y de estar en posiciones políticas muy
conservadoras. ¿Cree usted que es eso cierto?
El
colectivo de víctimas es muy amplio y plural. Como en la propia sociedad hay
una diversidad de posturas ideológicas de fondo. Ahora bien, también detrás de
esas críticas hay quien esconde el recurso fácil y cómodo para desentenderse de
la reclamación de justicia, esto es, lo contrario a la impunidad que reclama
ETA y Batasuna para los etarras, la misma que reclaman con sordina los de EA y
otras personas en nuestra sociedad.
¿Por dónde
pasa, cree usted, la solución definitiva al llamado problema vasco?
En mi
opinión por la derrota simbólica de los grandes presupuestos de la estrategia
de ETA. No tienen derechos superiores a los demás, el derecho a la vida está
por encima de sus anhelos políticos y no tienen derecho a reclamar impunidad
por la muerte, para dejar de matar. No podemos compensar una estrategia tan
cruel y tan injusta, porque democráticamente resultaría una aberración. Si
abandonan el terror, porque lo cierto es que están en enorme decadencia, y
dejan de hacer chantaje para la impunidad e individualmente se van acogiendo a
la reinserción, sólo tendríamos que seguir la ley, que es lo lógico en un
sistema democrático.
¿Qué debe
España y el País Vasco, en especial, a sus víctimas?
No hacerles
trampa en su derecho real a la justicia. Desde el artículo 1.1 de la Constitución aparece
la justicia como uno de los pilares de nuestra convivencia. Las víctimas no se
han vengado. Se les ha exigido contención y está bien, pero no se les puede dar
gato por liebre sin que la sociedad se malee. La sociedad se podría
autoengañar, como en tantas cosas, y podría achacarles a las víctimas la culpa
de lo que resultase incómodo, y victimizarlas doblemente, y abandonarlas sin
posibilidad de un duelo decente, pero no por ello dejaría de ser un enorme
tongo colectivo.
¿Y qué
diría a aquellos jóvenes, vascos que siguen anclados en el enfrentamiento? ¿Y a
aquellos que siguen esperando la paz?
Los jóvenes
vascos, la mayoría de ellos, viven al margen de la subcultura de la violencia y
al margen del activismo cívico. No son muy activos, en general, en esta
cuestión. En general, no son agentes activos de nada, por así decirlo. Están a
sus cosas e intereses particulares, en general. Y los que tienen conciencia
social trabajan en otro tipo de causas.
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