Pensar en
Cantabria, para muchos foráneos, evoca la imagen de las vacas y los verdes
prados. Vacas que, a día de hoy, todavía son numerosas, verdes prados que son
más dudosos. El cambio climático está afectando al bucólico paisaje cántabro.
Ahora bien, si nos adentramos en el paisaje de Cantabria podremos ver que tiene
algo más que verdes prados y bonitas montañas. Si hacemos un recorrido por la
geografía cántabra, nos sorprenderán los numerosos restos de las explotaciones
mineras que existen en esta región, muestra de la innegable riqueza en recursos
minerales que tiene esta tierra.
Cantabria
no es, ni ha sido, una comunidad dedicada exclusivamente a la ganadería y a la
leche. Es más, Cantabria, es una de las regiones donde su riqueza en recursos
minerales ha dado lugar a un increíble patrimonio para el conocimiento de los
inicios del hombre. Hablamos de la
Cueva de Altamira, la Capilla Sixtina
del arte paleolítico, cuyos bisontes tienen el color rojo que el hombre
primitivo supo extraer de la tierra, de ese mineral llamado “ocre rojo”.
Podíamos hablar de un hombre primitivo “minero”, un primer hombre en aprovechar
un recurso mineral.
Entrando en
Cantabria por los Picos de Europa, nos encontramos con las numerosas bocaminas
que surcan las montañas calizas de estos Picos entre el antiguo Lago de Andara
y el Canal de San Carlos, además del entorno de los Puertos de Aliva, restos de
una intensa explotación minera de mediados del siglo XIX que adquiere su máximo
auge entre 1908 y 1918, con la actividad de varias compañías que hacia 1919 se
aglutinaron entorno a la “Real Compañía Asturiana de Minas”. Las minas de las
Mánforas, en Aliva y las Minas de Andara son los principales exponentes de esta
actividad minera.
Si desde el
oeste nos acercamos hacia el centro de Cantabria, existen restos de
explotaciones mineras en Herrerías, Casamaría o Cabanzón. Y próximos a ellos
nos encontramos con las llamadas Minas de La Florida , al pie de la Sierra de Arnero. En la
actualidad esta zona es más conocida como la ubicación de la Cueva de El Soplao, famosa
por sus maravillosas excéntricas. El verdadero pueblo de La Florida , fue un auténtico
poblado minero, con capilla, escuela, lavadero, polvorín ydel que, en la
actualidad, no se conserva más que restos de casas derruidas y un transformador
que delata la relación con las minas del entorno. En lo que realmente conocemos
como el pueblo de La Florida ,
cuyo nombre era Caviña, hasta hace pocos años se podían encontrar desde tolvas
de descargue del mineral, hasta los restos de las instalaciones del lavadero.
En pie, y habitadas, continúan las antiguas viviendas, el hospital, las
oficinas y otras instalaciones mineras con diferentes usos a los originales.
Por todo el monte se encuentran los vestigios de estas explotaciones: zanjones
de la explotación La Florida
(la más antigua), galerías de La
Isidra (actual entrada de la Cueva El Soplao), el
castillete de Lacuerre (pozo de profundidad 167m), el socavón de La Plaza del Monte y el de
Cerecero.
Y si de lo
que fue el Grupo Minero La Florida ,
pasamos al municipio de Udías, encontramos un gran número de zanjones como
pequeñas explotaciones a cielo abierto que recorren la superficie y que, hace
dos siglos, eran un bullicio de hombres ebrios de la fiebre minera que
embargaba toda la zona. Galerías, pozos, lavaderos, talleres, almacenes,
infraestructuras, viviendas obreras, hospital, economato y un embarcadero en
Ontoria, fuera del municipio, constituyen las señas de identidad de una
actividad que arranca hacia 1856 y termina en 1932, para posteriormente ser
retomada en los años 50 y finalizar en los 70. El mejor y mayor exponente de la
fiebre minera de esta zona lo constituye una construcción de singular belleza,
símbolo de la minería subterránea: El “Pozo del Madroño”, actualmente en completo
abandono.
Siguiendo
la ruta, y relacionado con la extracción del mineral en las Minas de Udías, nos
encontramos con el embarcadero ferroviario de Ontoria, estación de descarga del
cable aéreo que arranca en las inmediaciones de las minas de Udías. En la
actualidad, una monumental estructura abandonada.
Hacia el
sur de estas explotaciones, la minería se vuelca en la explotación de un
mineral industrial: la sal común. El máximo exponente se encuentra en el
denominado Pozo Mina-Tresano (Cabezón de la Sal ), castillete de madera construido en 1949 por
la empresa Solvay para la explotación de la sal. Las explotaciones de sal en
Cantabria se remontan al año 900, teniendo su mayor auge a comienzos del siglo
XX y cerrándose definitivamente en 1982. En la actualidad, las explotaciones de
este mineral se encuentran en Polanco, donde la empresa Solvay tiene pozos de
extracción que datan de 1976.
Nuestro
recorrido nos lleva a la mayor explotación de zinc de Europa: la Mina de Reocín. Ubicada entre
los municipios de Cartes y Reocín, este tesoro oculto en la Tierra , permitió el
desarrollo y enriquecimiento de las poblaciones próximas: Torrelavega, Cartes,
Puente San Miguel. Casi 150 años de minería, generaciones de abuelos, padres e
hijos, han quedado reducidos a un gran lago, consecuencia de una magnífica
restauración del terreno por parte de la empresa explotadora, y a un
castillete, el Pozo Santa Amelia e instalaciones mineras. Un pozo, construido
en 1936, en abandono desde que la mina cierra en el año 2003 y cuya estructura
se eleva elegante hacia el cielo, ya oxidada por el olvido, recordando a todos
aquellos que, a lo largo de la historia de esta región, convivieron en las
profundidades para ganarse el pan que llevaban a casa. De entre los castilletes
que podemos encontrar en nuestra región, el más importante es este, el Pozo
Santa Amelia, por ser el que permitía bajar a mayor profundidad (casi 400m) y
el que mantuvo en funcionamiento la explotación del recurso minero de zinc más
importante que ha tenido Europa. Al sur de esta mina, se encuentran bocaminas
que acceden a la explotación minera conocida como Mercadal, explotada
inicialmente por los romanos. Esta explotación tiene actividad importante hacia
mediados del siglo XIX finalizando en 1936, y siendo retomada en 1955 por la
empresa Minas de Mercadal S.A. hasta 1978. En la actualidad, una profusa
vegetación oculta las señales de la explotación que fuera telón de fondo de la
novela Marianela, de Benito Pérez Galdós.
De
Torrelavega hacia el noreste, nos encontramos con las minas de hierro del
entorno de Peña Cabarga. Insólito lugar, “formidable montaña de hierro”
denominada por Plinio, explotada por los romanos, donde en el Pozo Mina Crespa
fue hallado el famoso “Caldero de Cabárceno”, pieza fechada entre los años 960
y 1000 a .C.
En la actualidad, el Parque de la
Naturaleza de Cabárceno, se ha convertido en el símbolo de la
rehabilitación de un espacio minero, manteniendo la belleza del paisaje
geológico y los restos de la antigua explotación.
Más hacia
el este, La Cavada
(Riotuerto) sorprende con la existencia de una antigua bocamina entre
eucaliptales. Otra explotación de zinc en funcionamiento a mediados del siglo
XIX y en la actualidad abandonada.
Al final de
este recorrido de oeste a este de la región, encontramos la explotación de
hierro de la mina Dícido (Castro Urdiales), cuyos inicios se remontan a 1874.
Una estructura formada por un gran pilar realizado en piedra de sillería
soportando una estructura de hierro en voladizo, destaca en la costa. Es el
cargadero de mineral de la mina de Dícido, su construcción data de 1938, el
único que se conserva de los seis que existieron en el entorno de Castro
Urdiales.
El sur de
Cantabria, no tiene minería metálica en zinc, sólo la mina de cobre de Soto de
Espinilla, pero sí minería de carbón. La explotación de los lignitos de la zona
del Embalse del Ebro, en Las Rozas de Valdearroyo, tiene sus inicios a finales
del siglo XVII, y su máxima actividad a mediados del XIX cuando Telesforo
Fernández impulsa la industria del vidrio en la zona, convirtiéndose en el
primer fabricante español de vidrio, aprovechando los magníficos depósitos de
arenas silíceas hoy sumergidos bajo las aguas del embalse del Ebro y explotadas
en la actualidad mediante dragas, en la vecina localidad burgalesa de Arija.
Parcialmente restauradas, quedan en la zona restos de instalaciones mineras
para explotación del lignito así como chimeneas de ladrillo relacionadas con la
fabricación de vidrios.
A mediados
del siglo XIX, Cantabria era un ir y venir de carretas transportando mineral que salía de sus minas. Gentes
venidas de otras regiones próximas, se asentaron en la nuestra, llamados por la
fiebre minera de esta época, compartieron duro trabajo, alojamiento, crearon
hogares y enriquecieron pueblos.
Un día el
mineral se agotó, las minas cerraron y cada uno tomó su rumbo. Pero durante
mucho tiempo en el recuerdo de todos quedó el bullicio de la minería, la
riqueza de una región, las historias de muchas gentes y ahora, las siguientes
generaciones, dejamos que esa parte de la historia se oxide por el olvido, se
destruya como si fuera algo viejo, ajeno a nosotros, algo que estorba porque ya
no tiene uso, cuando son paisajes creados por el hombre que han cobrado nueva
vida y que han modelado nuestro entorno.
¿Por qué no
entendemos que esas estructuras forman parte de la historia de nuestra región,
de nuestra historia?. Si conservamos con orgullo nuestro patrimonio histórico,
¿Por qué dejar que se derrumbe nuestro patrimonio minero si fue tan importante
para nuestros abuelos?. De la historia se aprende, el olvido destruye nuestro
pasado.
Ángela Lavín,
Laura Barquín
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