Corría el
año 2004 cuando la inmobiliaria FADESA presentaba una macro urbanización de
lujo a un paso de Santander, en la localidad de Mompía. El proyecto pretendía
construir 400 viviendas en la ladera del Monte de la Picota. Eran los años
en que España aún vivía una expansión inmobiliaria sin límites y en los que la
gente pagaba por cualquier casa sin mucho miramiento. El Ayuntamiento de
Piélagos dio pronto las licencias, ante la posibilidad de incrementar de forma
rápida sus contribuyentes y vecinos y la comisión regional de urbanismo (CROTU)
dio su visto bueno con igual presteza. Pero esta urbanización sería distinta,
su construcción requería la destrucción de la mitad de la montaña y arrasar un
espacio de interés natural y paisajístico, pese a todos los informes de impacto
ambiental fueron favorables.
El proyecto
llegaba justo después de que se iniciasen los primeros expedientes judiciales
contra urbanizaciones que se habían construido en el mismo límite de la costa,
cuando no sobre dunas o arenales. Expedientes de derribo iniciados a instancias
de las denuncias de una organización ecologista que había dicho basta a la
destrucción medio ambiental que se iniciaba en Cantabria, ARCA.
El problema
era de actitud política pero partía también de que las normativas
administrativas todavía permitían actuaciones como esa al no haber incorporado
en aquella época las normas medioambientales ni las directivas europeas.
Medios y
ecologistas se movilizaron y consiguieron que el Tribunal Superior de Justicia
de Cantabria declarase ilegal la construcción en 2007 y el Supremo en 2011.
Para entonces las casas estaban hechas, el monte destruido, la burbuja
inmobiliaria pinchada y FADESA en concurso de acreedores, no había marcha
atrás.
El proyecto
había destruido media montaña, sobre todo, la falda, con una intervención
estéticamente fea, muy de estilo americano, que rompía todo con toda la
arquitectura de la zona. Una ciudad dormitorio sin servicios que durante el día
era un paraje fantasma. Pero el ayuntamiento ya había cobrado las licencias y
hecho su negocio.
¿Cómo fue
posible? Los especialistas en urbanismo se encontraron ante un laberinto legal
que impidió actuar a tiempo. De hecho, a tenor de las normas de la época,
totalmente desfasadas, el proyecto tuvo la evaluación de impacto ambiental positiva, y el informe del gobierno de
Cantabria dijo que había sido respetuoso con el medio ambiente.
La presión
de ARCA obligó posteriormente a un nivel de exigencia legislativa mayor, pero
el caso de esta urbanización, conocida como “El Cuco” no iba a ser el último.
Muchos ayuntamientos siguieron considerando humedales, litorales y zonas
boscosas como urbanas por estar cerca de un núcleo de población, ese era otro
de los problemas las continuas recalificaciones de terrenos que convertían, sin
miramientos las zonas rústicas, donde no se puede edificar, en rústicas, algo
que los vecinos no denunciaban, pues les beneficiaba. Fue una época de venta de
tierras y cierre de explotaciones ganaderas.
La tercera
pata del banco se encontraba en la ignorancia de muchos ayuntamientos que
pusieron en marcha planes de urbanismo que entraban en manifiesta contradicción
con leyes superiores. Cuando la justicia quiso actuar era tarde.
La
sentencia sobre “El Cuco” distribuyó las responsabilidades. Primero el
ayuntamiento, que había dado las licencias; luego la comisión regional de
urbanismo, en base a cuyas normas se dan esas licencias y, en tercer lugar, la
constructora que hace los pisos. El problema en este caso es que la empresa
quebró, desapareció y no tiene recursos suficientes para afrontar su
responsabilidad, por lo que los responsables subsidiarios van a ser el Gobierno
Regional y un ayuntamiento que no tiene tantos recursos como se le piden, para
lo que el gobierno regional le a abierto una línea de crédito. A día de hoy,
FADESA sigue vendiendo casas en las zonas próximas para lograr liquidez.
Tras un
lustro de recursos las palas acabaron con la urbanización y retirando el
escombro. Más allá del coste, dos enigmas quedan sobre la mesa. ¿Cuánto está
costando llevar los escombros a depósitos especiales de Vizcaya? ¿Quién va a
afrontar la restauración de un monte donde faltan millones de metros cúbicos de
tierra? Y más aún, ¿cómo se evitará que el hueco dejado por la urbanización,
sin sujeción no se desplome ante un periodo lluvioso?
Parte de
los estas preguntas se originan en un hecho que España aún no ha solucionado.
“Los políticos que toman esas decisiones no sufren ningún tipo de
consecuencias, algo insólito en la vida civil. Quizá si quienes toman estas
decisiones supieran que iban a afrontar las consecuencias sobre sí mismos, se
cuidarían mucho más de tomarlas”, nos cuenta el periodista Óscar Allende,
director de El Faradio, uno de los mejores conocedores de este caso.
Y no hemos
hablado de las personas. La gente honrada que compro su vivienda creyendo que
era legal. AMA, la
Asociación de Maltratados por la Administración
estima en casi doscientas familias las afectadas. Gente que lo compró sobre
plano o por Internet, ante el reclamo de una urbanización idílica cerca de la
costa cántabra y legal.
¿Qué falla
para que estos casos se produzcan tan reiteradamente y no se frenen a tiempo?
Le preguntamos a Allende.
“Pues falla
que no hay vigilancia adecuada, que la administración no clarifica las
normativas ni vela porque no se produzcan contradicciones entre ellas. Falla
que hay políticos sin sensibilidad. Falla que no hay control y seguimiento de
los expedientes, por dejadez. Falla que hay quienes ven en la naturaleza un
recurso para las instituciones y pasa sus bolsillos, no ven en un monte más que
dinero, sin percatarse de que paisajes bonitos hay en todas partes y cuando se
masifica y se destruye la naturaleza se vuelve contra nosotros matando a la
gallina de los huevos de oro del turismo. Falla que no hay mecanismos, como
estamos viendo, para prevenir la corrupción. Falla que los conocimientos
legales de muchos concejales no pasarían un mínimo examen”.
A pesar de
las explicaciones seguimos teniendo una duda. Siempre hay gente honrada que se
anticipa a estas situaciones. ¿Nadie se dio cuenta y lo intento frenar? “La
única persona que se mostró crítica con lo que pasaba fue Miriam García, la Directora General
de Ordenación del Territorio, arquitecto de profesión y con mucho prestigio
acumulado, que redactó el POL, el Plan de Ordenación del Litoral, redactó esas normas y enseguida
se marchó del gobierno. Ella dice que nadie estuvo a la altura de las
circunstancias con el alto del cuco. Nadie, ni el gobierno ni el ayuntamiento
ni la empresa, ni los propios ciudadanos, simplemente ARCA que fue la que se
movilizó la que más busco frenarlo y la que finalmente conseguiría acabar con
el proyecto”
Lo triste
de toda esta historia es que aún quedan en Cantabria, y en otras regiones,
otros Cucos. En la actualidad, el gobierno regional no sabe como afrontar la
destrucción del bosque de Loredo (en la Bahía de Santander) situado en una finca
particular dentro de un espacio protegido, con lo que tras varias
paralizaciones y otros tantos permisos, medio bosque ha desaparecido. Y quedan
aún sentencias firmes de derribo de urbanizaciones declaradas ilegales hace 20
años y que siguen sin solucionarse. Estamos hablando de municipios como Ribamontán,
Piélagos, Mogro, Ampuero… Los ayuntamientos, lo único que ha hecho es sucesivos
planes urbanos para legalizar las casas, no indemnizar a los propietarios al
derribarles su vivienda y no hacer frente a los trabajos de derribo, pero los
tribunales han ido tumbando esos planes uno tras otro, en una huida hacia
delante que busca que prescriban los delitos y las casas queden ahí.
Y hay otra
forma de hacer las cosas, no hay más que cruzar a Asturias, comparar cómo se ha
protegido una costa y otra. Mientras tanto, seguiremos viendo como nuestras
costas y montes, siguen menguando.
David
Iglesias, Izan Crespo
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