David San
Juan / EPE 2013 . Enredados
“Si el
fútbol demanda paz, ¿Por qué no dársela? Quizás sea más fácil hacer como que no
ves nada, vivir en la ignorancia, en la más absoluta resignación pero entonces
no seríamos lo que somos hoy en día”. Así concluye Mariano Bergés,
vicepresidente de “Salvemos al Fútbol” después de más de 20 minutos de
conversación telefónica.
Y es
verdad, no se equivoca si dice que la asociación civil que actualmente se
encuentra en plena reestructuración interna y externa, se ha convertido en luz
que alumbra entre tanta oscuridad, entre tanta violencia…una violencia llena de
vicio que envuelve a aficionados, políticos y lo más preocupante a jefes de
policía, aquellos que se encargan de garantizar la seguridad en los estadios.
Pero Salvemos el fútbol se recrea como la casa de caridad de la pelota de
fútbol que no entiende de rivalidades, de violencia simplemente roda…por mucho
que a veces no se quiera entender.
Por
desgracia muchas veces la pelota roda más fuera que dentro del campo, ya lo
dijo hace apenas unos días Mónica Nizzardo hasta ahora presidenta de la
asociación, harta de la complicidad del Gobierno Nacional y a Grondona, harta
de que se intente alejar a Salvemos al fútbol de la lucha contra las barras en la Argentina.
Las barras
bravas, una enfermedad solo entendible para los más pasionarios que sienten a
su equipo como si fuera religión como cualquier fundamentalista que intenta
hacer lo que su líder, su profeta, mande aunque para ello haya que acabar con
las vidas de los aficionados del equipo contrario.
Pero Nizzardo
jamás se rindió hasta ahora, esta mujer valiente que siempre recibía amenazas
simplemente por buscar la cura, el antídoto a esta enfermedad que muchas veces
se convierte en terminal pero que nunca se deja morir porque interesa
mantenerla viva.
El espíritu
de lucha se mantiene, y me niego, me resigno a pensar que Mónica se marchó
porque sus fuerzas no dieran para más, sino que se marchó cansada y harta,
habiéndose gastado dinero y tiempo suyo para una lucha que ya no la hacía
feliz, sino por el contrario la provocaba tristeza por la impotencia de avanzar
con la paz en los campos de fútbol argentinos.
Una
violencia que cae directamente en la responsabilidad del gobierno de CFK que
hace poco intentó minimizar la violencia del fútbol, desligando la
responsabilidad de los problemas de las tribunas a los árbitros y metiendo en
la misma bolsa a los amantes del fútbol y a los delincuentes del fútbol,
confundiendo fanatismo, con negocio espurios.
En
Argentina, donde bastardos, directivos y políticos se dan la mano es más fácil
dejarte llevar por la violencia que luchar contra ella, donde muchas veces se
recurre antes a la enfermedad para atacar al antídoto que puede acabar con
ella, donde se asesina a ciudadanos de un mismo país simplemente por sentir
unos colores y no otros, donde los niños lloran y maldicen a sus padres por
llevarles a los campos de fútbol. El fútbol no es eso, el fútbol debe ser
siempre amor hacia unos colores pero no hacía unos necios que dicen defender un
escudo y lo que muchas veces hacen es avergonzarle.
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