David
Sanjuán / EPE 2013. Enredados.
Amanece en
Cantabria. Según avanza la oscura y lluviosa mañana, nos vamos acercando a la
tierra donde nació el pasiego y, por ende, el cántabro. Nada más llegar, un
cartel abraza a los visitantes: “Bienvenidos a los Valles Pasiegos”. Sería un
cartel más si no fuera porque este valle tiene algo especial. Más del 90% de
sus habitantes -la mayoría ganaderos- están afectados por las participaciones
preferentes, en especial en la capital, Vega de Pas, donde los casos son aún
más trágicos de lo normal.
Leire Díez,
la teniente de alcalde del pequeño pueblo, nos recibe con los brazos abiertos.
Ella es considerada por sus convecinos como la única con algo de poder (aunque
solo sea comarcal), para que su tenue y cansada voz se haga escuchar. Ella
misma nos enseña los papeles que muchos, sordos
o mudos (como Bernabé), firmaron engañados. La letra pequeña, que ocupa
tres páginas, no es entendible para alguien con bajo nivel cultural.
El único
pecado de estas personas, como ellas mismas nos comentan, fue fiarse de la
palabra de José Ramón, el antiguo director de la sucursal que Caja Cantabria
(ahora Liberbank), tenía allí. Por desgracia, se fiaron de la palabra de un
hombre que era considerado una institución, junto con el médico y el cura.
Antes de irse a la sucursal de Potes, bajo la dirección de este hombre la
entidad colocó casi dos millones de euros en estos productos de alto riesgo, solamente
en Vega de Pas. En todo el Valle, desgraciadamente, hace tiempo que se perdió
la cuenta de todo lo que era.
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Detrás de
esos dos millones de euros se encuentra el caso más dramático de todos: la
familia Abascal Laso, aunque Leire confía en que en un tiempo no muy lejano
consigan recuperar el dinero. Nos abre la puerta el padre de familia: Fernando,
quien, a sus más de 90 años, es mudo y tiene una visión casi nula. La madre,
Pilar, está sentada en un sofá fuera de la casa y el hijo, Fernando Ignacio,
viene de cuidar al ganado.
Con el frío
en el cuerpo, Pilar, con cara de tristeza, esboza una frase que la sale del
alma: “no hay justicia para los humildes”, y tiene razón, porque si hubiera
habido justicia, su caso ya estaría resuelto. A sus más de 90 años, necesita
operarse la vista, ya ha perdido la visibilidad de un ojo. La familia fue
engañada por José Ramón, quien les ofreció cambiar sus ahorros a plazo fijo,
diciendo que, cuando quisieran, podrían sacar el dinero.
Viviendo en
la más absoluta miseria, en una cabaña que te lleva a la nostalgia de siglos
pasados, sin luz, y en condiciones casi infrahumanas, te das cuenta de que
puede que las preferentes no sean una estafa, sino un “auténtico robo”.
Nos vamos
con una cuenta pendiente, un café, pero les prometemos tomarnos uno cuando su
caso se solucione, con la esperanza de que más pronto que tarde esa cuenta ya
esté saldada.
Pero
tenemos prisa, todavía nos queda pendiente ver a Bernabé, quien no puede
mantener una conversación normal. Su sordera hace que, en su caso, el engaño
roce la inmoralidad. A sus 85 años, se enteró de que era uno de los afectados
gracias a una carta.
Cuando ya
nos vamos, nos encontramos a Trinidad, una de las afectadas de mayor edad, que
está acompañada por su hermana Tere en uno de sus paseos habituales. A pesar de
su malherida memoria, nos comenta que José Ramón la juró y perjuró que podría
sacar el dinero cuando quisiera.
Y es que
José Ramón, a fin de cuentas, solo cumplía con su deber, el de intentar ofrecer
el anzuelo para que los demás picaran. Si te negabas o no lo hacías, como un
prejubilado de la Caja
nos comenta, te quitaban parte del sueldo de la nómina o, peor aún, te echaban.
Nos vamos
con la disyuntiva de seguir confiando en que casos como estos se resuelvan, o
resignarnos a pensar que esa justicia que tanto defiende a los ricos, no ampara
igualmente a los pobres.
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