Francisco
Sánchez Becerril
Roger
Civit, Japón
Una de las
conclusiones más inquietantes que nos revela la exposición del hombre a
situaciones límite, es el cambio que sufrimos en la percepción de la realidad.
Eso que mi profesor de filosofía llama la realidad relativa. Y yo, simplemente
el síndrome de Tokio.
Miguel
Ángel Ibañez es de Zaragoza, se encuentra desde hace meses en Odaiba, en los
alrededores de Tokio, grabando exteriores con su productora, para un programa
televisivo.
El 11 de
marzo, a las 14,46, hora local, su equipo percibió el temblor. Uno más a los
que uno se acostumbra cuando llega a Japón. El mismo temblor que sintió, a la
misma hora Roger Civit Carbonell, un profesor de español, afincado hace años en
las islas, y que recorría en tren en ese momento, el trayecto entre Osaka y
Kobe. Un leve traqueteo, y el mismo discurrir discreto al llegar a la estación,
nos contaba hace unos días. Pero cuando Roger llegó a su casa percibió la
tragedia.
Miguel Ángel ni siquiera llegó, la suspensión de trenes le dejó
aquella noche, junto a su equipo, en una residencia de estudiantes, en medio de
la serena dignidad de aquella sociedad, resignada a la tragedia y presta,
discretamente, a ofrecer cuanto quedaba para salvar a su país, y también a su
gente.
La imagen,
en el mundo latino, en el sajón, en África, o en cualquier remoto lugar árabe,
habría estado repleta de signos externos de delirio, pérdida de control y
caótica irracionalidad. En Japón no. En Japón solo se conjuga el “Gambarimasu”,
el verbo de la perseveración y la entrega a los demás, solo se sigue el rito
diario del esfuerzo, sostenido, desde hace siglos sobre los finos pilares del
“Bushido”, el código samurai de lealtad y sacrificio. Y lo curioso es que ese
“wa”, esa armonía y serenidad, impregna a quienes viven entre ellos, aunque
vengan de otras tierras. En medio de la lucha contenida por reconstruir, salvar
y aliviar, un grupo de españoles, entre ellos Roger y Miguel Ángel, han creado
una asociación para contar al mundo el ejemplo de un pueblo que huye del grito
para refugiarse en el trabajo colectivo, que abunda en el nosotros sepultando
el yo, y que detesta lo que ellos ven como el sensacionalismo del periodismo de
occidente.
“El temor,
que no el miedo, ha venido de las réplicas. Hace unos días sentimos una
especialmente fuerte cerca del monte Fuji, hacia la provincia de Shizuoka, en
la costa del centro del país. Eso te afecta, porque no puedes dormir, te
irrita. Pero tras Hiroshima en el 45 y Kobe en el 95, el espíritu japonés se ha
fortalecido. El orden y la calma aplacan la tormenta dicen por aquí”. Es Roger,
uno de los más activos miembros del grupo de facebook de españoles en Japón,
con el que hemos mantenido una larga conversación telefónica, pese a los
aspavientos del administrador del colegio. “De verdad que aquí no hay llantos
ni miedo, solo preocupación por como hacer llegar bienes de primera necesidad y
las donaciones a los necesitados.
Su máximo
empeño es transmitirnos una situación de normalidad, tan solo empañada por el
desconcierto de los primeros días, en los que pudieron existir puntuales
dificultades para encontrar algunos productos básicos. “Han aflorado algunas
críticas”, reconoce Miguel Ángel, menos vehemente que su compañero, “porque el
japonés medio no entiende algunas imprevisiones, como la dualidad de
frecuencias del sistema eléctrico nipón, dividido en dos redes de 60 y 50
hertzios, lo que imposibilita el envío de energía a las zonas afectadas, o los
fallos en el servicio de internet y telefonía, en el área de Tokio y en el
norte, o la falta de equipos de emergencia nuclear o la falta de información
veraz y continua, en algunos momentos”. Pero por encima de todo eso, ambos
coinciden en que el país no ha sufrido de falta de liderazgo, en un país con
protocolos muy estrictos para emergencias naturales. Sin embargo, hay algo desconcertante
en su discurso. En realidad, ni ellos ni nadie en Japón saben exactamente que
ocurre, nadie sabe las necesidades de los operarios en las centrales de
Fukushima, ni la gravedad de los hechos, ni el calado de las medidas tomadas.
Pero todos, nipones y extranjeros integrados en su sociedad, asumen que se debe
estar haciendo lo mejor, y que lo deseable, hace tiempo que habrá dejado paso a
lo inevitable, y si no se dice, es para evitar un pánico que a nada lleva. “Las
autoridades actúan de forma correcta, sin florituras, pero buscando lo más
efectivo y lo más posible en cada momento”. De hecho solo los extranjeros de
paso en el país se han rendido al miedo y han huido, según Miguel Ángel, o
familias con niños, que salvan a sus hijos de una radiación innegable, para la
que los niños son más vulnerables.
“Empieza a
haber falta de suministros en las zonas afectadas, pero el problema no es ese,
sino los medios de comunicación”, explica Roger, mientras la voz se le tensa.
“Si buscas en internet, por youtube o en periódicos online de estos últimos
días, quizás encuentres unos videos grabados por españoles que viven en Tokyo y
que han retratado con sus cámaras la normalidad total de la vida en la
pobladísima capital. Algo parecido ocurre con le NHK, o con la BBC , que ha hecho un trabajo
riguroso y positivo. Por ellos sabemos que aun habiendo emisiones radioactivas,
los vientos dominantes hasta agosto alejaran las nubes radiactivas al pacifico,
no al interior del país. Pero en lugar de mostrar ese mensaje positivo, los
medios europeos, en su mayoría han mentido, dando una imagen apocalíptica de
Tokio, cuando no hay apenas alteración. No ha habido escasez, ni éxodo, ni
billetes de tren a mil euros... Y se ha dejado de lado a las víctimas del
tsunami. De hecho, algunos medios desplazados a Tokio han rechazado los
testimonios tranquilizadores mientras otros pedían explícitamente imágenes
truculentas”.
Roger se
contiene en dar nombres, aunque las cadenas privadas de televisión están en su
punto de mira. Empresas en las que, los españoles de este grupo perciben una
marcada tendencia a la información-espectáculo, a las tertulias amarillistas, a
los programas basados en el sentimiento exacerbado y el morbo. Algunos de ellos
denuncian como sus declaraciones se tergiversaban o adulteraban para encajar en
esos principios de información, provocando la preocupación en sus familias.
Sin embargo
ese cierre de filas tiene sus contradicciones, y sus riesgos. El propio Miguel
Ángel, reconocía haber visto una entrevista en Asahi al experto nuclear Takeshi
Hirose criticando la actuación del gobierno, la improvisación de las medidas y
el modelo japonés causante de este desastre. Porque algunos japoneses empiezan
a plantearse dudas sobre como, donde y con que previsión se ha construido el
parque nuclear japonés. Y como este, siendo tan grande, solo cubre el 30% de la
demanda energética japonesa. Preguntas que responden corrupción, imprevisión y
derroche energético, en una sociedad que, presa de su obediencia debida y su
fidelidad nacional, poco ha hecho para abrir un debate sosegado y una critica
constructiva, presa como es de su propia virtud, presa del síndrome de Tokio.
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