jueves, 14 de marzo de 2013

Las revoluciones obreras


Teresa Álvarez, Juan García


Llamamos revolución social a cualquier revolución clasista que tiene como finalidad la toma del poder del Gobierno, basándose en ideologías típicamente marxistas, socialistas o comunistas: por eso se conocen también como revoluciones comunistas.

A lo largo de la historia se han sucedido revoluciones clasistas tales como la revolución obrera de 1848, la revolución bolchevique de 1917 o a la revolución china.

Tras la caída del primer imperio francés, todas las monarquías absolutistas fueron restituidas en el Concilio de Viena, lo cual trajo un gran descontento popular, origen de los levantamientos. Los principales alicientes fueron, conjunto con el de la restauración del Antiguo Régimen:



• La terrible plaga que asoló por completo los campos de cultivo, destrozando las cosechas y originando diversos conflictos en la búsqueda de alimento.

• La falta de materias primas, que obligó a las industrias a realizar terribles recortes. Como respuesta se organizaron huelgas y levantamientos, fundamentalmente en París, que dieron paso a la Segunda República francesa.

En este artículo nos centraremos en la revolución de 1848 en territorio inglés.

La industrialización de Inglaterra fue consecuencia de la conversión de la agricultura tradicional de subsistencia en una agricultura de mercado, dedicada a la exportación. Se introdujeron mejoras en la maquinaria (aparición de nuevos elementos o aplicación de la máquina de vapor de Watt a los ya existentes) y en los sistemas de cultivo (es el caso del novedoso sistema Norfolk, que condenaba finalmente la hasta entonces empleada técnica del barbecho), hecho que produjo tanto un excedente de producto como de mano de obra.

El problema del excedente de producto alimentario se solucionó rápidamente, ya que Inglaterra era un país con múltiples facilidades para el comercio exterior, y el excedente de mano de obra tampoco fue tan problemático como en un inicio parecía.

La exportación de productos agrícolas introdujo un gran capital en el país, que decidió invertirse en la naciente industria de las ciudades. Los antiguos agricultores, desposeídos de sus tierras tras la supresión de la propiedad comunal (“Enclosure Acts”), emigraron a las ciudades en busca de trabajo en las fábricas. Se produjo un éxodo rural masivo.

Las condiciones de vida en las fábricas y en los barrios obreros eran prácticamente infrahumanas. Las fábricas eran enormes construcciones oscuras y con muy mala ventilación (algunas incluso estaban bajo tierra), y las casas de los trabajadores se hacinaban en barrios prácticamente marginales y sin ningún tipo de higiene.

Los sueldos eran ínfimos, y tan precarios que era necesario que todos los miembros de la familia trabajasen para poder mantenerse. Los capitalistas se aprovechaban de esta situación, y los sueldos femeninos e infantiles eran aún más pobres. Eran comunes las jornadas de más de diez horas de trabajo sin descanso.

Cuando los trabajadores comenzaron a concienciarse de su pésima calidad de vida y del poco humanizado trato que les imponían los empresarios, comenzaron a reunirse, en asociaciones por oficios, intentando poner fin a su situación mediante huelgas y manifestaciones. La respuesta del gobierno fue la supresión de estas asociaciones y la prohibición de las huelgas.

En 1824, sin embargo, se levantan estas leyes de prohibiciones y comienzan a surgir las primeras organizaciones sindicales, conocidas bajo el nombre de “Trade Unions”.

Las quejas y manifestaciones se sucedieron en diferentes procesos.

Desde finales del siglo XVII hasta la década de los treinta, predominó el llamado ludismo, manifestación violenta del descontento generalizado de los obreros, mediante la amenaza directa al empresario a través de cartas y la destrucción tanto de la maquinaria como de las materias primas de la fábrica. Apareció el personaje popular conocido como General Ned Ludd, a quien podríamos llamar el Robin Hood de los obreros, seudónimo bajo el cual se firmaron todas las cartas de amenaza.

Durante la década que abarca desde 1838 hasta 1848 (año de inicio de la verdadera revolución), predominó un fenómeno conocido como cartismo. Esta vez, las cartas de queja (que no de amenaza) se enviaron directamente al Parlamento inglés. Los obreros se manifestaban por sus derechos como seres humanos y por primera vez exigían su derecho a voto. Las cartas fueron rechazadas, y se abandonaron los métodos diplomáticos: se inició un período de sabotaje y disturbios violentos en las calles.

La ideología más desarrollada durante la revolución obrera fue el socialismo, del que poco a poco se fueron diferenciando tres grandes grupos:

• El socialismo utópico, formado y apoyado por la clase burguesa, rechazaba la revolución violenta como método. Pretendía conseguir, por métodos diplomáticos, una sociedad idealizada, sin clases, donde todo el mundo tuviese los mismos derechos.

• El socialismo científico o socialismo marxista, cuyo máximo representante es Karl Marx, defendía la revolución y la toma violenta del poder por parte del pueblo obrero, que impondría una dictadura que paulatinamente daría paso a una sociedad idealizada, sin clases, la sociedad comunista. Apoya la abolición de la sociedad capitalista.

• Anarquismo, liderado por Mihail Bakunin, que alienta al campesinado a la revolución espontánea y sangrienta, y a la completa destrucción del Estado o de la autoridad. El sistema alternativo que propone es la abolición de la propiedad privada y del Estado, organizando el pueblo en comunas federadas con completa autonomía económica. Igualmente apoya la sociedad sin clases.

La lucha obrera concluyó con la creación de la Primera Internacional, en 1864 en Londres, una asociación que trató de unir a todos los trabajadores de los diferentes países bajo un mismo lema: “Proletarios del mundo, uníos”. Inicialmente agrupaba a sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos.





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